Un método que resultó ser un mito

Mientras prestigiosos investigadores reconocen que no hay una receta para hacer ciencia, en la escuela todavía se enseña el método científico como una serie de pasos rígidos. Según los expertos, esto aleja a los pibes de la ciencia y les hace creer que las únicas ciencias son las naturales.

20 de noviembre de 2008

Primero la observación del fenómeno, después el planteo del problema, a continuación la formulación de la hipótesis, luego el experimento y, finalmente, la conclusión, teoría o ley. Así se prescribió durante siglos –y así todavía se enseña en la escuela- la manera en que se debe hacer ciencia. De acuerdo con esta norma, quien no sigue meticulosamente ese método de cinco pasos no actúa de una manera “científica”. Pero, si este precepto se tomara en serio, quizás podría arribarse a una curiosa conclusión: que, en la realidad, nadie trabaja científicamente.

“En el laboratorio no se sigue una receta aprendida, sino que te guiás por la experiencia que te da la práctica”, reconoce el doctor Eduardo Arzt, investigador del Conicet en la Facultad de Ciencias Exactas y Naturales (FCEyN) de la UBA. “No hay una manera única de investigar, no seguís un orden preestablecido”, coincide el doctor Alberto Kornblihtt, también investigador del Conicet en la FCEyN.

La historia de la ciencia está repleta de casos en los que un investigador llega a una conclusión válida a partir de datos insuficientes y de poca o ninguna experimentación. Sin embargo, hasta hace pocas décadas, muchos filósofos de la ciencia sostenían que la aplicación estricta del método científico es lo que posibilita distinguir a la actividad científica de otras ocupaciones humanas: “Cuando les decimos a los docentes que el método científico no existe se desconciertan, porque la existencia del método es lo que les permite diferenciar lo que es ciencia de lo que no es”, consigna la doctora Elsa Meinardi, Secretaria Académica del Centro de Formación e Investigación en Enseñanza de las Ciencias (CEFIEC) de la FCEyN.

Los criterios de demarcación de lo que corresponde al campo del conocimiento científico están en permanente debate y han llevado a postular que, por ejemplo, el psicoanálisis de Freud y el materialismo dialéctico de Marx incurrían en errores metodológicos que autorizaban a incluirlos dentro de la categoría de pseudociencias. “El conocimiento científico se caracteriza por estar en permanente revisión, es decir, no es dogmático”, señala Kornblihtt, y añade: “si se confunde aquello que tiene cierto soporte de evidencia o de razonamiento con aquello que es mera elucubración o especulación, nos alejamos de la ciencia”.

En las últimas décadas, la vieja versión de que existe un método científico “ideal” fue paulatinamente sustituida por una perspectiva más amplia: “No hay un método científico único, hay numerosas metodologías científicas. Un día hice una lista y conté cerca de 64 métodos”, ilustra el epistemólogo Gregorio Klimovsky, uno de los mayores especialistas latinoamericanos en filosofía de la ciencia.

Esta mirada plural ha permitido incorporar al “rubro científico” a otras disciplinas, como, por ejemplo, las pertenecientes a las ciencias sociales: “Es ciencia lo que cada comunidad de científicos reconoce como tal”, sostiene el biólogo Leonardo Gonzalez Galli, docente e investigador del CEFIEC, “y esto se materializa a través de la aceptación o rechazo de los trabajos de investigación que son enviados a las publicaciones de prestigio que tiene cada disciplina”.

No obstante, en los contenidos escolares –e, incluso, en algunos libros de texto- todavía subsiste, de manera más o menos explícita, la concepción anacrónica del método científico: “Encorsetar la enseñanza del concepto ‘científico’ en una estructura que no es real puede parecer inofensivo, pero es bastante nocivo para los chicos”, advierte Andrea Revel Chion, docente e investigadora del CEFIEC, y aclara: “No sólo porque empobrece a la ciencia mostrándola poco interesante, sino porque esa mirada distorsionada acerca de cómo se trabaja en el laboratorio aleja a los pibes de la posibilidad concreta de elegir dedicarse a la ciencia. Además, les hace creer que las únicas ciencias son las naturales”.

Entretanto, a pocos metros del CEFIEC, cientos de personas que trabajan en numerosos equipos de investigación planean, discuten y realizan diferentes clases de experimentos prestando atención a “ciertas reglas prudentes”, como las define Klimovsky.

“Lo importante es que siempre haya una pregunta. Después, uno la responde por diferentes métodos y, a veces, incluso, sin una hipótesis previa”, sonríe Arzt. ”Yo creo que la investigación misma te va llevando por caminos por los cuales, finalmente y sin darte cuenta, terminás aplicando alguna metodología científica”, admite Kornblihtt.

Fuente: Publicada en el diario La Nación

Gabriel Stekolschik