
Recuerdos de la muerte
Sara Aldabe es química, profesora de la Facultad e investigadora del INQUIMAE. Realizó sus estudios de grado y fue militante estudiantil entre principios del 72 y fines del 76. Frente a un nuevo aniversario del último golpe militar, recuerda el clima de opresión que se vivía, señala que la represión se desató antes de la dictadura y cuenta cómo era estudiar en Exactas en esa época.
– Cuando ingresaste en Exactas, en marzo del 72, el país era gobernado por la dictadura que encabezaba el general Lanusse, ¿cómo era estudiar en esa época?
– En ese momento la lucha era contra la dictadura pero esa dictadura comparada con lo que ocurrió después era una “dictablanda”. Acá teníamos como decano a Zardini, que era un conocido fascista. Era antisemita, hablaba de la sinarquía internacional. Hubo una historia muy interesante en el año 72. En Química Orgánica, un grupo de alumnos decidió hacer un paro para protestar por situaciones muy autoritarias que se vivían: había que anotarse para ir al baño, no podía haber más de dos alumnos fuera del laboratorio, había un montón de cosas así. Entonces Zardini le mandó una carta a los padres de los estudiantes diciéndoles que tuvieran cuidado, que sus hijos estaban siendo engañados por la sinarquía.
– ¿Funcionaba el Centro de Estudiantes?
– Había Centro de Estudiantes pero no era legal. Los centros habían sido declarados ilegales ya en la época de Onganía pero igual funcionaba y no era muy perseguido. La policía podía llegar a detenerte, a ficharte, pero no pasaba de ahí. Había un bolichito que habíamos tomado y era el lugar donde funcionaba. Ese año, incluso, se hicieron las elecciones en las que se unificaron los distintos centros que había en la Facultad. Y votaron más de mil personas.
– ¿Es decir que a pesar de la dictadura la actividad política era intensa?
– Desde ya. Me acuerdo que ese año hubo una gran toma porque Zardini cesanteó a 67 docentes, la mayoría del Pabellón I. Yo estaba acostumbrada a militar entre trotskistas, maoístas, stalinistas, algún socialista y en esa toma, de repente, dos tipos, ya más grandes, matemáticos, empezaron a cantar la marchita y todo el mundo se quedó sorprendido ¡¿Hay peronistas en Exactas?! Después, en el 73, todo el mundo era peronista. También había peronistas de derecha. Zardini mismo era peronista.
– Con la llegada de la democracia en el 73, ¿cómo era el funcionamiento de la Facultad?
– Era normal, totalmente. En otras facultades de la UBA hubo más batallas campales. Acá no. Solamente se la echó a la Dra. Albinatti, profesora de Química Analítica, que tenía una metodología de maltrato total además de una mediocridad galopante. La materia la cursaban 308 personas y 306 firmamos para que se vaya.
– ¿Cuándo se empieza a sentir la represión en Exactas?
– Al morir Perón y tomar la manija la AAA. Yo me acuerdo que estaba cursando Física III y en una de las aulas estuvimos escuchando el discurso de Ivanissevich (ministro de Educación), para ver qué se nos venía encima. Un bajón total. Asumió y a los pocos días lo pusieron a Ottalagano como interventor de la UBA. Ahí nos dimos cuenta de que todo estaba perdido.
– ¿Cómo empezó a manifestarse esta onda represiva?
– Primero tuvimos a la policía adentro de la Facultad. La 33 tenía una delegación acá. Se instaló donde habíamos tenido el Centro de Estudiantes. Después echaron a medio mundo, inclusive a Leloir. Salió un título en Crónica muy lindo: “Despiden a Premio Nobel”. Volvió Zardini. En el año 75 todavía pudimos hacer elecciones de Centro. Clandestinas, por supuesto. Hubo acuerdo entre las agrupaciones, y entonces las urnas pasaban por las aulas. Las urnas eran sobres que las chicas entrábamos en la panza, escondidas debajo de esas túnicas medio “hipposas” que usábamos. Incluso hubo un acuerdo con la policía por el cual cuando nosotros pasábamos por el subsuelo, ellos hacían la ronda por el 4to. piso. Hubo, por supuesto, poca cantidad de votantes.
