Adiós a Gregorio

Fue uno de los nombre de la “época de oro” de la Universidad, decano normalizador de Exactas, impulsor de los estudios epistemológicos en la Argentina, integrante de la CONADEP, honoris causa de la UBA. Gregorio Klimovsky fue un intelectual de múltiples intereses y gran reconocimiento público, que se ocupó desde la matemática hasta del psicoanálisis. Falleció el domingo 19 de abril.

28 de abril de 2009

Gregorio Klimovsky murió hace pocos días, el domingo 19 de abril por la tarde. Tenía 86 años y falleció a causa de una septicemia. Hacía varios años había sufrido una rotura de cadera que redujo su movilidad e incluso lo confinó a movilizarse en silla de ruedas. Sufría de una osteoporosis muy avanzada.

Con su muerte, se despertaron los recuerdos de su paso por las decenas de centros de estudios en los que fue profesor y se expusieron en los medios masivos sus principales cartas académicas, que son múltiples y la casi totalidad nacidas de su capacidad como autodidacta. El recuerdo que surgió de Exactas fue, principalmente, de sus primeros años de investigación y docencia relacionada con la matemática y de su posterior designación como decano normalizador, una vez retomada la democracia. Pero, más allá de los testimonios relacionados con la Facultad, se difundieron otros variados, que permiten esbozar un perfil intelectual complejo, del que pueden ser indicios su biblioteca personal, formada por más de nueve mil ejemplares, y su completa colección de música contemporánea.

Hace unos tres años, Klimovsky habló con un grupo de psicoanalistas acerca de sus intereses variados en una larga entrevista que puede consultarse en la web: “En realidad, tengo varias vocaciones, y bastante fuertes. No recomiendo en general a la gente que atraviese este fenómeno, porque no disponemos de tanto tiempo para leer y si uno quiere hacer las cosas en serio tiene que estudiar mucho. Yo me he dedicado a filosofía y matemática, me he dedicado a filosofía y biología, me he ocupado de epistemología de las ciencias sociales, me he ocupado de psicoanálisis y me he ocupado de cuestiones de politología y de derechos humanos. En realidad en algún sentido, diría que lo mío, antes que nada, es la cuestión de los derechos humanos”. Así como lo indican sus propias palabras, la lista de sus incumbencias fue extensa, y no sólo les dedicó esfuerzo sino que también obtuvo reconocimientos: el de su pares, por ejemplo, se desprende de la gran cantidad de cargos de profesor que ocupó a partir de concursos en centros de estudios de todo el país y de Latinoamérica y de los honoris causa que recibió en cinco universidades nacionales y en dos privadas. Fue convocado a participar de la Conadep y de la Asamblea Permanente por los Derechos Humanos. También obtuvo un total de cinco premios Konex a lo largo de su carrera y fue nombrado ciudadano ilustre de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires. Pero estos son datos someros. Quien quiera conocer el detalle del historial académico de Klimovsky y sus actividades en política educativa y derechos humanos, puede buscar en Google o, por métodos más ortodoxos, revisar la pila de hojas con que cuenta el expediente mediante el cuál se tramitó, en 2005, su doctorado honoris causa en la Universidad de Buenos Aires.

Con una fuerte formación en matemática de la mano de Rey Pastor y Misha Cotlar, Klimovsky fue uno de los actores de la “época de oro” de la UBA, que tuvo a Exactas como paradigma. Se lo destaca como el introductor en la Argentina de la lógica matemática y las últimas corrientes epistemológicas. Y, como otros tantos de los protagonistas de ese momento, fue expulsado después de “La Noche de los bastones largos”. Pero esa no sería su última salida de Exactas: volvió a ser expulsado en los 80, pero en un marco muy distinto. En 1984 había sido designado decano normalizador por el entonces ministro de Educación, Francisco Delich, y fue removido a los dos años por sus fuertes diferencias con el funcionario: “Delich me odiaba”, declaró hace pocos años a un medio gráfico Klimovsky, quien se jactaba habitualmente de su record en expulsiones del ámbito universitario, que llegaron a nueve.

Dentro del ámbito académico, sus colegas y discípulos lo recuerdan como un hombre distante pero siempre cálido, respetuoso, irónico y buen polemista. El profesor Guillermo Boido, investigador en Historia de la Ciencia, amigo y coautor de muchos trabajos junto a Klimosvky, lo recordó la semana pasada como un hombre “comprometido con la cultura y la sociedad. Fue un referente en política científica, educación y derechos humanos, un tipo muy generoso que muchas veces ha pagado viajes de su bolsillo para que sus discípulos se formaran en el exterior”. De aquí surge un dato que se comenzó a comentar con frecuencia inmediatamente después de la muerte del epistemólogo: la existencia de la “Fundación Klimovsky”. De acuerdo a más de un testimonio, “la fundación” era el nombre humorístico que el propio Klimovsky le daba a sus donaciones, y ante las cuales pedía la mayor de las discreciones. “Fue muy querible detrás de una especie de pantalla” -dijo también Boido-. Detrás de ese hombre de aire académico había un ser humano excepcional”. Una discípula suya, la investigadora en Filosofía de la Ciencia Gladys Palau, rescató de su maestro la “capacidad de trasmitir tanta humanidad sin necesidad de tratarse de ‘vos’ ”. Y relacionó esa discreción, racionalidad y formalidad con su fallecimiento: “Esto de no hacer ni siquiera un velatorio tiene que ver con eso”, declaró. Klimosvky, por expreso pedido suyo, no fue velado. Las cenizas fueron esparcidas en el mismo cementerio en el que fue cremado.

