Los científicos y el patrimonio nacional

En una conferencia ofrecida en el INQUIMAE, la microbióloga María Eugenia Farías habló de sus investigaciones del plancton de las lagunas de la Puna andina, enfatizando la necesidad de proteger el patrimonio genético de la Argentina, y de que los estudios de esos genes se realicen en el país. Destacó también la importancia de que los científicos den a conocer su trabajo a la sociedad.

11 de noviembre de 2010

María Eugenia Farías es una microbióloga del Conicet, repatriada en 2003, que estudia los ambientes extremos de altura. Su objeto de estudio son las lagunas que se encuentran por encima de los 3600 metros sobre el nivel del mar, en la Puna andina. Recientemente encontró allí estromatolitos, que son las formas de vida más primitivas de la Tierra y viven en esas aguas en condiciones extremas de salinidad, alta radiación ultravioleta, baja presión de oxígeno y muy escasa vegetación. Además de los estromatolitos vivientes, Farías también halló esos organismos fosilizados, cuya antigüedad se estima en unos 10 mil años, aunque todavía no han sido datados.

La importancia científica del hallazgo fue grande, pero lo más importante es que sirvió para que se propusiera que la laguna de Socompa y los ojos de mar de Tolar Grande sean declarados como reserva natural. De esta manera se protegerá un patrimonio microbiológico único que corría peligro ante la intensa actividad minera que presenta la zona.

Si la investigadora se hubiera limitado a publicar su paper en una revista científica y no le hubiera dado al hecho difusión en la sociedad, hoy nadie sabría que ese sitio estaba en peligro. “Pero resulta que me di cuenta de que esos ambientes estaban en un riesgo altísimo de perderse para siempre, por la minería, principalmente, y también por la contaminación”, relató Farías en una charla brindada en el INQUIMAE. Y prosiguió: “En el 2008 se había denunciado que el agua de la Laguna Socompa sería aprovechada por la minería chilena, más precisamente, por La Escondida, la mina de cobre más grande del mundo”.

Actualmente, esa empresa emplea las aguas del océano Pacífico, que debe desalinizar y trasladar a lo largo de 500 kilómetros, por el desierto de Atacama. Pero resultaba muy tentador disponer de agua dulce a sólo 15 kilómetros de la frontera con nuestro país. Por ello, ya se habían perforado pozos de 200 metros de profundidad para sacar el agua de la zona de Socompa y llevarla a Chile. El hecho fue denunciado por un periodista de Salta, Antonio Oieni. La denuncia tuvo efecto inmediato, y el proyecto se suspendió. “En 2009 hicimos el descubrimiento de los estromatolitos, y allí empezó la movida mediática. La información llegó a todas partes del mundo, e incrementó el turismo en el lugar”, comentó Farías, que es responsable del Laboratorio de Investigaciones Microbiológicas de Lagunas Andinas, del Conicet.

Así, los estromatolitos de Socompa empezaron a ser importantes, y la gente interesada en llevarse el agua vio que el costo político sería muy grande. La conclusión para Farías es que “un descubrimiento científico necesita una divulgación en los medios para tener un impacto en la comunidad y lograr una respuesta del gobierno”. Y subrayó: “Para ello necesitamos científicos que se tomen el trabajo de divulgar, y también una sociedad culturalmente preparada, que ya la hay, si tenemos en cuenta la recepción que tienen canales como Encuentro, Discovery y otros. Y por último necesitamos un periodismo de divulgación científica preparado”.

La investigadora también resaltó la importancia de comunicar sus trabajos a la gente del lugar. “Desde el primer muestreo que hicimos, se pidió permiso a la Pachamama. Cuando se hicieron los descubrimientos, los primeros en enterarse fueron los pobladores de Tolar Grande. Esta comunidad tiene la percepción de que los científicos se llevan todo y ellos se quedan fuera de la historia. Por eso les pareció muy bien que un científico les contara sus hallazgos”, relató.

Rocas vivas

“Un estromatolito es una asociación de algas y bacterias, que viven en el agua, y sobre las que se precipitan minerales. Producen un exopolisacárido que es como una gelatina que capta los minerales formando capas en las cuales están las bacterias, que son tapadas por los minerales. Como necesitan luz, las bacterias migran hacia arriba, vuelven a captar minerales, y así se van formando nuevas capas. Por ello es una roca orgánica. Cuando mueren los organismos, queda la parte de minerales”, explicó Farías.

Los estromatolitos son los primeros registros fósiles sobre la Tierra, estuvieron desde hace 3500 millones de años. En aquella etapa remota, la vida estaba en los mares, lejos de la superficie, donde la radiación UV quemaba todo. La mejor forma que encontró la vida para sobrevivir fue asociándose. Así se asociaban distintas protocélulas que, al hacer fotosíntesis, empezaron lentamente a liberar oxígeno a la atmósfera. Este oxígeno dio lugar a la formación de la capa de ozono, y empezó a transformar la vida sobre el planeta.

