Volcanes en red

El Copahue, el Lanín y el Decepción son seguidos de cerca por científicos nacionales, en conjunto con grupos internacionales, para saber cómo funcionan y poder así anticiparse a una erupción. El próximo objetivo es incluir el Peteroa, ubicado al sur de Mendoza.

11 de febrero de 2008

“A las 17:30 horas del 4/12/67, tuvimos el sismo más fuerte detectado en el año, con los siguientes efectos: detención de estación transmisora, caída de tulipas de luz en la casa, caída de víveres y tubos de acetileno de casa de emergencia, derrumbe de Punta Murature y Punta Buen Tiempo. La primera erupción fue con emanación grande de vapor e, inmediatamente, expulsión de lava al aire en forma violenta, ceniza y vapor sulfuroso. Al percibir que los vapores sulfurosos aumentaron, se inició el abandono de la Base. Las bombas volcánicas alcanzan alturas de 1.500 a 2.000 metros, y posteriormente alcanzaron 6 millas al norte. La segunda explosión, de mayor intensidad, fue a las 20:30 horas del 4/12/67 en Bahía Teléfono. La tercera explosión fue con encendido de vapores explosivos, grandes desprendimientos de tierra y piedra que se elevaban entre 1.000 y 1.500 metros. Luego, calma. Los gases obligaron a usar toallas humedecidas en la nariz, camino a la pingüinera. Durante la calma, se observan intensas descargas eléctricas y fuertes truenos”.

Ésta es una parte del testimonio asentado por el jefe de la Base Decepción en la Antártida, hace cuarenta años. Precisamente allí, en la isla Decepción, que pertenece al archipiélago de las Shetland del Sur, se ubica uno de los puntos de la red de estudio de volcanes activos que se ha comenzado a tender en la Argentina, para saber cómo funcionan y poder así anticiparse a una erupción. “Decepción es el único lugar en el mundo donde se puede ingresar a un volcán con un barco. La isla es en sí un cráter, y una parte del flanco ha colapsado y está inundado por agua de mar, entonces pueden entrar buques de turismo. En la parte interna hay un área de playa y existe una zona con agua caliente donde es posible bañarse, en plena Antártida”, señala el doctor Alberto Tomás Caselli, director del Grupo de Estudio y Seguimiento de Volcanes Activos (GES-VA), de la Facultad de Ciencias Exactas y Naturales de la Universidad de Buenos Aires (FCEyN-UBA).

En la isla antártica Decepción, Caselli dirige el observatorio que trabaja en conjunto con científicos españoles durante la temporada de verano. En invierno es muy costosa la toma de datos sísmicos dado que “ese sitio requiere el desarrollo de equipos especiales que generen energías alternativas (eólica, solar), pues durante cuatro o cinco meses es de noche, con fuertes vientos que podrían deteriorar los equipos convencionales. Si bien es complicado, tenemos la idea de construir en la Argentina una estación sísmica de muy bajo consumo para que funcione a “disparos” durante todo el año, es decir, que no guarde el registro continuo sino sólo aquellos datos que excedan cierta amplitud”, agrega quien es además director del Departamento de Ciencias Geológicas de la FCEyN-UBA.

¿Nuestro país registra importante actividad volcánica? “Si bien la mayor cantidad de volcanes activos en la Cordillera de los Andes se hallan del lado de Chile -responde-, la Argentina posee un buen número de ellos. Recientemente, en el 2006, algunos lugareños nos comentaron que habría tenido actividad el Peteroa, que se halla al sur de la provincia de Mendoza, y el Copahue, ubicado en Neuquén, tuvo actividad en 1992, 1995 y 2000. Suponemos que esta actividad posiblemente va a aumentar con el tiempo”.

Justamente el volcán Copahue, por su historia eruptiva, es uno de los más activos del territorio argentino y representa un laboratorio natural para la investigación de estos fenómenos. Y es otro de los que se hallan bajo la lupa de este grupo de investigación, de reciente formación dentro del Departamento de Ciencias Geológicas de la UBA, en interacción con grupos de estudio de la Universidad de Granada (España), la Universidad Complutense de Madrid (España), el Observatorio Vesubiano (Italia) y la Universidad de Firenze (Italia). ¿Los objetivos a cumplir? Desarrollar los modelos de comportamiento de los volcanes, realizar el seguimiento y determinar los fenómenos precursores a una erupción.

“Cada volcán es distinto. Se puede tomar como base el comportamiento de otros volcanes, pero cada uno es único. Son diferentes tipos de magma y de estructuras que los controlan, y se deben estudiar de modo particular. La idea es comenzar a recopilar y obtener nueva información para tener parámetros de base con los cuales se pueda comparar en el futuro y detectar cambios o anomalías en el sistema volcánico. En la Argentina no tenemos antecedentes, a diferencia de otros países, que vienen trabajando desde hace 30 o 40 años en el seguimiento de un mismo volcán”, enfatiza.

Copahue a la vista

Por ejemplo, el Copahue, con sus casi 3.000 metros de altura, muestra en su cráter una laguna que despide extensas fumarolas y vapores con un gas muy ácido que enseguida afecta la garganta, la vista y el oído de los investigadores, quienes, por este motivo, lo estudian con protectores oculares y máscaras con filtro para respirar.

Tampoco los científicos osan tocar siquiera el agua de color gris verdoso que cubre un área de 200 metros de diámetro y una profundidad aproximada de 50 metros. Sólo para tener una idea del nivel de corrosión de esta laguna, basta sumergir los instrumentos de medición que son metálicos y enseguida se observará cómo quedan totalmente negros en cuestión de segundos. “Ahí no hay vida posible. De un flanco salen dos vertientes a 60 u 80 grados de temperatura, que son las nacientes del río Agrio”, precisa acerca de esta laguna generada por el deshielo del glaciar.

