
Irrespetuoso
Es matemático, escritor, periodista, edita el suplemento Futuro de Página12 y fue director del Planetario de Buenos Aires hasta el año pasado. Es autor de varios libros y un apasionado de reflexión científica. En esta charla con el Cable, analiza si la ciencia es fundamental para el desarrollo nacional y pide más reflexión a los investigadores.
– Pasó algo en los últimos cinco años que determinó un boom de los productos de divulgación científica, tanto gráfico como en televisión. ¿Qué fue lo que ocurrió?
– Es cierto que hace algún tiempo no había tantos divulgadores y tampoco había tantos editores que pusieran gente a divulgar, que llamaran a un científico y lo editaran. Yo lo asocio con el retroceso del posmodernismo, que fue una ideología reaccionaria y anticientífica que hizo pie muy fuerte en la Argentina y en la Universidad. Se oye hablar menos de esas cosas, que están desapareciendo entre los alumnos y ya no sienten tanto horror como antes ante la ciencia.
– ¿Lo ve usted aparejado con un reposicionamiento del discurso sobre la ciencia y de la ciencia misma dentro de la sociedad a partir, incluso, de las políticas gubernamentales?
– Y desde la educación misma. Así como hace un tiempo se pensó que la informática resolvía todos los problemas, en este momento hay un discurso predominante de que la ciencia lo puede hacer también. Lo cual es tan falso como lo fue lo de la informática.
– En estos días, es muy frecuente la consideración de que la ciencia es el factor decisivo para el desarrollo de una nación. ¿Usted no está de acuerdo?
– Es probable que no lo sea. Digamos que no lo sé, pero no confiaría tanto en eso. No estoy seguro de que si hacés ciencia de primera tenés un país de primera. Me parece que puede ser al revés: si tenés un país de primera vas a tener ciencia de primera, música de primera, vas a poder pagarle bien a los deportistas. De hecho, hay países que se han desarrollado sin ciencia, como Japón.
– Digamos que, en una época donde cuesta desterrar el descrédito en la política, puede funcionar como esperanzador que el futuro esté en manos de un factor considerado objetivo y racional.
– Lo que pasa es que a la gente le gustan siempre las cosas que suenen salvacionistas. Pasó con la informática, que iba a ser la solución de todos los problemas educativos: había que poner una computadora en cada escuela y se arreglaba. Pero no fue así, produjo fenómenos completamente distintos que no se esperaban.
– ¿Entonces el reconocimiento actual de la ciencia no se corresponde con una explosión de la racionalidad y con la marcha atrás de las supersticiones?
– Racional entre comillas, porque una parte de la ciencia no es racional… Digamos que el científico que trabaja en su laboratorio es localmente popperiano, racional y está convencido de que tiene la verdad, pero no piensa filosóficamente sobre lo que está haciendo y cree que la ciencia nace en el laboratorio.
– ¿Y cuál considera que es la importancia del laboratorio dentro de la experiencia científica?
– El laboratorio es un lugar como tantos. Es el lugar de la destilación de los fenómenos, donde se mide. Vos tenés en cualquier tema científico un paso metafísico, que es pasar a la generalización: vos medís, medís, medís y, de repetente, «pum»: no es acá sino que es en todos lados.
– La biología, por ejemplo, sí depende mucho del laboratorio.
– Mucho más que la física, que se realiza más en el momento de la síntesis, de la generalización, esa meta operación de pasar de la inducción a la Ley. Los físicos de todos los lugares buscan las mismas leyes, cuando los biólogos de distintos lugares tienen una empírea diferente, como se notó desde la Edad Media con el esfuerzo por unificar distintas empíreas de distintos lados y que permitió, por ejemplo, aislar la idea de especie, que es la misma acá y allá. Pero fijate que un griego no pensaba en experimentar, pensaba en observar, era un receptáculo pasivo del mundo. En cambio, el científico moderno fuerza los hechos tratando de apartar todos los elementos secundarios. Ahora, esa destilación de los fenómenos que se produce en el laboratorio es responsable en gran parte del fracaso de la educación científica.
– ¿De qué manera?
– Porque los alumnos del secundario piensan que las leyes se cumplen en el laboratorio, en el pizarrón pero no fuera del colegio. No hay una generalización verdadera. Y eso pasa con muchos otros conocimientos, como la historia, la literatura, que parecen no funcionar fuera del colegio. No hay una extensión al resto de la vida.
– De todas maneras, en muchas prácticas cotidianas, es necesario que el científico considere que lo que hace es verdadero.
– El que está midiendo la efectividad de una toxina o el funcionamiento de un gen no está estableciendo un principio general. Es la diferencia entre el arquitecto que construye una casa y el que trata de establecer un principio general de la arquitectura. Por ejemplo, alguien elabora un catálogo de estrellas, mira un pedazo de cielo, mide la longitud y todo bien. Ahora, cuando se trata de elaborar un modelo de universo y ver si las supercuerdas funcionan o son una simple construcción matemática, teniendo en cuenta que no producen ninguna cosa que se pueda medir, ahí hace falta un poco más de reflexión. Hay algo de reflexión actualmente, pero me parece que el científico reflexiona menos de lo que debería. Digamos que la mesociencia está bajo control: se sabe lo que se sabe, se sabe lo que no se sabe y se sabe, más o menos, cómo averiguar lo que no se sabe. Pero el tema está en los extremos: lo pequeño y lo muy grande.
