La historia bajo la lupa

Un entusiasta grupo de graduados y estudiantes desbordó el aula donde se llevó a cabo la charla “Cómo era la universidad que golpearon los bastones largos”, organizada por el Programa de Historia de la Facultad. El encuentro culminó con un apasionado debate entre el público y los oradores, que fueron destacados actores de aquella época.

18 de noviembre de 2008

La semana pasada, con motivo de la presentación de una nueva edición de La Ménsula, el Programa de Historia de la Facultad organizó una singular charla sobre La Noche de los Bastones Largos que contó con la participación de Eduardo Díaz de Guijarro, Roberto Raggi y Agustín Rela, graduados de la Facultad durante la década de 1960 con extensa participación en los movimientos estudiantiles.

En esta oportunidad no quería recordarse simplemente el episodio policial ocurrido el 29 de julio de 1966, cuando la Guardia de Infantería desalojó violentamente la sede central de la Facultad, que por entonces se encontraba en la Manzana de las Luces desencadenando la renuncia masiva de su cuerpo docente. Tampoco se quería limitar el encuentro a una enumeración de los importantes éxitos alcanzados en el período 1955-1966. La aspiración de los organizadores fue complejizar el análisis, superar una visión idealizada y maniquea planteando algunos interrogantes y debates que permitieran, incluso, vincular los hechos del pasado con la situación actual de la universidad.

Frente a un público que colmó el aula de Seminario del Pabellón II, Eduardo Díaz de Guijarro, coordinador del Programa de Historia, presentó fragmentos de Mentes cortas, bastones largos, un programa televisivo emitido por canal 13 para conmemorar el 40 aniversario de La Noche de los Bastones Largos.

“Todo lo que se vio en el noticiero es verdad histórica, pero es una versión simplificada de los hechos, que induce a pensar que en aquella época todo se podía hacer, y que, en la actualidad es imposible. Pero aquellos fueron tiempos durísimos, donde hubo que superar innumerables dificultades, incluso en el interior de la universidad, tal como señaló reiteradamente el entonces decano Rolando García”.

Díaz de Guijarro, graduado en física, señaló que más que una “época de oro”, aquella fue una época de logros pero también de grandes conflictos: “es común que se presente la situación en términos de universitarios buenos y democráticos contra militares malos y fascistas, pero las cosas fueron más complejas”, advirtiendo que ese período de importantes logros académicos nace y termina con golpes de Estado: las llamadas Revolución Libertadora de 1955 y Revolución Argentina de 1966.

“Había sectores progresistas que luchaban por el cambio pero, en la propia Universidad, existían elementos reaccionarios, como los claustros de la Facultad de Derecho, empezando por su decano Marco Aurelio Risolía”, puntualizó Díaz de Guijarro, quien mencionó también algunos episodios de enfrentamientos violentos provocados por la derecha fascista, que terminaron con la muerte de dos estudiantes.

Los proyectos modernizadores del período 55-66 se toparon con innumerables escollos, “Eudeba había sido creada en 1958 para editar libros buenos y baratos, tanto para los universitarios como para el público en general, pero en algunas facultades -como Medicina- el proyecto de Eudeba fue resistido, porque atentaba contra los negocios de profesores y editoriales que hacían importantes ganancias con un mercado cautivo”.

En su descripción del panorama político universitario, Díaz de Guijarro destacó la relación entre las dos principales fuerzas estudiantiles: “humanistas y reformistas tuvieron diferencias importantes en relación con la creación de las universidades privadas, pero compartían un conjunto de valores que permitieron concretar numerosos proyectos en la universidad pública”.

El período que convocó la charla “nace con una gran disputa entre los `laicos´, partidarios de la enseñanza estatal, y los `libres´, que pretendían autorizar la creación de universidades privadas. Detrás de este debate, que movilizó a varios cientos de miles de personas en grandes actos públicos, estaba la concepción de cómo deben ser la educación y las universidades. Una polémica que llega hasta el presente”.

En 1966, Díaz de Guijarro integraba el grupo liderado por Eduardo Flischman, que tenía a cargo el curso de física en el ingreso a la Facultad: “Aquella fue una experiencia innovadora en el campo pedagógico, que utilizó recursos tecnológicos originales para la época, pero que también tuvo que enfrentar fuertes oposiciones para materializarse. Revisando las actas del Consejo Directivo de la Facultad encontramos acalorados debates acerca de la conveniencia de destinar fondos para mejorar la enseñanza o, por el contrario, orientar esos fondos a la investigación y formación de doctorados”

El cientificismo

A su turno, Roberto Raggi abordó el destacado desarrollo científico desplegado por la Facultad durante los años sesenta puntualizando las críticas internas que se fueron generando.

“Rolando García decía que los objetivos de su gestión fueron crear una facultad de primer nivel internacional que pudiera contribuir con la nación. El primero de los objetivos fue alcanzado con una velocidad pasmosa. Se enviaron graduados a doctorarse al exterior que regresaron al poco tiempo generando grupos actualizados y vinculados con los grandes centros que rápidamente comenzaron a producir y formar nuevos investigadores. En poco tiempo tuvimos grupos activos con una producción digna de cualquier centro europeo o norteamericano, pero los temas de investigación eran criticados por seguir tendencias dictadas desde el norte, con escasa relación con nuestros problemas”, recuerda Raggi.

