A desenterrar el pasado

Arqueólogos y físicos trabajan juntos para desentrañar el ayer. En la Argentina ya han colaborado en la detección de estructuras enterradas en Floridablanca, enclave fundado por la corona española en el siglo XVIII, en Santa Cruz. Recientemente obtuvieron el mapa de un complejo habitacional de Palo Blanco, Catamarca.

25 de febrero de 2008

Julio de 2007. Es una mañana muy fría en Fiambalá, Catamarca. Cinco investigadores de la Universidad de Buenos Aires y del CONICET ultiman todos los detalles antes de partir hacia la localidad arqueológica de Palo Blanco, que fue uno de los primeros caseríos del Noroeste Argentino. A bordo del jeep ya cargaron el instrumental, los víveres, y todo lo necesario para iniciar una larga jornada de trabajo. Una hora y media de viaje por un camino dificultoso, hasta que finalmente llegan al sitio donde hace unos 1800 años vivió una sociedad agro-pastoril.

Es una zona desértica, con un cordón montañoso como telón de fondo, y algunos pequeños arbustos desparramados en ese suelo que a diario soporta una alta amplitud térmica y fuertes vientos. Ese paisaje será su oficina de trabajo durante nueve intensos días. Debajo de sus pies se hallan -según sus deducciones- restos de nuestros antepasados, que no ven la luz desde hace siglos. Desenterrar estos tesoros requiere de una planificada cirugía. Precisamente, ésta es la labor en la que físicos y arqueólogos
concentrarán su atención hasta las cinco de la tarde. La tarea tampoco termina allí. De vuelta al hotel en Fiambalá, el equipo de científicos seguirá estudiando en sus computadoras los datos obtenidos en el día de exploración.

Ellos están llevando a la práctica la arqueogeofísica, una metodología que suma lo mejor de dos disciplinas, con el mismo desafío: descifrar el ayer. “El acceso a la excavación de un sitio arqueológico no siempre es sencillo. De hecho, los sitios históricos o las estructuras ubicadas bajo desarrollos urbanos no siempre son accesibles, y los métodos geofísicos son una alternativa para estudiar lo que subyace, sin tener que intervenir el sitio”, señalan la doctora en física Ana Osella de la Facultad de Ciencias Exactas y Naturales (FCEyN) de la UBA, y el doctor José Luis Lanata, profesor del departamento de Ciencias Antropológicas de la UBA, en el libro “Arqueogeofísica.
Una metodología interdisciplinaria para explorar el pasado”.

Indiana Jones, el legendario personaje cinematográfico que corre aventuras por doquier, seguramente no ha contado con los beneficios de esta metodología, que ahorra no pocas vicisitudes. ¿Quién no desearía, antes de excavar en busca de una reliquia, tener en sus manos un mapa que detalle el panorama escondido debajo de la tierra? Hacer visible lo que se halla sepultado bajo la superficie es precisamente el objetivo a cumplir.

“Con distintos métodos geofísicos obtenemos imágenes de alta resolución a partir de observaciones en superficie. De este modo se busca determinar qué estructuras se hallan debajo. Esto le sirve a un arqueólogo, porque le brinda una idea general cuando quiere encarar una excavación. Le ofrece información para determinar cómo empezar a hacerlo y le ahorra tiempo al indicarle dónde tendrá más probabilidades de hallar restos”, indica Osella, directora del Laboratorio de Geofísica Aplicada y Ambiental de la FCEyN-UBA. A este grupo también pertenecen Néstor Bonomo, Eugenia Lascano, Luis Martino y Victoria Bongiovanni, quienes junto con Osella y la arqueóloga Norma Ratto, del Museo Etnográfico de la UBA, in tegraron el equipo que logró, finalmente,obtener el mapa del complejo habitacional de Palo Blanco, en Catamarca.