Hasta el hallazgo de la Puna, se habían registrado estromatolitos sólo en cuatro lugares del mundo: la localidad de Cuatro Ciénagas, al norte de México; Shark Bay, en Australia; las islas Bahamas y en el parque Yellowstone, Estados Unidos. La mayoría de los que se han descripto están a nivel del mar y asociados con climas tropicales. “Los que encontramos en la Puna, en cambio, están a 4 mil metros sobre el nivel del mar, en un ambiente frío, y un lugar con mucha radiación ultravioleta, grandes cambios de temperatura, y ambientes con muy pocos nutrientes”, señaló, y prosiguió: “Lo que se postula es que esos organismos se están desarrollando en las condiciones más parecidas a las de la Tierra en sus comienzos. Y parecidas a las condiciones que hay en Marte”.

Las lagunas de la Puna andina constituyen ambientes extremos, con grandes diferencias de temperatura entre la noche y el día: desde 20 grados bajo cero en la noche, a más de 20 grados durante el día. Los organismos que habitan esos cuerpos de agua poco profundos, además de estar muy expuestos a la radiación UV, se encuentran en un medio con alto contenido de arsénico, y un pH muy ácido o muy alcalino.

La consigna es resistir

Uno de los sitios estudiados es la laguna Socompa, en Salta, a los pies del volcán del mismo nombre, y a dos días de viaje en camioneta 4 x 4 desde Salta. Esas aguas tienen un pH de 9, salinidad entre 80 y 120 partes por millón, y arsénico en cantidades de 32 miligramos por litro.

Otro de los lugares es la laguna Diamante, en el cráter del volcán Galán, en la Puna catamarqueña, a 4700 metros sobre el nivel del mar. En estas aguas tibias (28 grados), el pH es 11, la salinidad es de 80 partes por millón, y arsénico está a 230 miligramos por litro.

“Estudiamos cómo se adaptan los organismos a la luz ultravioleta, al arsénico, al sodio, y qué flexibilidad genética tienen. A nivel molecular, estudiamos los compuestos que producen las células ante esas situaciones extremas, como pigmentos, antioxidantes, sustancias fitotóxicas y polisacáridos, entre otros”, detalló la investigadora.

Curiosamente, los investigadores encontraron que esos organismos tienen resistencia a los antibióticos. “Todas las bacterias de estos ambientes fueron resistentes hasta a ocho antibióticos, y en concentraciones mayores a las aceptadas”, afirmó Farías, y agregó: “De este modo, la idea de que la resistencia es un fenómeno exclusivamente intrahospitalario podría ponerse en duda”.

Dado que esos organismos son resistentes a tantos factores, los antibióticos serían un factor más. “Tal vez estos ambientes extremos sean reservorios para estas resistencias. Desde el punto de vista epidemiológico es para tener en cuenta, sobre todo pensando en las aves que migran de un lado a otro”, reflexionó.

Los investigadores también analizaron lo que dispersan los flamencos que habitan esas lagunas. Estas aves viajan y transportan consigo a los microorganismos de la laguna, ya sea en las patas, las plumas o en las heces. Son grandes dispersores de enfermedades.

Biotecnología y metagenómica

Lo cierto es que los organismos que viven en condiciones extremas podrían tener múltiples aplicaciones biotecnológicas, por ejemplo para biorremediación de ambientes contaminados. También para la producción de polímeros biodegradables. Por otra parte, captan dióxido de carbono en la Puna, en un ambiente donde no crece ninguna planta.

“A partir del descubrimiento y de su divulgación hubo tres focos de interés: en primer lugar se buscó vigilar y cercar el lugar; obtener legislación; y, por último, investigar y patentar todos los genes que son patrimonio argentino”, subrayó Farías, y enfatizó: “La metagenómica tiene que ser hecha en la Argentina”.

La metagenómica es la secuenciación de todo el material genético que hay en el ambiente, el ADN completo de miles de bacterias. “La cantidad de información que ofrece el estudio del ADN de todos esos organismos es infinita. Pero analizar esos datos requiere un gran esfuerzo de bioinformática”, resaltó, y agregó: “La metagenómica es el último grito en tecnología, y lo que estamos intentando es que se haga aquí, que la Argentina no la vea pasar, que sea parte de ese proceso. Se puede tomar ese ADN y llevarlo a secuenciar al extranjero, pero tenemos la posibilidad de que se haga aquí, y debemos aprovecharla”.

En realidad, esa secuenciación a gran escala ya se está haciendo en el país, en la ciudad de Rosario, la empresa Bioceres y el Ministerio de Ciencia Tecnología e Innovación Productiva han comprado un equipo y se han iniciado los trabajos.

¿Cuál es la ventaja de que la metagenómica se haga en la Argentina? “Se pone a punto una técnica que recién está empezando, se forma gente, y esa información que puede dar origen a patentes, queda acá. Es una forma de ejercer la soberanía”, concluyó Farías.

Fuente: El Cable Nro. 760

Susana Gallardo