Las visiones deformadas del científico y de la ciencia

Niños, adolescentes, adultos, incluso los mismos investigadores, tienen imágenes de la ciencia que provocan desapego por el mundo científico. Este y otros resultados surgen de un trabajo elaborado por el Centro de Formación e Investigación en Enseñanza de las Ciencias (CEFIEC), de la Facultad de Ciencias Exactas y Naturales de la UBA.

6 de mayo de 2008

Es un varón de mediana edad, blanco, de clase media a media alta, calvo o despeinado, con anteojos gruesos, bata blanca, y rasgos de despistado, o de un sujeto de mal carácter, o de alguien que vive alejado del mundo terrenal. No se trata de un personaje de caricatura o de película de ciencia ficción: es el estereotipo de investigador científico que aparece en los dibujos que realizan individuos de todas las edades y géneros cuando se les pide “que representen a una persona que se ocupa de la ciencia en un día de trabajo”.

“Generalmente el investigador está solo, excepto que pidas que dibujen un fondo. En ese caso, aparece un laboratorio con muchos tubos y con líquidos que explotan”, cuenta el doctor Agustín Adúriz-Bravo, del Centro de Formación e Investigación en Enseñanza de las Ciencias (CEFIEC), de la Facultad de Ciencias Exactas y Naturales de la UBA, “y cuando aparece otro personaje, suele ser una mujer, dibujada mucho más pequeña que el varón, al cual mira con admiración”, agrega.

La experiencia del dibujo, a la cual le sigue una entrevista personal sistematizada, es efectuada en escuelas y en lugares de popularización científica, en el marco de la denominada naturaleza de la ciencia, una rama pujante de la investigación didáctica que diagnostica las imágenes de “ciencia” y de “científico” que circulan en el ámbito educativo, y que propone estrategias y materiales para mejorarlas: “La mayor parte de los estudiantes, profesores, futuros profesores, científicos y público en general tienen estas visiones deformadas”, explica Adúriz-Bravo.

La literatura internacional habla de “visiones deformadas” para referirse a las imágenes de sentido común que sobre el quehacer científico, y quienes lo llevan adelante, mantiene la inmensa mayoría de la población: “Estas visiones deformadas obturan la posibilidad de una alfabetización científica genuina, alejando a muchas personas de las ciencias naturales y mitificando estas disciplinas”, señala el investigador.

Según Adúriz-Bravo, la visión deformada del científico es algo muy estudiado en todo el mundo, y el grupo que él dirige en el CEFIEC utiliza este fenómeno para analizar las visiones deformadas acerca de la ciencia: “El hecho de que los científicos, que conocen muy bien su ámbito de trabajo, también hagan este tipo de dibujos soporta nuestra tesis de que la visión deformada del científico es un epifenómeno de la imagen de ciencia. Ellos muestran, aun sin quererlo, que la ciencia es una empresa individualista, masculina, elitista, separada del contexto de producción y socialmente neutra”, afirma, “y la presentan como un tema para adultos, o sea, que no sería una cuestión por la que los niños o los jóvenes deban preocuparse”, ironiza.

Después de explicar que esa imagen de ciencia “genera una relación de amor-odio que hace que todo el mundo sostenga que la actividad científica es algo relevante, pero que casi nadie quiera ejercerla o tener contacto con ella”, Adúriz sostiene que esto tiene dos consecuencias mayores. Por un lado, que el público se aleja de la ciencia: “Así se pierde el disfrute por el conocimiento y la posibilidad de tomar decisiones informadas en temas de debate público, en lugar de ser convencidos por propagandas de televisión”, indica, “y esto lleva a una sociedad ‘científicocrática’, con una elite mandona que se sostiene en la ciencia y en la tecnología, pero que excluye al resto de la gente”, añade.

La otra consecuencia de esta imagen distorsionada de la ciencia es la inhibición en los jóvenes de la vocación científica: “Es un fenómeno triple, en el que intervienen los maestros, que les transmiten a los chicos que eso no es para todos; los padres, que en general piensan que es una profesión poco valorada socialmente, mal remunerada, no muy feliz para las mujeres; y los propios jóvenes, que internalizan esos mandatos y terminan pensando yo no soy para esto, es muy complicado, a mí no me da”, ilustra.

Biografías breves en lenguaje llano, donde aparecen hombres y mujeres de ciencia de diferentes edades, fragmentos de películas y de comerciales de televisión, registros fotográficos y pictóricos de investigadores de todas las épocas, o artículos de divulgación científica de los diarios son algunos de los instrumentos que utiliza el grupo de Adúriz-Bravo para mostrar que los científicos tienen motivaciones genuinamente humanas con su trabajo, que van desde la búsqueda de éxito, aprobación, lucro o prestigio hasta la voluntad de develar misterios o ayudar al prójimo: “Tratamos de mostrar al científico no como bueno o malo, sino como humano, o sea, una mezcla de bueno y malo, y de lograr una aparición clara de la mujer, y de las minorías étnicas, sexuales, confesionales”.

Tras señalar que en el campo de la didáctica hoy se debate acerca de la conveniencia de desmitificar el lugar de la ciencia y del científico en edades tempranas -“algunos dicen que primero hay que tener al ídolo para después derribarlo”, comenta-, Adúriz manifiesta: “Nosotros comenzamos con los chicos desde los nueve o diez años con una crítica bastante demoledora de la ciencia, y los resultados son muy positivos”.

Fuente: Publicado en La Nación el 04/05/2008

Gabriel Stekolschik