
Los fantasmas del plástico
Alejandro Ariosti, tecnólogo principal del INTI, brindó una charla en la Facultad con el título: “Mitos y verdades sobre la migración de compuestos de los plásticos a los alimentos”. El experto defendió la utilización de estos materiales en la fabricación de envases para comestibles y sostuvo que no entrañan ningún riesgo sanitario.
A partir de la década del 70 los plásticos comenzaron a reemplazar los materiales más tradicionales en una creciente gama de actividades productivas. Hacia fines de los años 80 resultaba cada más frecuente observar alimentos en recipientes y envases de plástico, en lugar de los clásicos vidrio, papel y metal.
Sin embargo desde comienzos de la década del 90, numerosos artículos periodísticos y posteriormente insistentes cadenas de mails, alertaban a la población acerca del presunto peligro que implicaba la ingesta de comestibles y bebidas contenidos en envases de material plástico. La supuesta amenaza aumentaba, por ejemplo, al utilizar un “tupper” para calentar un alimento en un horno a microondas. Parecía estar en riesgo la salud y aun la vida de las personas.
Esta serie de denuncias, sumadas a distintas experiencias de gente que alguna vez consumió una bebida en envase de plástico, con alguna alteración en su sabor original, hicieron que en buena parte de la población circulara algún grado de desconfianza en torno de la relación de los plásticos con los alimentos.
Con el objeto de separar la información derivada del conocimiento científico, de los rumores y tergiversaciones, el Servicio de Higiene y Seguridad de la Facultad, en el marco del ciclo Jornadas de Divulgación sobre Seguridad Alimentaria, convocó al ingeniero Alejandro Ariosti, tecnólogo principal del INTI (Instituto Nacional de Tecnología Industrial) y director interino de INTI – Plásticos, para que brinde una charla que permita despejar las dudas que todavía existen en la población en torno de este tema.
La paja y el trigo
El experto empezó señalando que la migración es el pasaje de sustancias propias del envase plástico hacia el producto que contiene. Dicho más tecnicamente: “Es la transferencia de componentes no poliméricos de los materiales plásticos, hacia los alimentos envasados”.
En este punto vale realizar una primera aclaración, “el plástico” no existe. “En realidad, existen `los plásticos´ y son de muchas familias diferentes. Cuando decimos, por ejemplo, que un vaso es de plástico, en verdad queremos decir que la mayor parte de la masa de ese vaso es de un polímero de resina base de alto peso molecular. Puede ser polipropileno, cloruro de vinilo (PVC), policarbonato, o muchos otros. Hay muy poca probabilidad de que estas macromoléculas, que además están entrelazadas mecánicamente en el material, pasen al alimento”, explica Ariosti.
Sin embargo junto con los polímeros aparece en el material plástico una serie de componentes que son residuos de polimerización, como monómeros, entre otros, y también están los aditivos que son una serie de sustancias que se usan para otorgarle ciertas propiedades al material, como flexibilidad, color, resistencia a los mohos o a las bacterias, entre otras. “Tanto los aditivos como los residuos de la polimerización -señala Ariosti-, son sustancias de bajo peso molecular y en general pueden moverse dentro del material plástico y también pueden trasladarse desde el plástico hacia el alimento. Estos son los componentes que tenemos que estudiar para poder tener acotada su migración”.
Llegado a este punto y retomando el título de la charla, el tecnólogo afirmó que el primer mito que hay que destruir es el que indica que sólo con los plásticos se produce el fenómeno de la migración. La realidad es que no existe ningún material que no presente algún tipo de transferencia de componentes propios a los alimentos y eso incluye hasta los elementos que usaba el hombre primitivo, como la piedra tallada, juncos trenzados y la vejiga o pieles de animales. También allí se producía cierta transferencia. “La verdad es que no hay ningún sustrato en packaging que sea inerte, ni siquiera el vidrio, que presenta transferencias de cationes como el sodio o el potasio que hay que tener acotados”, sostiene Ariosti y agrega, “cuando tomamos un rico champagne en una copa de cristal, posiblemente algo de óxido de plomo ha pasado del cristal, que es un vidrio con alto contenido de plomo, hacia el champagne y además ha estado en botella de vidrio sódico- cálcico así que, sodio, potasio y algo de calcio o de magnesio vamos a encontrar seguramente en el champagne”.
Pero si la migración cero no existe, si es un objetivo imposible, ¿cómo se puede seguir disfrutando con tranquilidad de un sanísimo yogur, de un goloso dulce de leche o de cualquier otra comida envasada sin pensar que al consumirla estamos poniendo en riesgo nuestra salud?
Aptitud sanitaria
La aptitud sanitaria es una disciplina bastante reciente. Su desarrollo y consolidación comenzó hace no más de treinta años, justamente al mismo tiempo que los envases plásticos irrumpían masivamente en el mundo de los alimentos. En ese momento se hizo imprescindible determinar cuándo un objeto plástico, llamado envase, podía estar en contacto con la comida sin poner en riesgo la salud de las personas.
Entonces se establecieron los tres principios que un elemento debía cumplir para ser considerado sanitariamente apto. Los envases y materiales no deben ceder sustancias a los alimentos en cantidades que:
– sean un riesgo para la salud del consumidor,
– modifiquen la composición de los alimentos en forma inaceptable,
-cambien las características sensoriales de los alimentos de manera indeseable.
