
Humo en Buenos Aires
La quema de pastizales en el Delta cubrió de humo el área metropolitana durante varios días. La información difundida desde los organismos oficiales y los medios de comunicación generó confusión sobre los efectos en la salud de la población. Enrique San Román, investigador del Inquimae, y Alberto Tolcachier, médico especialista en alergia e inmunología, clarifican aquí algunos aspectos del problema.
Desde principios de la semana del 14 de abril de 2008 el humo invadió la ciudad de Buenos Aires. Se había originado, según se dijo, en incendios de pastizales producidos en las islas del Delta del Paraná, al norte de la provincia de Buenos Aires y sur de Entre Ríos, que abarcaron más de 79 mil hectáreas.
Esas quemas, cuyo objetivo es desmalezar los terrenos y recuperarlos para la agricultura y la ganadería, suelen ser habituales, pero en esta oportunidad el fuego se descontroló y las condiciones meteorológicas fueron adversas. Además, la extensión del área incendiada dificultó las tareas de extinción de los focos. Lo cierto es que el tema ocupó, durante varios días, un espacio central en los diferentes medios de difusión masiva. Más allá del origen de los incendios y de la forma adecuada para controlarlos, un aspecto central de la discusión fue el de los efectos del humo en la salud de la población.
“Si bien los organismos públicos alertaron sobre la gravedad del episodio, y los medios brindaron una amplia cobertura, no siempre la información fue adecuada”, afirman los doctores Enrique San Román, investigador de la Facultad y Alberto Tolcachier, médico especialista en alergia e inmunología. En efecto, los medios tendieron a minimizar los efectos del humo, y afirmaron que no era tóxico.
“El hecho de que se trate de materiales vegetales no significa que las emisiones no sean tóxicas”, advierten San Román y Tolcachier, y destacan: “Como la combustión ocurre en condiciones no reguladas, la emisión de contaminantes suele superar a la de los combustibles fósiles en motores y sistemas de combustión eficientes”. Las partículas grandes reducen la visibilidad y son el componente observable de la contaminación, es decir, la columna de humo que persistió durante días en la región, pero no ingresan al aparato respiratorio. Sin embargo, el humo contiene partículas muy finas que resultan respirables y, en consecuencia, pueden producir problemas respiratorios.
En general, la quema de combustibles fósiles -gas natural, petróleo y carbón- libera gran cantidad de gases y material particulado que permanece en suspensión en la atmósfera. La quema de biomasa, como es el caso de los pastizales, también libera los contaminantes típicos de la combustión y otros específicos del material que se está quemando. Fundamentalmente monóxido de carbono, hidrocarburos parcialmente quemados y diversos tipos de partículas.
“La experiencia señala que, al menos cuando la contaminación proviene del transporte automotor, una alta emisión de monóxido de carbono va acompañada de una alta proporción de partículas, y éstas suelen ser mucho más peligrosas, por su carácter tóxico, que el monóxido de carbono”, dice San Román, que es investigador del Conicet en el Inquimae.
Gases tóxicos
Si la presencia de monóxido de carbono es muy importante, y la quema de combustible se produce en un espacio cerrado, los efectos en la salud son muy graves y pueden llevar a la muerte. Pero si ocurre en espacios abiertos, los efectos son más leves y reversibles. “El monóxido de carbono limita el transporte de oxígeno en la sangre, y ello se debe a su gran afinidad por la hemoglobina, la proteína de los glóbulos rojos encargada de transportar oxígeno”, dice Tolcachier, que es jefe del servicio de Alergia del Hospital Durand.
Ese gas es incoloro, inodoro e insípido, y sólo puede ser percibido a partir de sus efectos sobre el acarreo de oxígeno, cuando la persona afectada comienza a experimentar una irrigación deficiente en la corteza cerebral. En general, los síntomas incluyen cefaleas e irritabilidad, pero también otros efectos neurológicos imprecisos.
Las personas más perjudicadas son las que desarrollan sus actividades en la calle, como policías, porteros, floristas, que están expuestos durante muchas horas a niveles elevados de ese gas. Por otra parte, quienes padecen una enfermedad coronaria, así como las embarazadas y los niños son más susceptibles a los efectos del monóxido de carbono. Las embarazadas necesitan oxígeno para pasarle al bebé, y los niños consumen más oxígeno para su desarrollo y crecimiento.
Pero ¿cuáles son los niveles que pueden aceptarse? Para el monóxido de carbono, la legislación sobre calidad del aire admite una concentración de nueve partes por millón (9 ppm) mientras la exposición no supere las ocho horas, y de 35 partes por millón (35 ppm) para períodos de exposición que no superen una hora. Una parte por millón es una parte de monóxido de carbono en un millón de partes de aire.
Dado que los valores fueron persistentes, debería haberse informado el promedio de ocho horas, que “seguramente debe haber superado los valores permitidos por las normas”, indica San Román.
Partículas peligrosas
Pero, mientras que las exposiciones cortas a monóxido de carbono sólo producen efectos leves y transitorios, la contaminación con partículas puede tener consecuencias nocivas crónicas. Las partículas finas penetran en profundidad en el aparato respiratorio y causan procesos inflamatorios que reducen el calibre de los bronquios y afectan la función ventilatoria. Con el tiempo, las exposiciones habituales pueden derivar en enfermedades broncopulmonares y cardíacas serias.