– Se puede decir que es más evidente el problema de la verdad en los extremos…
– A ver… Seguro que nos estamos equivocando tanto como se equivocaba un astrónomo en el siglo XVII, porque los científicos trabajan con la cultura de la época, con las metáforas que la cultura les permite, con las cosas que pueden ver y que no pueden ver según los prejuicios del momento. El ejemplo de esto es Copérnico. Era un genio que rompió con un prejuicio, que era el de la Tierra estática, pero tiene metido otro prejuicio que ignora por completo, que es el de los movimientos circulares, entonces no puede hacer encajar las cosas porque hay algo que no le cierra y él no se da cuenta de qué es. Estoy convencido que fue por eso que tardó tanto en publicar su teoría. Él se daba cuenta de que la cosa no funcionaba, pero faltaban cien años para que alguien se animara o, mejor, pudiera reconocer el prejuicio como tal.
– Pero se puede pensar que ahora, analizando las experiencias pasadas, se pude tener más en cuenta la existencia de limitaciones en el pensamiento de época de las cuales no se puede tener conciencia.
– Debería ser así. Mirá, por ejemplo, la historia de que el Universo tiene límites y afuera no hay nada se parece a mucho a los dilemas que tenía Aristóteles. Qué pasaba con la última esfera, qué pasaba si sacaba un brazo de la última esfera del Universo… Son a veces teorías que no tienen sustento filosófico y, sobretodo, no tenemos una metafísica adecuada para analizarlas. Hay un problema epistemológico, hay que analizar cómo podemos estar seguros de determinadas cosas. Ciertas cosas que no resultan podrían deberse a ese tipo de situaciones y no lo sabemos.
– Aparte de los detalles de Universo, ¿qué otro objeto de estudio estaría en los extremos del conocimiento?
– Por ejemplo, el estado consciente: no tenemos una teoría del estado consciente, del cerebro, y no sabemos si la vamos a tener. Con respecto al cerebro, estamos más o menos con Hipócrates con el estómago: ¿Qué podía saber del estómago? Ni siquiera tenía manera de estudiarlo, ni herramientas.
– ¿Cuál es para usted la disciplina del presente?
– Es la biología. Tomó la posta de lo que fue la física en los primeros 60 años del siglo XX. La genética, por ejemplo, se apoderó de muchas áreas, como la medicina, la farmacología, lo cual puede ser una ilusión, porque cuando Pasteur descubrió los microorganismos el mundo pensó que todas las enfermedades venían de los microorganismos, y no era así. Ahora parece que la genética viene a resolver todos los problemas, desde la agricultura hasta la salud.
– La hegemonía de la biología determina una realidad científica más empírica, podría decirse.
– Digamos que la ciencia se está internando por el lado empírico y también por el lado burocrático.
– ¿Cómo es eso?
– Buena parte del trabajo de los científicos está dedicado a conseguir subsidios, porque la ciencia actual es muy cara. Y eso, a su vez, está conectado con el tema de la divulgación, porque el científico se ve en la necesidad de dar a conocer su trabajo, necesita propaganda.
– ¿Considera que da resultado esa relación simbiótica?
– En general, el tipo de periodismo científico predominante es lo que se llama, en teoría de la comunicación pública de la ciencia, «modelo de déficit»: el periodista va, le pone el micrófono al científico y el científico le habla al mundo, a la sociedad y cuenta cosas que él sabe y el público no sabe. Lo que hace el periodista es registrarlo pero, en general, no cuestionarlo.
– ¿Tendrá que ver con la percepción de que la ciencia pertenece a un estatus superior?
– El mismo temor que existe hacia la ciencia en otros ámbitos, existe en parte del periodismo. Un periodista deportivo, o de cultura, comenta un partido o un concierto, pero un periodista científico no comenta las investigaciones, y eso es porque lo considera un discurso elevado al cual no tiene acceso. Yo considero que hacer divulgación es hacer ciencia por otros medios.
– Los críticos literarios tienen la misma consideración de su trabajo frente a la literatura.
– El divulgador está haciendo ciencia porque la ciencia no se puede abordar sin la filosofía de la ciencia. Por ejemplo, para abordar la literatura, tenés que conocer un poco de teoría literaria y, en este caso, la teoría literaria es la filosofía de la ciencia.
– Entonces, ¿hay que perderle un poco de respeto a la ciencia?
– Un poco no, creo que hay que ser muy irrespetuoso, y yo lo soy.
Dos libros dos |
En su lista de títulos publicados, Leonardo Moledo tiene tanto literatura como divulgación de la ciencia y, en este ramo, se ocupó del público general y también del infantil. Entre los libros que tuvieron mayor resonancia, cuenta uno que en su título menta a las crónicas de John Reed sobre la revolución bolchevique: “Las diez teorías que conmovieron al mundo”.
En lo que va del año, Moledo puso dos títulos nuevos en las bateas: “Los mitos de la ciencia”, publicado por editorial Planeta, y “Lavar los platos”, en colaboración con Ignacio Jawtuschenko, publicado por Capital Intelectual. |
Fuente: El Cable Nro. 696