
Zooplancton antártico, afectado por el calentamiento global
Investigadores de la Facultad de Ciencias Exactas de la UBA y de la Universidad de Córdoba advierten acerca de los efectos del aumento de la temperatura sobre el ecosistema marino de la Antártida. Los trabajos cuentan con el apoyo del Instituto Antártico Argentino.
La reducción de los hielos antárticos por el aumento de la temperatura está afectando a organismos microscópicos que son alimento de peces y de mamíferos marinos.
“En verano, cuando hay más derretimiento, el agua de mar se ve marrón por los sedimentos que los ríos de deshielo arrastran hacia la costa”, relata la doctora Verónica Fuentes, investigadora de la Facultad de Ciencias Exactas y Naturales (FCEyN) de la UBA. La excesiva cantidad de sedimento produce la mortandad del krill y también de las salpas, unos organismos semitransparentes y nadadores que filtran el agua para alimentarse de algas unicelulares, es decir, fitoplancton.
“La mortandad de estos organismos tiene consecuencias graves en el ecosistema”, subraya la doctora Graciela Esnal, investigadora del Conicet y directora del grupo de investigación. También destaca que todas las investigaciones en la Antartida han podido
realizarse gracias al apoyo permanente del Instituto Antartico Argentino.
El problema de las salpas es que son una bomba de filtrar alimento. “En la Antártida vimos que ese sedimento se acumula en el aparato digestivo y produce un taponamiento que los lleva a la muerte”, explica Fuentes, becaria postdoctoral del Conicet, y subraya: “Encontramos millones de ellos, varados en la costa, a lo largo de varios kilómetros”.
Los investigadores recolectaron las salpas y determinaron que habían muerto por asfixia. “También se ahogan cuando hay mucho alimento, por ejemplo, abundante fitoplancton”, aclara Esnal.
Pero esos varamientos no eran sólo de salpas, sino también de krill. Ahora la pregunta es por qué muere el krill. Fuentes señala: “Al estar en un ambiente con mucho sedimento se afecta su capacidad de filtración, se vuelven débiles y, sumado a la baja salinidad del agua, también provocada por el derretimiento, terminan por morir en masa”.
El impacto en el ecosistema antártico es grande. En ambientes costeros, el krill, al igual que las salpas, produce paquetes fecales que son alimento de diversos organismos. Además, desde las aves hasta los mamíferos marinos se alimentan de krill, y la mayoría de ellos no lo consumen cuando está muerto.
El krill y las salpas compiten por el alimento, y suelen alternarse. Las temporadas más cálidas en que hay muchas salpas, la población de krill es más pequeña. Pero, en las áreas costeras, el derretimiento de los hielos los afecta por igual, con graves consecuencias para el ecosistema.
Bombas de extracción de carbono
Las salpas cumplen una importante función ambiental. “Son como una bomba de extracción de carbono de la atmósfera”, destaca Esnal. Dado que consumen fitoplancton, incorporan el carbono y lo exportan hacia el fondo en sus paquetes fecales. Además, cuando mueren, también sus cuerpos se van al fondo del mar donde se conforma un depósito de carbono.
Las salpas son muy particulares. Como la mayoría de los miembros de la familia (los tunicados), son hermafroditas: cada individuo produce gametos de ambos sexos, que se unen para dar lugar a la descendencia. Pero los individuos que nacen de huevos son asexuados, y se reproducen por brotación. En síntesis, una generación se reproduce en forma sexual y la siguiente, en forma asexual. Lo importante es que la brotación genera un aumento muy grande de la población.
“Cada salpa que se reproduce por brotación da lugar a unos 800 individuos”, explica la doctora Cristina Daponte, docente en la FCEyN, que estudia la reproducción de estos organismos.
Lo cierto es que, en el mar abierto, la mayor temperatura del agua favorece el aumento de la población de salpas. Pero en las costas, mueren por la abundancia de sedimentos.
Pero las salpas no son las únicas que sufren los efectos del calentamiento global. También lo padecen unos parientes cercanos de éstas, pero que viven fijadas en el fondo del mar, las ascidias. “Hemos visto que, en un período muy corto, estas poblaciones están disminuyendo”, afirma el doctor Ricardo Sahade, investigador de la Universidad Nacional de Córdoba (UNC) y del Conicet, que integra el grupo que dirige la doctora Esnal. Lo curioso es que estas comunidades son muy estables y se han mantenido sin grandes modificaciones durante mucho tiempo.
Algunas especies que hasta hace poco eran dominantes son superadas ahora por otras más resistentes a la carga de sedimentos del agua.
“Algunos sostienen que estos cambios se deben a oscilaciones propias en las poblaciones, pero, si este proceso continúa, las comunidades antárticas se verán muy afectadas”, advierte Sahade.
Por su parte, el doctor Marcos Tatián, de la UNC, y miembro del equipo, señala que las colecciones de los museos de la Argentina y otros lugares del mundo permiten estudiar los cambios producidos comparando la diversidad actual en relación a los registros históricos y así determinar el posible reemplazo de unas especies por otras. “La pérdida de biodiversidad no se percibe en lo económico de manera inmediata, pero es grave en la medida en que se desconocen aún las posibles aplicaciones de lo que se pierde”, destaca.
De hecho hay un anticancerígeno que se obtuvo a partir de una ascidia del grupo de los didemnidos, la sustancia se denomina didemnina y se encuentra en fase de experimentación clínica.
Sahade concluye: “Cuando se pierde la biodiversidad, uno no sabe qué está perdiendo”.
Fuente: Publicado en La Nación el 18/09/2007