La evolución en la lista negra
Arturo Romano es profesor de Exactas e investigador del CONICET. Su carrera transcurrió íntegramente durante la última dictadura. A días de cumplirse un nuevo aniversario del último golpe militar, relata cómo era estudiar biología en una época en la cual la evolución era considerada subversiva, se convivía con agentes de inteligencia en las aulas y la policía revisaba a los alumnos diariamente.
– ¿Cuándo ingresaste a la Facultad?
– Yo ingresé en el año 77 y egresé a fines del 83. Prácticamente pasé todo el período de la dictadura como alumno. Y justo cuando me recibí y empecé a trabajar llegó la democracia.
– ¿Qué información tenías respecto de la dictadura al momento de ingresar?
– En la secundaria yo no tenía ninguna militancia política. Iba a un colegio católico que si bien tenía un enfoque tercermundista no tenía centro de estudiantes ni tampoco actividad política. De todos modos, ya leía los diarios y tenía una idea de la situación. De hecho, yo estaba en quinto año y viví el golpe como algo terrible.
– ¿Con qué panorama te encontraste al llegar a la Facultad?
– La situación era muy complicada. Para empezar ese año se había instaurado un curso de ingreso en verano y era eliminatorio. Entraban pocos. Por suerte yo pude ingresar pero tuve compañeros que no lo pasaron. Lo que se vivía en la Facultad era algo muy fuerte. Para entrar tenías que mostrar la libreta universitaria, si te la olvidabas te tenías que volver a tu casa. Había militares que te revisaban los bolsos para ver qué traías. También te palpaban. Adentro, por supuesto, no había la menor actividad política. La mayoría de nosotros éramos bastante naif. A pesar de que muchos nos oponíamos a la dictadura no teníamos un cabal conocimiento de lo que estaba pasando. Eso lo fuimos conociendo paulatinamente. Los años 77 y 78 fueron muy duros. Con el correr del tiempo uno iba empezando a hablar con la gente y a catalogarla. Había una división tajante entre los que estaban más o menos a favor de la dictadura y los que estábamos en contra. Uno empezaba a hablar con los compañeros, primero tímidamente; después, a medida que lo ibas conociendo, te ibas soltando más, ibas hablando de otros temas. Y, así te ibas enterando de lo que estaba pasando. Yo, a pesar de todo, empecé a tener una militancia política que era, por supuesto, a escondidas. Se pasaban periódicos en un sobre cerrado y con mucho riesgo de que te encontraran ese material.
– ¿Eras consciente del peligro que implicaba que te encontraran material político entre tus cosas?
– A esa altura, años 80, 81, sabíamos que había un riesgo. Pero también entendíamos que la represión más fuerte había pasado. Además, había una necesidad de empezar a moverse, aunque sea tímidamente.
– ¿Cómo hacían para hacer circular la información sin que fueran descubiertos?
– Todo se basaba en contactos personales con gente que uno iba conociendo y estimaba que con ellos podía discutir de política. Era algo que había que hacer con mucho cuidado. Era muy riesgoso, uno no podía discutir ideas políticas con cualquiera. Primero había que estar muy seguro de qué lado estaba. Una vez seguro de que era contrario a la dictadura, ahí podía empezar el diálogo cualquiera sea la posición política de la otra persona.
– Volviendo a los primeros años, ¿qué consecuencias generaba el control militar sobre los estudiantes? ¿Era efectivo en infundir temor?
– Sí, el temor se sentía. Adentro de la Facultad había circulando gente de los servicios, de la SIDE, que uno podía reconocer fácilmente. De repente uno estaba en una clase teórica y entraba una persona más grande, de pelo cortito, que era evidente que no se trataba de un estudiante. Se sentaba y observaba la clase. También se los veía por los pasillos. Todo eso te obligaba a ser muy cuidadoso. De a poco, uno se iba dando cuenta de que había gente que estaba a favor de la dictadura y se pasaba el dato: “tené cuidado, no hables con éste porque puede estar relacionado con los militares”. Otra gente sufría, estaba muy en contra pero tampoco lo podía manifestar. Al principio, sobre todo en primer y segundo año la cosa pasaba por ir conociendo a la gente y hablando muy de a poquito. También había guiños, como la música que uno ponía en los trabajos prácticos. Poner, por ejemplo, a la nueva generación de músicos brasileños, que era gente muy activa políticamente pero que acá era poco conocida, era una señal. Si vos ponías temas de Mercedes Sosa inmediatamente te iban a fichar pero, en cambio, podías poner este tipo de música. Esos eran sutiles mensajes que insinuaban una posición política y permitían reconocerse.
– ¿Te detuvieron alguna vez o viste que detuvieran alumnos en la Facultad?
– No, yo me enteré después. Incluso de gente que fue secuestrada por tener panfletos políticos. Por ahí se veía que los militares paraban a un colectivo, se subían y revisaban a la gente. En esas circunstancias creo recordar que una estudiante de la Facultad desapareció. Cosas que uno se fue enterando después, a partir de los años 81, 82, 83. Yo formo parte de una generación que entró en la Facultad cuando ya estaba la dictadura y la mayoría de nosotros éramos bastante ignorantes acerca de las cosas más pesadas que estaban ocurriendo.
– Vos colaboraste con la revista Doble Hélice, una publicación no del todo permitida que hacían estudiantes y profesores de biología. ¿Qué te llevó a formar parte de esa iniciativa?