Dialogar y acordar
Por Carolina Vera, profesora del Departamento de Ciencias de la Atmósfera y los Océanos, vicedecana de Exactas.

Tener en su momento un decano como Klimovsky fue muy importante para los integrantes del centro de estudiantes de Exactas. Significaba poder tener diálogo y generar acuerdos en la forma de llevar la Facultad adelante con alguien con un proyecto mucho más cercano al nuestro, lo que hacía que las diferencias se vieran menos graves. Eran comienzos del 84; la mayoría del claustro de profesores era siniestra y una gran parte de los docentes auxiliares apática -con honrosas excepciones. Todavía no había nada que se pareciera a un Consejo Directivo.

Con Klimovsky pudimos tener reuniones antes de que asumiera y luego, ya oficialmente, como decano. Cumplió un excelente papel y nosotros, de la agrupación AEI, lo apoyamos en generar un curso de ingreso para 1984 dictado en la Facultad con docentes seleccionados por concurso y con veedores estudiantiles. No estábamos de acuerdo con él en algunos puntos, como por ejemplo su idea acerca del ingreso, para el que proponía una suerte de cupo, pero sí concordábamos en que aquellos que cursaban el ingreso eran estudiantes de la Facultad y no “ingresantes”.

También acordaba con nosotros -y por eso manifestamos activamente su apoyo- en la anulación de los concursos docentes del 82/83 y en la reincorporación de los docentes cesanteados por razones políticas. La acción más dura que llevó adelante, y en la cuál también lo acompañamos, fue la designación de los directores en departamentos docentes que resultaban especialmente conflictivos. Gracias a él, la Facultad tuvo gente como Roberto Fernández Prini o Héctor Maldonado.

Si bien muchas veces lo veíamos, desde nuestro compromiso militante, como un intelectual un poco distante de la realidad social, tanto él como nosotros fuimos capaces de priorizar acuerdos por sobre diferencias.

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Coherencia y compromiso
Por Raúl Carnota, graduado de Exactas, especialista en epistemología e historia de la ciencia.

Poco después de la Noche de los Bastones, algunos profesores renunciantes habían formado una red de Centros de Estudios. Fue en el de Ciencias, donde escuché por primera vez a Gregorio Klimovsky, en un curso de Fundamentos de las Matemáticas, tema que, como otros, había quedado excluido de nuestra formación en la Facultad. Desde aquellas clases hasta el último encuentro en su casa, hace poco más de un año, a raíz de un reportaje para un proyecto de historia, nunca me abandonó la fascinación por sus charlas, que quería que nunca acabaran. Puesto a elegir una imagen entre tantas, me remonto a 1984, cuando Klimosvsky era decano normalizador de la Facultad. Desde el Centro de Graduados acompañábamos su proyecto, participando en el Consejo Asesor. Una mañana, en el decanato, antes de entrar en tema, nos contó que recién llegaba de Córdoba, donde había encabezado la delegación de la Conadep, que pretendía ingresar por primera vez a reconocer el campo de concentración denominado La Perla. Los militares no querían dejarlos pasar y fue el coraje personal y la estatura moral de Klimovsky la que forzó el ingreso. En ese momento pude admirar ese ser humano íntegro que, con la misma coherencia y compromiso con la que encaraba su militancia académica en pos de la reconstrucción progresista de la Universidad (que poco después le valió su desplazamiento como decano por parte de la trenza franjamoradista), venía de ejercer con valentía su militancia política ciudadana.

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Recuerdos del Maestro
Por Olimpia Lombardi, profesora de la Facultad de Filosofía y Letras UBA, discípula de Klimovsky.

Conocí a Klimovsky en 1989 cuando, harta de la electrónica, había empezado a cursar materias en Filo. Era la primera vez que Klimovsky dictaba “Historia de la Ciencia” y no me la quería perder, si bien en ese momento no soñaba con dedicarme a la filosofía. Fue una gran decisión, porque ese curso me abrió la cabeza. Y porque pude conocer a Klimovsky, no sólo como el gran maestro que siempre fue, sino también en algunas facetas personales cuando, al llevarlo a su casa en auto, me hablaba de su familia, de sus padres, de su querido hermano León. En uno de esos viajes le comenté que, en realidad, yo no estaba siguiendo la carrera, sino sólo cursando las materias que me interesaban. Y él me dijo: “Usted tiene que terminar la carrera, ¡no sabe qué importante es tener una doble formación!”.

Desde entonces lo seguí en todos sus cursos en Filo, y él fue mi director de tesis de licenciatura y de doctorado. Recuerdo mi entrevista de admisión al doctorado. Luego de escuchar mi presentación sobre “El problema del determinismo en física”, uno de los miembros de la comisión de doctorado me preguntó: “Usted habla de mecánicas clásica, estadística, cuántica…, pero, ¿qué tiene de filosófico el tema?”. Mientras yo trataba de articular una respuesta, Klimovsky intervino: “Cuando Carnap presentó su tesis en la facultad de ciencias, le dijeron que eso no era física y lo mandaron a la facultad de filosofía. Y cuando la presentó en la facultad de filosofía, lo mandaron nuevamente a ciencias. Sin embargo, la obra de Carnap no es precisamente irrelevante en la filosofía del siglo XX”. Nadie osó replicar.

Finalmente obtuve mi doctorado. Hoy me dedico a la filosofía de la física, y mi doble formación fue y sigue siendo central en mi carrera. Klimovsky tenía razón. Como siempre.

Fuente: El Cable Nro. 714

 

Armando Doria