“Fíjense que no dicen que no debe haber ninguna sustancia. La realidad nos lleva a que siempre existe una cierta migración, entonces la idea es tratar de tenerla tecnológicamente lo más acotada posible, para que esa migración no sea un riesgo para la salud del consumidor, ni modifique el sabor del alimento”, describió Ariosti.
A partir de ese momento legislaciones nacionales y supranacionales (Unión Europea, Mercosur), comenzaron a establecer los requisitos que debían cumplir los materiales utilizados para la producción de envases. Así se fueron elaborando “listas positivas”, que son enumeraciones de sustancias que han probado ser fisiológicamente inocuas en ensayos con animales de laboratorio. Esas sustancias, entre otras características, deben cumplir con límites de migración total y específica, determinados previamente a partir de investigaciones llevadas a cabo por laboratorios y profesionales altamente calificados.
“Yo no sé si sabían -relata Ariosti- , que la mayor parte de los envases que ustedes consumen han pasado por una serie de sucesivos estadios de aprobaciones de distintas autoridades sanitarias. Es un trabajo bastante silencioso pero es bueno saber que estamos siendo protegidos y que estos envases y materiales deben aprobar muchos requisitos legales previos a su comercialización”.
Alarmas en la red
Una vez concluida la exposición general, Ariosti se propuso analizar el contenido de dos mails que circulan en la web, denunciando que el consumo de alimentos en envases de plástico, entraña un peligro para la salud de las personas. “La idea es tratar de llegar a ver qué hay de realidad y qué de falsedad en estas denuncias”.
El primer mensaje plantea que si se introducen los “tuppers” en un horno a microondas, al calentar la comida, se generan dioxinas que pasan del envase a los alimentos. Esta aseveración reviste una enorme gravedad ya que las dioxinas son compuestos tóxicos para el organismo que se cree que pueden provocar cáncer en el largo plazo. “Vamos a ver qué hay de cierto en esta denuncia -desafió Ariosti-. Los típicos “tuppers” son fabricados con polipropileno. Colegas de la Universidad de Santiago de Chile estudiaron las sustancias que se generan cuando se calienta polipropileno, por ejemplo un “tupper” en el microondas, y no encontraron realmente sustancias muy complicadas toxicológicamente, ni en concentraciones que fueran peligrosas para la salud humana. Pero entre las sustancias encontradas no figuran ni ácido clorhídrico, ni dioxinas”.
El segundo correo indica que estudios realizados en una universidad de Alemania detectaron la presencia de antimonio en aguas embotelladas en envases PET en una proporción de 550 PPT (partes por trillón), cuando en aguas prístinas se puede hallar una cantidad muchísimo menor, de apenas 2 PPT.
Posteriormente alertaba sobre el peligro que puede representar para la salud de los consumidores ingerir un líquido con semejantes concentraciones de ese elemento.
“Vamos por partes -señaló Ariosti-. Es cierto que en la fabricación del PET se utiliza un catalizador sobre la base de antimonio y que puede migrar al agua en las cantidades señaladas. Sin embargo, las propias normas de la Unión Europea establecen en 20.000 PPT el límite máximo de la migración específica de antimonio. Es decir, un tope 36 veces superior a los valores hallados en las aguas embotelladas en envases PET. Por lo tanto, la salud del consumidor no corre riesgo alguno”.
El autor del mensaje, para darle mayor dramatismo a la situación, agregaba que había dejado las botellas fuera de la heladera y al sol y que tenía miedo de intoxicarse si bebía de ellas. “Sabemos que el calor provoca un aumento de la migración, pero con valores 36 veces inferior al máximo tolerado, no hay ningún peligro. Tal vez al ingerirla pueda sentir algún sabor extraño en el agua, pero en ese caso, sería producto de la migración de otro tipo de sustancias, que si bien provocan un rechazo sensorial, no implican peligro para la salud”, explicó Ariosti.
Un aspecto sobre el cual el experto sí quiso llamar la atención es sobre el uso que suele hacerse de los films de resinite utilizados habitualmente para envolver alimentos, como fiambres en los supermercados, o para tapar la parte superior de las bandejas plásticas donde se venden comidas elaboradas. Resulta habitual que las personas en sus casas, o los vendedores en los comercios, calienten en un microondas esos alimentos cubiertos por el film. “Realmente no se recomienda que se introduzcan junto con los alimentos en un microondas. Son films que tienen muchos aditivos que les permiten adquirir una cierta adherencia, ustedes vieron que son como oleosos. Deberían ser vendidos con una rotulación que indicara que sólo se deben usar a temperatura ambiente o en refrigeradores, pero no en microondas y mucho menos en un horno convencional como yo he visto a algunos cocineros en televisión hacer un pan de carne, taparlo con el resinite y meterlo en el horno a más de doscientos grados. Están provocando que una gran cantidad de componentes no poliméricos que están en el plástico pasen al pan de carne. Esto no quiere decir que exista un peligro para la salud, pero sí que ese pan de carne va a contener una serie de sustancias que no deberían estar allí”, finalizó Ariosti.
Fuente: El Cable Nro. 655