– ¿Ustedes sentían que ésto era como un regreso a la dictadura anterior o ya veían que se venía algo mucho más pesado?
– No, veíamos que se venía algo mucho más difícil. Por ejemplo, nosotros no podíamos estar en la Facultad más que en los horarios que teníamos clase. Es más, en la libreta universitaria decía las materias que cursabas y los días y horarios de clase. Y vos sólo podías estar en esos momentos. Era una cosa muy represiva. Y los matones de la derecha estaban a la orden del día. Además como nos tenían identificados, a algunos de nuestros compañeros les dieron unas palizas bárbaras.
– Cuando se produjo el golpe, ¿sintieron una continuidad o un quiebre en cuánto al nivel de la represión?
– Yo no tengo la percepción de un quiebre. Zardini siguió un tiempo más. Ya en el 75 había compañeros nuestros, de la JP sobre todo, que habían sido asesinados. Otros habían decidido pasar a la clandestinidad. La situación era muy tensa desde antes. En el 75 me anoté para cursar Análisis III que era una optativa que tenía para la orientación. En esa materia, eran todos matemáticos o físicos y una química, que era yo. La gente se conocía entre sí. Y apareció un flaco al que no lo conocía nadie. Era un cana infiltrado para ver qué decíamos. Y entonces empezamos a acosarlo: “Decime el ejercicio sobre espacio normado, ¿cómo es?”. Y después lo señalábamos, hasta que finalmente se fue. Ya no podía estar más encubierto (risas). El control iba avanzando un montón. El golpe vino en marzo cuando recién empezaban las clases. Estábamos muy guardados porque la situación era terrible.
– ¿Les pedían los documentos para entrar a la Facultad?
– Por supuesto. Había que entrar con libreta universitaria y te revisaban que no tuvieras volantes, que no tuvieras prensa. La comisaría abarcaba una parte del sector en donde está ahora la guardia del Pabellón II frente al Playón Central y se extendía un poco hacia la librería del Centro. Tenían abierta la puerta y unos mostradores o mesas largas a los costados. Vos entrabas y tenías que poner tus cosas y te revisaban todo. Ponían mucha atención en los papeles, carpetas, cuadernos. Tenían bastante aprehensión a la prensa escrita.
– ¿Se enteraban de personas que desaparecían?
– Y sí, nos enterábamos. Algún compañero se acercaba y te decía, “se lo llevaron a tal y parece que tenía una libreta donde había gente”. A muchos los agarraban y los largaban en tiempos relativamente cortos. Por ejemplo, en el 77, estaban estudiando en la casa de un flaco, el dueño de casa, su pareja y otro chico más con la novia. El dueño de casa era un pibe que militaba en la JP y el otro militaba en la Fede. Los dos eran estudiantes de Química. Llega la policía, entra, los tiran, los golpean. El de la Fede era un tipo con mucha labia y empezó a decir, “esto no puede ser, es un atropello, yo lo conozco al general tal, y al general cual”. Él tiraba los nombres de los diarios nada más. Parece que lo agotó tanto al que dirigía el operativo que él y su novia zafaron y a los otros los metieron adentro y los torturaron. Pero por suerte a la semana los habían largado. Después se supo que un pibe de la JP que era el hijo del presidente de la DAIA, había caído con una libreta de direcciones y estaban estos chicos. Yo me enteré más que nada de casos como esos.
– ¿Esas cosas se hablaban en la diaria de la Facultad?
– Y depende del mundo en el que te movieras. Había gente que no se enteraba de nada. Yo me enteraba porque militaba. Conocía gente más grande que ya estaba graduada, que trabajaba en la CNEA, acá, en el INTI, y te contaban lo que le había pasado a uno, a otro. Se entró en un oscurantismo total y absoluto. Si bien yo me fui a La Plata a hacer el doctorado, la tesis la presenté acá, es decir que todavía tenía que seguir cursando materias acá. Pero era una desolación, una cosa vacía. Era muy triste venir.
