La dictadura llegó antes a Exactas

Gabriel Bilmes es físico de Exactas y actualmente es investigador de la CIC en el Centro de Investigaciones Ópticas de La Plata. Ingresó a la Facultad en 1971 y fue el último presidente del Centro de Estudiantes antes de la dictadura. Al cumplirse un nuevo aniversario del último golpe militar, recuerda el clima de opresión que se vivía y señala que la represión en la universidad ya se ejercía antes de marzo del 76.

30 de marzo de 2011

– Vos ingresaste a Exactas durante la dictadura de Lanusse ¿Qué situación se vivía en Exactas en esa época?

– Yo ingresé a la Facultad en el 71. La dictadura se extendió hasta el 73. Fue una etapa muy represiva con la figura de Zardini como interventor en Exactas. Era un símbolo de lo peor que puedas imaginarte. Había generado una cultura muy represiva dentro de la Facultad. Tenía dos o tres frases célebres. En una asamblea llegó a decir: “el carro de asalto y yo somos la misma cosa”. Y también decía: “las cabezas duras suenan más fuerte”. En ese contexto, se da un proceso muy importante de participación masiva que involucra a todos los claustros, frente a algo que no daba para más.

– Cuando gana Cámpora las elecciones del 73 ¿Se siente un clima de liberación?

– Definitivamente. Zardini no apareció más. Pero sí Cantilo, que era su secretario académico. Un día cuando llega a la Facultad, se da la voz de alarma y trescientos estudiantes lo esperaron en la puerta del decanato y lo obligaron a renunciar con la cámara de Canal 9 presente. Esto hay que entenderlo, eran interventores de la dictadura. Ninguna de esas autoridades era legítima, ni representativa. El año 73 fue un año de grandes cambios. Había un clima fundacional. Todo se discutía y había una modalidad muy particular: se discutía en los pasillos. La situación típica era ésta: se juntaban dos tipos de dos agrupaciones y empezaban a debatir, si socialismo, si trotskismo, la Facultad, el país, la situación internacional, todo. Y esto ocurría cada treinta metros. Entonces vos ibas pasando y te enganchabas en alguna discusión.Y aprendías porque además muchos militantes se iban con los libros. Entonces uno decía: “porque Lenin dijo…” y entonces el otro pelaba el libro y decía “no, acá dice otra cosa”. Ese debate abarcaba todo, cómo dar clase, si cambiar los contenidos de la materia, si renovar los programas, si la carrera servía o no para el país. Esa etapa fue como un caos creativo. Por primera vez aparece la idea del ingreso irrestricto, los tres cuatrimestres, se crea el Departamento de Industrias. Y aparece un montón de gente nueva que se había ido en el 66, con otra forma de hacer y pensar la ciencia.

– ¿Cuándo se fue ensombreciendo el panorama?

– Las primeras sombras aparecen a principios del 74 cuando fue desplazado el decano interventor Virasoro acusado de ser manejado por comunistas y montoneros. Luego, en julio del 74 muere Perón y en septiembre se produce la intervención de Ottalagano (N. de la R.: admirador declarado del fascismo) en la UBA y ahí vuelve Zardini a Exactas. Pero vuelve en un contexto mucho más bestial. Se inicia un proceso represivo muy violento, con la muerte de muchos estudiantes y docentes a cargo de la triple A. El clima de la dictadura y la represión feroz, en la universidad, comenzó mucho antes del golpe del 76. Y esa situación se reflejó de una manera muy fuerte en Exactas porque Zardini no tenía tapujos en ese tipo de cosas. Para que te des una idea, la Facultad se cierra por un tiempo y, antes de que volviera a abrirse, el interventor de la Facultad de Filosofía y Letras, Sánchez Abelenda, que era cura, fue invitado por Zardini para hacer un exorcismo en las aulas de Exactas para expulsar a los demonios comunistas. Vuelve la policía a estar adentro de la Facultad. Todo esto a fines del 74 mientras el país todavía estaba en democracia. A principios del 75, la Facultad era manejada por grupos de matones parapoliciales, que circulaban en la Facultad. Yo me acuerdo de que Cersósimo, que era físico, se paseaba armado. Y no era el único. Nosotros seguíamos trabajando con la gente como para mantener la resistencia. Pero la policía prohibía cualquier tipo de reunión. El problema más grande en esa época no era que te metieran en cana, sino que cuando te largaban te podían secuestrar grupos parapoliciales.

-En ese contexto tan represivo ¿cómo se pudieron llevar a cabo las elecciones de centro de estudiantes?

– Una de las primeras cosas que ocurren es la prohibición del Centro de Estudiantes. El local adonde funcionaba es ocupado por la Policía. Todo un símbolo. Nosotros habíamos vivido a principios de los 70 un clima muy parecido pero la diferencia era que por esos años te podían secuestrar, meter en cana, pero no había asesinatos sistemáticos. Eso en el 75 ya ocurría. Sin embargo, se estaba en una pelea y nosotros no queríamos bajar los brazos. Entonces, hubo un acuerdo entre las agrupaciones por el cual se votaba en todas las aulas y las urnas eran sobres. Incluso se logró un cierto pacto con la Policía por el cual algunos canas hacían la vista gorda. Entonces, las chicas entraban a un aula con los sobres en la ropa. Se decía: “compañeros hay elecciones de Centro de Estudiantes”. Se ponían todas las boletas y la gente votaba. Se sacaban las urnas y se llevaban afuera de la Facultad para que estuvieran seguras. Votaron más de 1.600 estudiantes y yo fui elegido presidente. Participaron cinco agrupaciones y no se generó ningún conflicto ni impugnación. Esto expresa el clima que se vivía, todos entendíamos que había un enemigo común.