Todos ellos coinciden en subrayar que con esta herramienta analítica fue posible diseñar la estrategia de excavación más adecuada, que permite delimitar la extensión y ancho de los muros, que estaban deteriorados por la acción de distintos agentes erosivos. Acceder a estos frágiles tesoros casi con guantes de seda es uno de los logros de la arqueogeofísica, y según destacan en el libro: “Es de esperar que, así como se ha generalizado en otras partes del mundo, se convierta en nuestro país en una metodología habitual que contribuya a la investigación arqueológica, favoreciendo simultáneamente la preservación del patrimonio cultural”.

Tras los rastros del ayer

Casi dos años de investigación les llevó elaborar el mapa de un sector de la localidad arqueológica de Palo Blanco, un asentamiento de 1800 años de antigüedad. Según estudios previos, se habían registrado cinco núcleos habitacionales que dejaban lugares abiertos entre unos y otros, y que, en conjunto, cubrían un área aproximada de cinco kilómetros cuadrados. De una de las unidades habitacionales, denominada NH-3, nunca antes se habían realizado excavaciones. E inquietaba conocer más datos.

Georadar, métodos electromagnéticos, datos de tomografía eléctrica, y del sistema de posicionamiento global (GPS, por su sigla en inglés) fueron algunas de las herramientas empleadas por los físicos en el terreno que sería auscultado. “El sector abarcaba unos 120 metros cuadrados de superficie y dos metros de profundidad. El tema principal es que, para poder ver algo, debíamos obtener una buena resolución, del orden de los 20 a 30 centímetros. Esto lleva a tener una grilla de mediciones con separaciones muy pequeñas. Se debe barrer un espacio muy amplio, con pasos muy chiquitos”, describe Osella, que es investigadora principal del CONICET.

En este sentido, Ratto precisa: “La selección del lugar donde aplicar las técnicas geofísicas la determina el arqueólogo sobre la base del análisis de la información disponible, como la distribución y densidad de artefactos en la superficie, entre otros”. Y agrega que la “geofísica es una técnica que se aplica a problemas arqueológicos. No es un fin sino un medio, que ayuda a la intervención de un sitio”.

Los investigadores hacen uso de diferentes equipos. Por ejemplo, recorren una pequeña área con un georadar, que se parece a una cortadora de pasto. El aparato envía una onda electromagnética y recibe el eco de esa señal. Con estos datos, se pueden detectar discontinuidades en las propiedades dieléctricas del medio. También se realizaron tomografías eléctricas. “Estos equipos permiten detectar anomalías en el terreno, es decir, alguna estructura diferente, como un muro, parte de una vasija o una piedra. Con esta información se construyen mapas de estructuras que supuestamente están debajo de la tierra”, puntualiza Osella.

Dedican horas y horas de trabajo de campo a tomar mediciones, pero éstas también requieren ser chequeadas. Siempre está latente el temor de que la tarea haya sido en vano. Entonces se lleva a cabo un pre-análisis, es decir, una revisión de los datos para asegurarse de que ofrecen resultados razonables y que se usaron los parámetros adecuados. Más tarde, ya de regreso en Buenos Aires, se hará la interpretación final.

Aun comprobado que todas las mediciones son correctas, tampoco es simple distinguir detalles del terreno. “Generalmente, los objetos arqueológicos están hechos con el mismo material que se saca del medio ambiente. A lo sumo, es distinta la compactación. Si se trata de un muro de adobe, éste es de barro. Si el objeto enterrado es una vasija, también es de barro. El desafío es cómo distinguir barro de barro. En cambio, si se busca agua en un medio poroso, habrá contraste”, compara, y subraya: “Se deben usar varios métodos para poder compaginar los datos”.

A flor del terreno también se resuelven algunas dificultades que pueden presentarse. “El hecho de que haya arqueólogos en el lugar permite hacer pequeños testeos, y hacer verificaciones en caso de que haya anomalías fuertes. Por ejemplo, se encontró algo alineado que podía ser un muro. La arqueóloga Ratto empezó a excavar, sacó algunos tiestos, y finalmente apareció el muro tal como habíamos marcado en el mapa”, relata. En general, suele comprobarse que cuando se detectan objetos con ángulos rectos, éstos fueron construidos por el hombre. “La naturaleza no tiene ángulos rectos”, destaca.