Esas críticas, cultivadas entre grupos estudiantiles y de jóvenes graduados, se conocieron en la época como “cientificismo” siendo uno de sus más claros exponentes Oscar Varsavsky, autor de Ciencia, Política y Cientificismo, un pequeño libro de gran impacto en los años 60 y 70.

“Lo que me interesa hoy es rescatar dos experiencias que apuntaban a cubrir las deficiencias que tenía la Facultad, en términos de la crítica cientificista: me refiero al Instituto de Cálculo y al Instituto Tecnológico de la UBA”, puntualiza Raggi.

“Mucho se ha hablado del Instituto de Cálculo porque albergó a la primera computadora que tuvimos, la famosa Clementina, pero para mí lo más importante del Instituto fueron los grupos que allí se crearon, grupos dedicados a economía matemática, mecánica computacional, etcétera. Estos grupos comenzaban sus investigaciones a partir de problemas concretos que tenía el país. Aplicaba ciencia de primer nivel, pero al mismo tiempo se resolvían problemas sociales, contribuía con la nación”, recuerda Raggi.

“Una experiencia que conozco de cerca, porque hice mi tesis en ese tema, estaba relacionada con un modelo matemático formulado por Radozyc para el flujo de material erosionable en una corriente fluida. El problema consumió mucha teoría y los desarrollos numéricos del Instituto de Cálculo, pero el punto de partida estaba orientado a un fin práctico: la fundación de los pilotes del puente Zárate-Brazo Largo”.

En 1965, la Facultad de Ciencias Exactas y la de Ingeniería comenzaron a discutir la creación del Instituto Tecnológico de la UBA que buscaría resolver problemas de interés social como motivación de producción científica de excelencia.

“Amílcar Herrera y Oscar Varsavsky formaban parte de la comisión original del Instituto, pero la Noche de los Bastones Largos cortó esa posibilidad”, recuerda Raggi. “Hoy, la Facultad se recuperó en el plano de la excelencia académica y goza de una producción destacada, pero quedó trunco uno de los aspectos de su desarrollo que completarían el objetivo enunciado por Rolando García”.

Recuerdos de sobrevivientes

El encuentro estuvo matizado por videos y fotografías de la década del sesenta que ilustraban los temas desarrollados por los oradores. Unos de estos videos, en blanco y negro, mostraba a un jovencísimo Agustín Rela dando una clase pública de física en la calle Florida ante la curiosa mirada de los transeúntes.

Por entonces, Exactas no tenía un único centro de estudiantes sino tres: el Centro de Estudiantes de Física, Matemática y Meteorología (CEFMyM); el Centro de Estudiantes de Ciencias Naturales; y el poderoso, por la cantidad de miembros que tenía, Centro de Estudiantes de Química. Agustín Rela presidió el CEFMyM y formó parte de las protestas que reclamaban mayor presupuesto para las universidades.

Las imágenes fueron el disparador de la presentación de Rela, quien agradeció a Díaz de Guijarro el esfuerzo por intentar recuperar la historia. “Aunque la verdad es cosa esquiva, yo, por ejemplo, recuerdo muy claramente las reuniones que hacíamos en casa de Eduardo Flichman, de quien aprendí toda la física que sé. Me acuerdo de que todos se referían a charlas como coloquios intelectuales. Pero, para mí, la palabra charla me evocaba sólo conversaciones intrascendentes. Un día vino Flichman con uno de los enormes libros de una enciclopedia de cincuenta tomos que tenía y me leyó las acepciones de la palabra charla para mostrarme que era un término apropiado para nombrar conferencias con la participación del público. Me llamó la atención otra de las acepciones que decía, `charla: pájaro, cagaaceite´. Cuando me reúno con algunos compañeros de entonces nadie recuerda esto, más aún, creen que lo inventé. Por eso, pienso que la memoria es fragmentada, antojadiza, pero, así como conociendo las caras de un cuerpo podemos conocer el cuerpo, tal vez podamos conocer la verdad, o quizás algo mejor que eso”.

La sucesión de anécdotas de Rela cambió el tono de la charla: “Cuando nos desalojaron de la Facultad, en medio del caos me doblé el tobillo y no podía caminar bien. Rolando García me agarró pensando que estaba medio desmayado por los gases lacrimógenos y avanzamos hacia la puerta donde nos esperaba la policía, El decano fue para mí un escudo de los garrotazos que me destinaba la policía”.

El tema de los recuerdos y la realidad fue puesto en juego, “Con el tiempo uno se va dando cuenta de que no hay buenos ni malos, sino una larga escala de grises y podemos caer en la perspectiva del sobreviviente que recuerda con cariño, a veces inmerecido, una época con cosas buenas y muchas por corregir”.

De aquella Noche de los Bastones Largos, Rela extrae una reflexión: “arrastrado a empujones con Rolando, recuerdo que él se dirigió a un policía de tamaño respetable y le dice, `soy el decano, ¿puedo hablar con el oficial?´ y el botón le responde `¡Cállese, hijo de puta!´ y le dio un cachiporrazo en la cabeza. En ese momento pensé que Rolando podía ser puteado y golpeado, pero lo trataban de usted; infundía respeto, como la Facultad de Ciencias Exactas, a la que se la sigue tratando de usted”.

Fuente: El Cable Nro. 708

Carlos Borches