– El golpe del 24 de marzo del 76 ¿significó en la Facultad un quiebre o una continuidad con lo que ya se vivía?

– Para nosotros fue una continuidad con algunos cambios. De alguna manera la dictadura había llegado antes a la Universidad, incluso en su aspecto más feroz, porque los asesinatos de estudiantes empiezan en el año 74. Dirigidos especialmente a los militantes estudiantiles de diferentes agrupaciones. Así que no se notó un cambio grande. Sí hay detalles nuevos. Cambia la cana que estaba en la Facultad. Empezamos a ver muchos más parapoliciales, más canas de civil. El nivel de control se hace mucho más fuerte. Control para entrar, revisación completa de todo lo que llevás.

– ¿Cómo era estudiar en esa época?

– Se volvió a un clima de mediocridad muchísimo peor que el de principios de los 70. Un nivel de chatura y represión terrible. Era asfixiante venir a la Facultad. Además, había mucho miedo en la gente. Para quienes militábamos era muy duro porque muchos de nuestros compañeros habían pasado a la clandestinidad, otros se habían ido y otros habían abandonado la facultad. Los primeros días después del golpe, cada vez que entraba a la Facultad me seguían y a la persona que saludaba la sentaban y le tomaban los datos. Entonces, lo que hacía era saludar a todos mis enemigos (risas). O no saludaba a nadie. Dos por tres me llevaban al cuartito de la cana y me revisaban, me palpaban, me tomaban los datos, me apretaban. Se tomó la decisión de que no militara más en la Facultad y pasara a colaborar con los organismos de Derechos Humanos. La sensación era que ir a la Facultad era un castigo.

– Esa resistencia que había durante el 75, ¿queda desmembrada después del golpe?

– Muy desmembrada. Recién se empiezan a retomar tímidamente a partir del 77 ó 78 con la edición de una revista como Interacción. Pero las acciones eran extremadamente limitadas y muy ligadas a tratar de recuperar algún tipo de espacio intelectual o académico, porque esto era un páramo.

– ¿Se podía hablar entre los estudiantes sobre desapariciones, secuestros?

– Yo me movía en un ámbito bastante particular, así que yo hablaba. Pero había bastante desconocimiento. Nosotros no sabíamos muy bien cuál era la situación de muchos compañeros. La mayoría de los estudiantes no tenía idea de la escala de la represión. Muchos de los militantes tampoco. Y mirá que yo estaba vinculado a los organismos de Derechos Humanos.

– ¿Qué tipo de cátedras quedaron dando clases?

– Había de todo. Tené en cuenta que la limpieza de los “demonios comunistas” ya la había hecho Zardini. Había echado a medio mundo. Hasta a Leloir que ya había recibido el Nobel. Lo que quedó se dividía en dos grupos. Uno, relativamente minoritario, que eran abiertamente partidario de la gestión de Zardini. Y otro integrado por un montón de gente, de esa que “nunca se mete en nada” pero que termina siendo funcional a cualquier cosa. Mucha de esa gente pudo acceder a cargos que en otro contexto no hubieran podido ocupar.

– ¿Por qué no te fuiste?

– Porque nosotros pertenecíamos a una generación que militábamos y creíamos que otro país era posible. Había una convicción, no se nos ocurría irnos. Por supuesto que había gente que se iba, yo incluso colaboré en sacar a un compañero del país. Pero eso se planteaba como una última instancia. Nosotros seguíamos apostando a que era posible seguir peleando.

– ¿Eras consciente del riesgo que corría tu vida?

– Es que ese riesgo de alguna manera formaba parte de la militancia. Mi mujer, que también militaba, y yo, estuvimos en la casa de mis suegros en Estados Unidos poco antes del golpe. Y tuvimos muchas presiones para quedarnos allá. Pero teníamos una identidad, un proyecto, estaban los compañeros con los que habíamos construido algo. ¿Irnos a qué? ¿A construir una carrera científica a otro país capitalista? No era nuestro proyecto. Nosotros nos acostumbramos a construir proyectos colectivos. Quizás uno no medía la magnitud del peligro. Pero la idea de que uno tenía un proyecto y que, en principio, quiero decir en su convicción, estaba dispuesto a dar la vida por él, era algo que nos cruzaba a todos. Entonces el riesgo era una cosa calculada. Ya sabíamos que podíamos caer en cana y estábamos preparados para eso. No estábamos preparados para la barbarie, por supuesto. Y hay otra cosa más, no era justo para los que habían caído o no estaban. Eso nos pesaba también.

– ¿Creés que hay conciencia entre los chicos de hoy del terror que se vivió en aquella época?

– Yo veo ahora, en los últimos años, una situación más esperanzadora. Un nivel de participación de los pibes más jóvenes que me parece muy valioso. Y creo que no es menor en esa camada que empieza a participar más activamente el valor que le otorgan a los derechos humanos. Me parece que los organismos han dejado una marca fundamental. Creo que eso es algo muy importante y muy valioso. Pero, por otro lado, también veo a la universidad atrasada en relación con el clima político que vive el país. Y eso me preocupa. Veo mucha pasividad. Y me sorprende en relación a otros sectores sociales que expresan la nueva situación con mayor dinamismo. Con esto no te estoy diciendo que uno tenga que apoyar un determinado proyecto político, sino que hay un contexto que vuelve a reivindicar a la política y que hace que una parte importante de los jóvenes vuelva a creer en ella. Yo veo un reflejo mucho más débil y tenue de esa situación en la universidad.

Fuente: El Cable Nro. 764

Gabriel Rocca