– ¿Se palpaba el temor en las cursadas?
– Totalmente. Había gente que te miraba de lejos porque sabía que eras militante. Y vos entendías y aceptabas. Otra gente no quería saber nada, quería recibirse e irse a Estados Unidos. Esa fue la consigna de muchos.
– ¿Cuál era la posición de los docentes en esta etapa?
– Yo te puedo hablar de mi Departamento. Ahí hubo una pequeña luz en el 73, cuando vino gente que se había ido en el 66 pero que se volvió a ir en el 74. Era deprimente. Había un nivel académico y humano negativo. La mediocridad y el maltrato era lo que se imponía. La verdad es que era muy desagradable. No aprendías nada. Para pasar el examen tenías que estudiar y repetir lo que querían escuchar. Los docentes eran un desastre. De hecho ninguno de ellos pudo ganar un concurso después del 83.
– ¿Cuál era el clima que se vivía en La Plata, adonde fuiste a hacer tu doctorado?
– Yo quería hacer la tesis y no me quería ir del país. El mejor instituto de físico-química estaba en La Plata. Yo fui, pedí hablar con el director del INIFTA, le dije que quería hacer la tesis y el tipo aceptó. El clima que se vivía en La Plata era terrible. Nadie hablaba con nadie. La gente era cerradísima. Yo también era bastante parca. Trataba de no hablar para no deschavarme. Después me enteré de que La Plata era una ciudad muy castigada. Se habían llevado mucha gente.
– ¿Por qué no te fuiste al exterior?
– Porque soy cabeza dura, nada más que por eso. Porque yo creía y creo que a mí, este país, me pagó mi educación desde el jardín de infantes. Entonces yo no tengo derecho a irme y regalarle a un país capitalista desarrollado todo lo que el país me había dado. Ojo, yo sabía que mi vida no corría peligro. Yo no era una militante tan comprometida.
– Pero podías estar en una agenda
– Sí, es verdad, ¿pero sabés qué pasa?, cuando uno es joven piensa que es inmortal. Y mirá que mis padres vivían en Estados Unidos en esa época. Así que imaginate si habré tenido presiones para que me fuera. Y yo no quise, no me parecía justo. Y no me arrepiento ¿Se puede pensar que fue un exceso de confianza? Y sí, se puede pensar.
– Cuando mirás desde el hoy hacia aquella época ¿qué pensás, qué sentimiento te surge?
– Se me viene a la cabeza cómo aplastaron las ilusiones, las utopías que teníamos. Y lo peor es que esa amalgama que hicieron, aplastándonos, todavía está. Todavía la dictadura está. O sea, el modelo económico de la dictadura está, el modelo educativo de la dictadura, en gran parte, está. Cada sacada de cabeza que se pudo hacer, en el 73, cuando entramos en la democracia con Alfonsín, la aplastaron. Algo así como “callate y no pensés porque acá no hay nada que hacer”. Ese, creo que es el mensaje que siente la gente más joven. A veces, la gente que entra a la Facultad tiene un poco esa idea. Y si no, tiene la idea poco productiva de que está todo mal y entonces, “no sé pero me opongo”, no construyo un proyecto. Una diferencia muy grande que hay entre buena parte de la militancia universitaria actual y nosotros, es que nosotros teníamos un proyecto. Yo veo que eso hoy no existe. También hay otras cosas que vale la pena rescatar, no es que todo sea negativo. Pero me parece que la dictadura pasó y dejó su marca. A mí me duele ver lo que pasó. Confío en que alguna vez surja alguna propuesta nueva, porque de estas situaciones yo creo que se sale con propuestas totalmente nuevas, no con modelos ya establecidos.
Fuente: El Cable Nro. 739