
Tras las drogas falsas
Facundo Fernández se doctoró en química en Exactas y, al terminar el postdoc en Stanford, la crisis del 2001 lo retuvo en Estados Unidos, donde tiene un cargo de profesor en el Georgia Tech. A fines de agosto vino a la Argentina a dar una conferencia sobre espectrometría de masa en el Segundo Congreso Iberoamericano de Química Analítica.
Desde hace cuatro años, Facundo Fernández vive en Atlanta, estado de Georgia, y trabaja en el Instituto de Tecnología –Georgia Tech-, donde es profesor adjunto. Su área de investigación es la química analítica y, en particular, la espectrometría de masa. Le quedan dos años de tenure track, procedimiento (más extenso y arduo que un concurso) para ser promovido a una posición permanente. “Los cinco años de tenure track son muy esforzados, por lo que se espera del candidato: publicaciones, fondos federales, el desempeño en docencia y la formación de recursos humanos. Se evalúa, sobre todo, cómo el investigador se proyecta a nivel internacional, qué es lo que opinan de su trayectoria”, detalla.
El candidato presenta su “carpeta” con las publicaciones, subsidios, colaboraciones, cantidad de estudiantes que ha formado. Ese paquete es evaluado por los más respetados profesores de la institución, pero también debe contar con diez cartas de referencia externa.
– ¿Los cargos docentes son similares a los que existen en la Argentina?
– Existen las categorías de adjunto, asociado y titular como acá, pero no hay concursos. Se hace un llamado, y los candidatos se postulan. Los profesores del departamento deciden a quién entrevistar. Es una mezcla entre un sistema de concursos y lo que hace una empresa. Se hacen muchas entrevistas personales. En Georgia Tech, me entrevisté con unos 35 profesores en dos días. Le dan mucha importancia a que haya buen feeling, más allá del desempeño científico, que es lo básico.
– ¿Y el desempeño docente?
– La promoción a profesor asociado pasa por el examen del tenure. Pero hay una diferencia interesante: la edad. Tengo compañeros de mi edad (36 años) que son profesores titulares. Es gente con una carrera brillante, y el departamento dice “si yo a esta persona no la nombro como profesor titular, se va”.
– ¿Volverías a la Argentina si tuvieras una buena oportunidad?
– Tal vez en algunos años. Ahora me gustaría iniciar algún acuerdo de colaboración, de manera de pasar un tiempo aquí y un tiempo allá, lo cual es beneficioso también para los estudiantes, que puedan ir allá. Siendo un profesor adjunto no se puede hacer, uno tiene que ser asociado o titular, estar más establecido.
– ¿Demanda mucho esfuerzo la búsqueda de subsidios?
– Durante los dos primeros años en Georgia Tech, el 60 por ciento de mi tiempo lo destinaba a escribir pedidos de subsidio. Escribí unos 25 pedidos en dos años. Es lo habitual para el investigador allá.
– De esos 25 que escribiste, ¿todos te respondieron?
– El porcentaje de fracaso fue bastante alto, del 80 por ciento. Pero el 20 por ciento me salió. Por eso es que hay que escribir mucho. Con el 20 por ciento se puede mantener el grupo por varios años. Después hay que renovar los subsidios. Por eso les digo a mis colaboradores y estudiantes, “ahora hay que publicar y hacer cosas interesantes en ciencia”.
– ¿Qué tan grande es tu grupo de investigación?
– Diez. Ocho estudiantes de doctorado, un postdoc, y una chica que está haciendo la tesis de licenciatura. Acabo de tomar dos estudiantes nuevos, y el grupo ya está un poco grande.
– ¿Aquí podrías, con tu edad, tener un grupo tan grande?