– Lo que pasa es que uno sentía la necesidad de hacer algo. En ese impulso se inscribe la revista Doble Hélice, que no tenía ninguna orientación política. Yo no estuve en la formación de la revista pero me invitaron y acepté participar. Había una diferencia ideológica bastante grande entre quienes formábamos parte de la publicación pero había un acuerdo central: todos estábamos contra la dictadura. Era una forma de tratar de organizarse, no a nivel político, pero sí por lo menos para que hubiera discusión, debates de temas académicos, filosóficos. No más que eso. Y no menos tampoco. Fue un intento de forzar los límites, como para que la situación poco a poco fuese cambiando. Era lo único que se podía hacer.
– ¿La revista podía circular libremente o tenían que repartirla secretamente?
– La revista nunca fue clandestina. Nunca fue esa la intención. Aunque las reuniones de sumario se hacían en las casas de los participantes, porque si las hubiéramos hecho en la propia Facultad, habrían resultado sospechosas. Se trataba de abrir un espacio de discusión que no existía hasta entonces. Sin embargo, parece que finalmente sacamos los pies del plato porque hubo un número en el que salió un artículo sobre la genética y la igualdad humana, en el que se cuestionaba la existencia de razas, y otro número que estaba dedicado a Jean Piaget. Eso ya empezó a sonar demasiado subversivo para esta gente. Entonces secuestraron la revista de los quioscos de EUDEBA y del resto de lugares en los que circulaba y nos prohibieron que siguiéramos adelante con la publicación.
– Desde el punto de vista académico, ¿de qué manera impactaba toda esa opresión?
– Esencialmente a través de borrar algunas temáticas que eran imprescindibles para ser biólogo, como la teoría de la evolución. Tampoco se daba biología molecular, que actualmente es una base importantísima de la biología y que ya en esa época estaba en auge. Claro que tampoco había quien la diera. Dos pilares esenciales de la biología y nosotros, prácticamente, no las vimos durante la carrera. Tuvimos que tratar de conocerlas de otra manera. La carrera se fue quedando mucho, no se actualizaba la currícula, cosa que ocurrió recién con el regreso de la democracia.
– La teoría de la evolución, ¿era considerada como algo subversivo?
– Exactamente. Fijate que el general Harguindeguy (ministro del Interior durante los primeros años de la dictadura) llegó a catalogar a la matemática moderna como subversiva. De evolución no se hablaba. Todo lo que fuera en contra del pensamiento de la Iglesia estaba mal visto. A pesar de esto, había materias como Genética II, en la cual se daba mucho de evolución y desde ahí la pudimos conocer. Esa posibilidad seguramente a ellos se les escapaba, porque Genética II era un nombre muy inocente. Pero si alguien hubiera postulado una materia con el título de Evolución no la hubieran aceptado.
– ¿Dependía un poco del docente la posibilidad de introducir alguno de esos contenidos prohibidos?
– Sí. Por supuesto que no toda la gente que se quedó comulgaba con la dictadura. En una carrera bastante chata tuve algunos buenos docentes y otros que eran terribles porque utilizaban la situación de autoridad indiscutible que tenían en ese armado que había urdido la dictadura en la Facultad. Se aprovechaban y abusaban de eso y maltrataban a los alumnos. Otros docentes fueron muy buenos y siguieron adelante tratando de hacer lo mejor posible. Por suerte todo eso se fue revirtiendo con la llegada de la democracia.
Al terminar la dictadura regresó gente muy valiosa que empezó a hacer aportes muy importantes. Por ejemplo: yo hice Evolución como curso de posgrado cuando volvió Osvaldo Reig. Empecé a trabajar en el laboratorio de Héctor Maldonado que fue el primer director del Departamento de Biología. Maldonado, a su vez, trajo a docentes como Alberto Kornhblitt que estaba en el exterior. Algunos se habían ido ya en la época de Onganía. Eso permitió mejorar mucho la carrera.
– Viendo desde la actualidad la etapa de la dictadura, ¿cómo la caracterizarías?
– La sensación es que hemos avanzado muchísimo. A nosotros nos tocó vivir tiempos muy negros. Tenemos la posibilidad de comparar y el cambio es enorme. No sólo porque las carreras son mejores sino también por la forma en que se pueden discutir las cosas, el trato entre docentes y alumnos. Tuvimos épocas también difíciles en los 90 pero en esa etapa podíamos protestar, podíamos reclamar por el presupuesto o por los salarios. Eran malos tiempos pero incomparables con la dictadura. Porque allí nada se podía reclamar, nada se podía hacer. Y, tal vez, aunque a veces nosotros tratemos de transmitirlo, resulta inevitable que las nuevas generaciones lo vivan de otra manera, a pesar de que haya ahora mucha memoria de lo que fue la dictadura. Pero es algo que se ve como un evento histórico. En cambio, nuestra generación lo vivió. Uno a veces se queja porque algo no anda bien o no alcanzan los recursos pero nosotros tenemos una perspectiva que nos permite ponerlo en situación. Y estamos infinitamente mejor que en otras épocas.
– Y cuando lo charlás con los chicos, ¿notás que existe conciencia acerca de lo sucedido?
– Depende. Yo creo que en ámbitos como esta Facultad hay cierta conciencia. En nuestro laboratorio, no sé si es porque lo hemos podido transmitir, la gente más joven sabe perfectamente todo lo que ha ocurrido. Hablar en general ya es más difícil porque entran muchos estudiantes todos los años y hay de todo. Hay chicos que ignoran completamente lo que pasó y gente que tiene mucha conciencia.
Fuente: El Cable Nro. 814