El caso de Palo Blanco es el más reciente, pero no el único, puesto que los científicos han trabajado en distintos puntos del país, como el predio de las Misiones Jesuíticas de San Ignacio, en Misiones. “Hicimos un estudio de la zona donde se pretendía construir un centro de interpretación, para descartar que debajo de ella hubiera remanentes arqueológicos”, relata.

Floridablanca, caso pionero

Pero el primero de todos los estudios realizados por Osella tuvo lugar en el año 2000 en Santa Cruz, más precisamente en Bahía San Julián. Allí, la corona española en el siglo XVIII fundó el sitio “Nueva colonia y Fuerte de Floridablanca”. “Este trabajo fue el pionero -recuerda-. Los arqueólogos Lanata y Ximena Senatore nos vinieron a proponer participar en el estudio. Fue un caso testigo, el primero que utilizó métodos geofísicos intensivos en arqueología, y se obtuvieron muy buenos resultados. Fue más experimental que los realizados posteriormente, porque no teníamos todo el equipo actual, y, además, porque no sabíamos si podíamos detectarlo”.

La tarea por delante era reconstruir este enclave ocupado entre 1780 y 1784, y del cual se poseía un plano del Fuerte, que databa de 1781. Por datos históricos se sabía que este sitio fue poblado por unas 150 personas aproximadamente, entre funcionarios, tropa, maestranza, presidiarios, marinos y familias de labradores. Este emplazamiento no sólo se creó para la defensa y poblamiento de las posesiones más australes de la corona, sino que “fue un ensayo en estas nuevas colonias de algunas de las ideas vinculadas al movimiento ilustrado en España, y por lo tanto, de la modernidad”, detallan Senatore y Silvana Buscaglia, ambas del Instituto Multidisciplinario de Historia y Ciencias Humanas del Conicet, quienes realizaron este trabajo junto con Victoria Bongiovanni, Matías de la Vega, Eugenia Lascano, Patricia Martinelli y Osella, de la FCEyN.

El proyecto español fomentaba la igualdad entre los hombres, la agricultura como principal fuente de riqueza y felicidad, y la familia patriarcal como unidad primordial de la sociedad, según señalan los investigadores. Más allá del espíritu que se le quiso imprimir a este enclave, físicamente tomaba la forma característica del trazado español, es decir las edificaciones se ubicaban en torno a una plaza central.

“Sobre el diseño del asentamiento de San Julián, el único plano histórico que existe es el del Fuerte. De acuerdo con la secuencia constructiva relatada en la documentación, su construcción se inicia en la primera semana de enero de 1781 y culmina a mediados de abril de ese año. En el plano histórico se representa al fuerte con un claro diseño militar y rodeado perimetralmente por un foso. La estructura medía 50 metros de lado e internamente estaba organizada en forma de cuadrado, con un espacio abierto central donde se localizaba una cocina y a los laterales cuatro cuarteles”, indicaron. Según datos históricos, la corona española construyó y asignó a cada familia una vivienda idéntica en dimensiones, unos 30 metros cuadrados en los que se distribuían una cocina, un dormitorio y un corral.

Tanto en Palo Blanco como en Floridablanca, los trabajos llevaron varios años. En Santa Cruz, las investigaciones arqueológicas del sitio comenzaron en 1998, y en 2000 se iniciaron los estudios geofísicos para caracterizar la zona. En el 2003 se realizó la prospección geofísica del ala sur, un sector de unos 600 metros cuadrados. Los investigadores observaron una gran regularidad en las viviendas detectadas. Al menos tres de ellas eran similares en forma, tamaño, arreglo del espacio interno y materias primas utilizadas. Así, la construcción reproducía uno de los principios que rigieron el ordenamiento social de esa colonia: la igualdad.