– No creo. Me gusta tener un grupo grande porque tengo muchas ideas para hacer, y necesito gente que las lleve a cabo. Me gusta que la gente se entusiasme y esté dispuesta a ponerle pilas a los proyectos. Si no la veo entusiasmada, le digo que tendría que buscar otro grupo. No quiero una máquina de generar doctorados, sino un grupo con gente creativa, que genere un ambiente de trabajo positivo. A mis estudiantes de doctorado les pregunto qué opinan cuando viene algún miembro nuevo. Porque generar un mal ambiente es lo peor que puede pasar.
– ¿En qué estás trabajando?
– Lo que hacemos es desarrollar nuevas técnicas para analizar la composición química de una variedad enorme de muestras. Vemos qué moléculas hay en una muestra, y qué cantidad. También determinamos la distribución espacial de las moléculas y, en colaboración con médicos, estudiamos la distribución geográfica de drogas y su calidad. Me interesan las enfermedades tropicales en general, y estoy en contacto con médicos del sudeste de Asia donde hay un mercado enorme de drogas falsas. Son para el tratamiento de la malaria, que son muy caras en general, y de última generación. Se sabía que había drogas falsas, pero no se sabía qué contienen estas drogas, de dónde vienen, y si tienen componentes tóxicos.
– ¿Qué se hace en tu laboratorio?
– Este proyecto es, ahora, uno de los más importantes en el laboratorio. Continuamente relevamos muestras y las analizamos. De hecho, contienen muchos ingredientes que no deberían estar allí: antibióticos, analgésicos, o cosas que están prohibidas en Europa y Estados Unidos, como dipirona. Además, encontramos compuestos que son precursores de la síntesis de drogas ilegales, como el éxtasis, lo que sugiere que esta producción se hace junto a la de éxtasis, en el mismo galpón.
– ¿Se hacen denuncias luego?
– Sí, estamos trabajando con la OMS, y con agencias de seguridad. Lo que es interesante es la formación de un grupo interdisciplinario para realizar este tipo de trabajo: científicos, médicos, administradores de salud, policía internacional.
– ¿Esto puede dar lugar a papers?
– Sí, porque desarrollamos un sistema nuevo de análisis de muestras de alta velocidad, de mayor sensibilidad, y lo aplicamos y además tiene grandes consecuencias para el control de la malaria. Lo cierto es que si las drogas contra la malaria no contienen lo que deberían tener, pueden generar resistencia. Como no hay reemplazos para estas drogas, el resultado es que la enfermedad no se puede controlar. Y afecta a millones y millones de personas. Con el problema agregado de que estas drogas se están usando en África, donde también han aparecido las primeras drogas falsas.
– ¿Las drogas siempre son las mismas?
– Parecería que la gente que hace estas drogas falsas lee nuestros papers, porque siempre están un paso más allá. Lo último que encontramos es que contienen pequeñas cantidades del ingrediente activo: si la droga verdadera contiene 50 miligramos, algunas de las falsas ahora contienen 10, lo cual no es suficiente para el tratamiento de malaria, pero creemos que agregan estas cantidades para que los tests colorimétricos que usamos den positivo. Esto nos obliga a desarrollar nuevos tests.
– ¿Qué ventaja tiene el método que desarrollaste?
– En un par de segundos permite conocer lo que hay en la muestra. Lo que normalmente nos llevaba varias horas. Si se tienen 400 muestras para analizar, se necesita un método rápido. Esto nos fuerza a entender cómo funcionan estos métodos desde el punto de vista fisicoquímico. A veces las aplicaciones permiten indagar los métodos, y éstos permiten realizar aplicaciones.
– ¿Determinar si la droga es falsa o no, sólo se puede hacer con esas técnicas?
– Se puede hacer con otras, pero no se puede hacerlo muy rápido. Hay técnicas convencionales que funcionan muy bien. Pero requieren mucho entrenamiento, personal y tiempo. Lo que desarrollamos hasta ahora son métodos rápidos. El último paso fue hacerlo cuantitativo, que no sólo nos diga en tres segundos lo que tiene la muestra, sino cuánto. Y esto es lo que acabamos de enviar a publicar. El siguiente paso es determinar si el compuesto activo está disuelto en forma homogénea en las tabletas generando imágenes químicas.