En cuanto a los límites permitidos para la concentración de partículas suspendidas en el aire, hace veinticinco años la legislación establecía, en la ciudad de Buenos Aires, 0,5 miligramos por metro cúbico para exposiciones de 20 minutos, y un tercio de esa cantidad (0,15 miligramos por metro cúbico) para exposiciones de 24 horas. Sin embargo, la reglamentación actual establece que deben controlarse las partículas cuyo diámetro no supere los 10 micrones (0,01 milímetros), ya que son las que se pueden respirar. Estas se conocen como PM10 y, según la nueva legislación, no deben superar 0,15 miligramos por metro cúbico para exposiciones de 24 horas, y 0,05 miligramos por metro cúbico para exposiciones anuales.
En condiciones normales, las tres cuartas partes de las partículas suspendidas totales corresponden a PM10. Además, el 80 por ciento de PM10 está constituido por partículas muy finas, PM2.5, cuya concentración tolerable no está reglamentada ni en la ciudad ni en la provincia de Buenos Aires. Estas partículas muy finas son capaces de provocar afecciones pulmonares agudas y crónicas.
Durante los incendios en cuestión, la medición de partículas totales en suspensión, tal como fue hecha por los organismos oficiales, no responde a la legislación actual, sino que se basa en la antigua reglamentación, que contemplaba la cantidad total de partículas. La actual se refiere en forma exclusiva a las más pequeñas, que son las más peligrosas.
“Dado que las partículas muy finas son las más perjudiciales, debería haberse informado su concentración como promedio de 24 horas, especialmente durante los días de máximo deterioro visible de la calidad del aire”, destaca San Román.
Humos tóxicos
En los medios se repitió muchas veces que “el humo no es tóxico”, y la justificación era que provenía de materiales orgánicos. “El problema es que se confunde el rol del monóxido de carbono con el de los demás contaminantes presentes en el humo, que se originan en cualquier tipo de combustión de materia orgánica”, señala Tolcachier, y subraya: “Está establecido que el humo que proviene del tránsito vehicular es tóxico, como lo es el humo del cigarrillo, en el cual se aislaron miles de sustancias tóxicas”.
Por su parte, San Román agrega: “No se hizo ningún estudio para saber qué grado de toxicidad tienen las partículas, por lo que sólo podemos afirmar que no sabemos cuáles son sus efectos, pero no se puede decir que no sea tóxico”.
La toxicidad de las partículas depende de su cantidad, de sus propiedades físicas (tamaño) y de su composición química, es decir, de qué están formadas y qué otros compuestos químicos pueden vehiculizar. En efecto, pueden contener hidrocarburos aromáticos policíclicos (como el benzopireno) o metales pesados (como el plomo) que pueden inducir cáncer y otras enfermedades.
La inhalación de partículas puede tener efectos agudos o crónicos, que se manifiestan en forma de tos y dificultad para respirar, casos agravados de asma, bronquitis crónica y pérdida de la función pulmonar. El efecto de las partículas finas es mayor puesto que alcanzan a los alvéolos pulmonares, mientras que las más gruesas son retenidas por la tráquea y los bronquios, o simplemente en las fosas nasales.
Ante la inhalación de partículas, el organismo posee mecanismos naturales, como la tos, los estornudos, el barrido ciliar y la secreción de inmunoglobulinas de superficie, entre otros, que tienen la función de eliminar las partículas alojadas en las vías aéreas. Pero una persona que respirara 20 mil litros de aire por día, con una concentración de partículas respirables de 2 miligramos por metro cúbico, incorporaría cerca de 15 gramos de partículas al año. “Esa cantidad es muy grande si consideramos que se trata de sustancias tóxicas incorporadas directamente al sistema respiratorio, y los mecanismos naturales del organismo no dan abasto para expulsarlas”, dice Tolcachier.
Según se informó en los medios, la concentración de partículas suspendidas en las localidades cercanas a los focos de incendio era el doble que la registrada en la ciudad de Buenos Aires, aunque los valores de monóxido de carbono se mantuvieron bajos. “El problema es que, al no existir información sobre la distribución del tamaño de esas partículas, no se puede hacer un análisis certero de la situación”, dice Tolcachier, y agrega: “El hacer énfasis en el monóxido de carbono y sus valores bajos, se minimizaron los severos riesgos motivados por la inhalación de partículas”.
Es importante saber no sólo cuántas partículas hay sino de qué tamaño son para saber si se respiran y si quedan atascadas en las vías aéreas superiores o llegan hasta los alvéolos pulmonares.
En cuanto a las precauciones que debían tomarse, en los medios se dijo erróneamente que “los barbijos no sirven para evitar que el humo ingrese porque las partículas de monóxido de carbono pasan a través de él sin problemas”. Al respecto, San Román destaca que “el monóxido de carbono es un gas, las partículas son otra cosa”. Los barbijos no filtran las partículas finas ni los gases, pero sí las intermedias y las grandes.
Los investigadores enfatizan que el material particulado es el principal indicador de contaminación del aire en las ciudades, y en estudios realizados en los Estados Unidos, según un artículo publicado en New England Journal of Medicine, se encontró una correlación entre mortalidad y ese tipo de contaminación.
El humo de la quema de pastizales parece haberse disipado, pero la concentración de gases tóxicos y partículas provenientes del tránsito automotor forma parte del aire que respiramos a diario en la ciudad de Buenos Aires, por ello, para los especialistas, cualquier medida que se tome para mitigar esa presencia y evitar la exposición nunca será excesiva.
Fuente: El Cable Nro. 685