Cucharín teledirigido

Con los planos en mano, que delinean lo que se halla bajo los pies, los arqueólogos pueden iniciar las excavaciones en forma más precisa. Es como si el cucharín estuviera teledirigido al lugar indicado, adonde llega velozmente, con grandes paladas, para aminorar su ritmo a medida que se acerca al resto arqueológico. De esta manera, el tesoro tan buscado no sufre daño alguno. “Es espectacular cuando, con el mapa elaborado a partir de los datos geofísicos obtenidos, se va al campo, se excava y se comprueba que el mapa reproduce lo que los arqueólogos hallan. Es fantástico”, dice Osella.

¿Cómo resultó el trabajo conjunto entre arqueólogos y geofísicos? “Nos costó un tiempo encontrar un lenguaje compatible -dijo Osella-, pero, cuando lo hallamos, todos ganamos, porque se abre un panorama distinto con otras visiones”. Tan diferente es la óptica, que la excavación a ciegas quedó definitivamente enterrada en el pasado.

“Vuelve el alma al cuerpo”
Así describe la sensación que experimenta al hallar lo buscado la doctora Norma Ratto, del Museo Etnográfico Juan B. Ambrosetti, e investigadora docente de la Facultad de Filosofía y Letras (UBA), que tuvo a su cargo la labor arqueológica en Palo Blanco, Catamarca.

– ¿Cómo es un día de campaña en Palo Blanco?

– Las actividades académicas nos dejan poco margen para la realización de campañas en terreno, por lo que no se puede “elegir” el mejor momento, sino que se va cuando “se puede”. Esto significa dedicar las vacaciones al trabajo, que generalmente son las de invierno o las de verano. Estamos trabajando en una localidad donde los inviernos son muy fríos, con predominio del viento zonda, y los veranos muy calurosos. No son las mejores estaciones para realizar el trabajo de campo. Con el equipo geofísico hemos trabajado en los meses de julio y agosto, por lo que soportamos temperaturas muy, muy bajas en terreno. En particular, durante este invierno, trabajamos con varios grados bajo cero. Esto obliga a maximizar los horarios desde las 10 a las 17 horas, aproximadamente. Antes o después es casi imposible trabajar, y que el trabajo rinda.

– ¿Cuáles son las mayores dificultades de su trabajo?

– La investigación de base necesita de subsidios para poder financiar las campañas que cada día se hacen más costosas. Salvo algunas excepciones, los montos de los subsidios no están acordes a los gastos que demanda una campaña, cuando hablamos de un número importante de personas y equipo que se deben trasladar grandes distancias.

– ¿Qué instrumentos utilizan?

– El kit de un arqueólogo para el trabajo de campo está compuesto por utensilios utilizados por otros oficios. Usamos pinceles, cucharines, espátulas, bisturís, niveles, cintas métricas, plomadas, cordeles, baldes de albañil, zarandas. Además, un instrumental de medición compuesto por estaciones totales, niveles ópticos, GPS, brújulas, altímetros, entre otros.

– ¿Qué les aportó la geofísica en su trabajo?

– El trabajo interdisciplinario con los geofísicos permitió realizar prospecciones no invasivas. En Palo Blanco pudimos contar con un “mapa virtual” de las estructuras arquitectónicas enterradas, sin visibilidad en superficie, hecho que nos permitió generar e implementar un diseño de excavación dirigido. Esto redunda en la intervención del sitio con mayor certeza.

– ¿Y cómo es la sensación cuando se descubre lo buscado?

– Realmente el alma vuelve al cuerpo. Por lo que comentaba anteriormente, el esfuerzo realizado es muy grande, tanto físico como económico, y uno siente que valió la pena todo ese esfuerzo para construir la historia cultural regional.

Fuente: Exactamente Nro. 38

Cecilia Draghi