– ¿Cuál es la importancia de hilar tan fino en las drogas falsas?
– Si es falsa o no, se sabe con sólo mirar el envase. Pero hacer el detalle fino es importante por varios motivos. Primero, desde el punto de vista forense, para ver de dónde vienen estas muestras. Además, estos compuestos pueden generar reacciones alérgicas, pero también pueden complicar el diagnóstico, si la persona tiene malaria, y toma antibióticos, no se va a curar de malaria, pero la fiebre va a bajar. Y también puede generar resistencia. También encontramos componentes tóxicos, por ejemplo, benceno, y compuestos cancerígenos, porque no son hechas en un ambiente limpio y cuidado.
– Este proyecto cumple un rol social.
– Sí, y por eso tiene un efecto de estímulo en los tesistas. Ellos se quedan trabajando hasta cualquier hora para estos temas. Yo les digo que hay que medir ciertas muestras, y no me preguntan por qué, se ponen a trabajar.
– ¿Estas drogas falsas causan muertes?
– El año pasado documentamos la primera muerte por drogas falsas. Una persona llegó al hospital en la frontera de Burma y Tailandia, con malaria cerebral, muy mal. Le dan la medicación, pero no responde, a los dos días está muy mal. No saben que hacer. La mandan a un hospital en la capital de provincia, cuando llega está en coma, y muere. Luego nos mandaron una muestra, y confirmamos que la droga era falsa. Y después se fijaron en las drogas que ellos tenían, y eran todas falsas. Se trataba de un hospital. Tendrían 10 mil tabletas. Desde el punto de vista químico, el análisis llevó media hora, pero es una de las pocas ocasiones en que uno puede ayudar en forma concreta.
– ¿Este vínculo con la sociedad siempre te interesó?
– Siempre me importó. El trabajo con enfermedades tropicales también me resulta interesante. La malaria mata entre uno y tres de millones de personas por año, la mayoría de ellos son chicos menores de cuatro años: se trata de más de cinco chicos cada minuto. Infecta a más de 300 millones de personas.
– ¿Qué otros trabajos se hacen?
– Hacemos estudios básicos de espectrometría de masa. En esta técnica, para analizar un compuesto químico, se requiere, primero, ionizarlo, es decir, convertirlo en un gas con carga eléctrica. Justamente, focalizamos en nuevas fuentes de ionización para obtener iones más eficientemente y con menos fragmentación. En general, estas fuentes tienen baja eficiencia, 1 por ciento. Si uno pone 100 moléculas, se ioniza 1. En una muestra, de 100 moléculas, descarto 99 para decirle qué peso molecular tiene.
– ¿Qué muestras se analizan, además de las drogas falsas?
– Estamos tratando de encontrar, por ejemplo, marcadores de cáncer, que son difíciles de detectar porque están en baja concentración. Estamos trabajando con muestras de cáncer de ovario, en distintos estadios, con el fin de encontrar patrones de marcadores.
– ¿Se reconoce en tu universidad la actividad de divulgación?
– Sí, de hecho yo pongo en mi currículum en qué lugares salieron noticias sobre mi trabajo. En la radio, por ejemplo. Sé que lo han tenido en cuenta. Hace seis meses tuve una evaluación, y allí decía que el tema había tenido mucho impacto porque había salido en diferentes medios. Además, allá todo el mundo escribe artículos de divulgación. Es importante, y yo trato de hacerlo, dentro de mis limitaciones como escritor. Y con varios de mis compañeros tenemos lo que llamamos “la carpetita del ego”: una carpeta con recortes de notas que nos hicieron. Y la miramos cuando estamos deprimidos, porque el subsidio no sale, o el experimento no anda.
Fuente: El Cable Nro. 163