Este paisaje dantesco, sin embargo, genera un verdadero paraíso para la salud. “Lo beneficioso del Copahue son las termas, que por sus virtudes, se ubican como las primeras o segundas del mundo junto con las del Mar Negro. Tienen un alto contenido en azufre tanto el barro como el agua”, indica. De hecho, el poblado de Caviahue, situado en la falda del volcán, vive en gran parte gracias a esta posibilidad termal y ha sufrido algunos momentos de cierta tensión.

Tal es el caso de la última erupción, en el año 2000, cuando se registró una caída de cenizas que asustó y llevó a algunos a decidir autoevacuarse. Afortunadamente, la situación no llegó a mayores. “Nuestra idea es trabajar en escuelas para que la gente del lugar, unos 700 pobladores estables, conozca el sitio donde viven. La gente, al contar con información, tomará conciencia del peligro en su justa medida, su percepción del riesgo será distinta y esto ayudará a actuar en el momento de ejecutar los planes de contingencia”, evalúa.

El instrumental montado en el Copahue consiste en dos antenas sísmicas con doce sensores, conectados a una computadora central que registra datos en dos puntos distintos de la región y mide la actividad sísmica del lugar. “Hubo un terremoto bastante importante el 31 de diciembre de 2006 que saturó el equipo porque está regulado para movimientos más tenues, pero se tomaron una serie de réplicas. A raíz de este hecho, se obtuvieron muestras de gases fumarólicos y de agua para ver si el terremoto afectó al volcán. Queremos saber si estos sismos, que activan una serie de fallas geológicas, pueden abrir los conductos. Si es así, debería cambiar la geoquímica, se va a generar una serie de señales sísmicas débiles que, sin llegar a ser un terremoto, indican movimientos de gases, presiones internas en los conductos o efectos de resonancia por gases. Esta es la tarea que se realiza”, sintetiza.

Auscultar a este gigante requiere de estudios geológicos, sísmicos y geoquímicos. Pero también se lo sigue desde lejos. Con imágenes satelitales se estudia si el volcán sufrió alguna deformación en el último tiempo. Este trabajo lo realizan en conjunto con la Universidad de Cuyo. “Un sector del volcán se está expandiendo un centímetro por año, según las mediciones tomadas entre 2003 y 2006. Ahora tratamos de explicar por qué fue esta deformación”, puntualiza.

Desde octubre de este año y hasta el mismo mes de 2008, el equipo de Caselli también llevará a cabo un relevamiento geológico y ambiental en Copahue y Caviahue, financiado por la Fundación Williams. Se trata de elaborar un mapa geoambiental. “Se instalarán diez muestreadores en el pueblo para hacer una red que mida compuestos de azufre y de cloro en el aire”, detalla.

Lanín, Peteroa y algo más

También en la provincia de Neuquén se encuentra el inconfundible Lanín, donde el equipo de estudio instalará nuevo instrumental para seguir de cerca a este volcán que se puede decir que está dormido, pues sus últimas erupciones están datadas hace 2.100 y 1.600 años. Pero esto no quiere decir que esté apagado por completo. “Generalmente se considera que un volcán es activo cuando ha tenido actividad en los últimos 10.000 años”, indica.

Sin duda, cuanto más se conozca y se elabore la historia clínica de cada uno de los volcanes, mayores probabilidades habrá de tener una idea más clara ante qué panorama posible atenerse. De hecho, en el mundo, el proyecto VOLUME (Volcanoes Understanding Subsurface Mass Movement), que financia la Unión Europea, busca entender cómo se pueden determinar las señales que da el volcán en el momento en que hay movimiento de masas o fluidos.

“Cada país presenta un volcán de ejemplo, en nuestro caso es el Copahue, y todos dejan a disposición de los investigadores del resto de las naciones los datos recogidos para su análisis comparativo. Es una manera de aunar distintas investigaciones de diferentes lugares del mundo y así conocer mejor el funcionamiento de los volcanes”, explica.

En este camino de desentrañar lo que guardan los volcanes en su interior, el equipo dirigido por Caselli ambiciona sumar más casos. “En el futuro sería importante estudiar el Tupungatito y el San José, que al igual que el Lanín se hallan en estado posiblemente durmiente, pero, como están localizados a la latitud de la ciudad de Mendoza, podrían traer problemas en caso de erupción”, concluye.

Cenizas del Irízar
Eran las 22 del 11 de abril de 2007. En plena alta mar, el fuego comenzó a minar el rompehielos Irízar cuando retornaba hacia Buenos Aires, tras la finalización de la Campaña Antártica del Verano 2006/2007. Afortunadamente, no hubo que lamentar víctimas entre las doscientas personas a bordo de este gigante de más de una cuadra de largo, unos 119,30 metros de eslora. Pero en la nave, entre los numerosos objetos de valor, también se hallaba el equipamiento del observatorio volcanológico Decepción. “Había dos estaciones sísmicas, tres computadores portátiles, material de laboratorio y balanzas, entre otros elementos. Estamos a la expectativa para saber qué ocurrió con estos equipos. De todas maneras, la campaña 2008 se realizará. El instrumental que se utilizará es un problema aún no resuelto”, advierte el doctor Alberto Caselli.

Fuente: Exactamente Nro. 38.

Cecilia Draghi