
Invisibles en la UBA
Carlos Eroles, un persistente militante por los derechos humanos, asumió recientemente el cargo de subsecretario de Extensión Universitaria. En esta entrevista con el Cable, describe con crudeza las múltiples barreras físicas y culturales que deben enfrentar las personas con discapacidad que deciden estudiar en la Universidad de Buenos Aires.
Como consecuencia de la artritis reumatoidea que ataca sus articulaciones, Carlos Eroles debe ayudarse con un bastón para caminar. Sin embargo la enfermedad no logró impedir que se recibiera de licenciado en Trabajo social, ni que fuera en dos ocasiones director de esa carrera, de la cual es hoy miembro del Consejo Directivo. Tampoco que sea, desde hace muchos años, un activo integrante de la Asamblea Permanente por los Derechos Humanos y que, desde fines de los 90, comenzara a militar por los derechos de las personas con discapacidad.
El pasado 12 de marzo, llegó a su puesto en el Rectorado de la UBA con la decisión de lograr que la institución se haga cargo de las necesidades y derechos que les corresponden a las personas con discapacidad que transitan por sus aulas.
– ¿A qué se refiere con el concepto de “invisibles” cuando habla de personas con discapacidad?
– En realidad el concepto de “invisibles” fue institucionalizado por Juan Seda que es el actual coordinador del Programa de Discapacidad y Universidad de la UBA. “Invisibles” da cuenta de la existencia de distintos grupos de personas, cuyas necesidades no son vistas por el conjunto de la sociedad. Por ejemplo, las personas con discapacidad son invisibles desde el punto de vista de sus necesidades concretas. La gente por ahí los mira con simpatía, si hay una persona de baja talla en lugar de preguntarle, ¿en qué puedo ayudarlo?, tal vez le toca la cabeza porque es un enanito, da suerte. Ve a un ciego y según como esté ese día su humor, lo ayuda a cruzar o lo deja parado donde fuere, pero no se pone a considerar si ese ciego es músico, profesor universitario o padre de cinco hijos. No piensa en su realidad. Es el cieguito, el pobre cieguito, a esto yo lo llamo invisibilidad. En la Ciudad de Buenos Aires, hay varios edificios “metáfora”. Por ejemplo el Ministerio de Educación es un edificio “metáfora”, uno se para frente al Palacio Sarmiento y en la puerta de entrada hay dos escalinatas, una que da a la Biblioteca del Maestro que tiene una rampa de hierro, y otra que es la escalinata de gestión, que no tiene ninguna rampa. Entonces la “metáfora” es que una persona con discapacidad puede leer y hasta es bueno que lea, pero qué va a hacer gestionando en el templo del saber que es el Ministerio de Educación. En la sede del Rectorado de la UBA, si ustedes miran, la puerta de entrada para el público, en Viamonte 430, tiene nueve escalones de mármol, si me miran subir a mí, van a ver que me resulta bastante difícil, me tengo que agarrar del pasamanos, subir de costado, y para bajar, dar dos o tres pasos en un mismo escalón hasta poder llegar a un punto en el que me permita bajar. En la otra entrada, la de las autoridades, en Viamonte 444, sería fácil armar un par de rampas pero todavía no se ha hecho. Nos proponemos lanzar una embestida para lograr que este edificio se convierta en un edificio accesible para personas con discapacidad, fundamentalmente por razones simbólicas, por la significación que tiene en la universidad.
– ¿Esto que ocurre en la sede del Rectorado vale también para el resto de la universidad?
– Hay facultades que tienen un ingreso adaptado, caso concreto: la Facultad de Exactas, dónde uno puede ingresar, subir al ascensor y de allí trasladarse hacia casi cualquier lugar de la Facultad. La Facultad de Filosofía está adaptada, la de Sociales tiene los tres edificios adaptados, sobre todo el nuevo que tiene una rampa que es excepcional. Tanto Odontología como Farmacia y Medicina están adaptadas. Esto no quiere decir que no haya obstáculos o problemas adentro, pero hay, por lo menos, un intento de adaptación. También está adaptada la Facultad de Ingeniería aunque con algunas dificultades. Tiene una larga rampa que permite el ingreso al edificio, sin embargo la puerta está cerrada, entonces si una persona con discapacidad, subió sola, va a tener que bajar a pedirle a alguien que abra la puerta, después tendrá que conseguir que venga la persona que tiene la llave del ascensor para sillas de ruedas. Una vez hicimos esto con una persona, que era el secretario de discapacidad de AMIA, y él tardó cerca de 50 minutos en llegar hasta el Consejo Directivo, lo que significa que es una adaptación relativa. Y después hay algunos lugares como Veterinarias y Agronomía que no están para nada adaptados y así varios lugares.
– ¿Cuáles son las principales dificultades que debe enfrentar una persona discapacitada que quiera comenzar a cursar una carrera en la UBA?
– Si bien se han atemperado un poco, se va a encontrar con obstáculos, con barreras culturales. Por ejemplo, hay profesores que consideran no evaluables a las personas con discapacidad. No en el caso de los ciegos, pero sí en el de los paralíticos cerebrales, que tienen dificultades para comunicarse verbalmente y aun por escrito, por lo que necesitan apelar, para rendir una prueba, a un mouse inteligente y hacer la prueba en una computadora. Esto parece que no está dentro de las costumbres de la UBA y genera una cantidad de dificultades. De todas maneras en cada facultad hay un grupo de gente interesada en superar estos problemas y en luchar permanentemente contra estos profesores, que son profesores fascistas, porque no admiten al otro diferente. Este es un problema serio. El segundo problema son algunas barreras concretas, materiales. En muchas facultades, hay una rampa que permite el acceso, pero después uno se encuentra con escaleras que impiden llegar a otros lugares. No hay señales para sordos, no hay profesores de lengua de señas para que un sordo pueda seguir una clase si no es un sordo oralizado. Hubo un caso muy cómico de un profesor que se negaba a sacarse el bigote como se lo pedía un sordo oralizado para poder ver la modulación de sus labios. Además hay profesores que van y le dicen a un alumno con discapacidad: “la verdad es que no sé para qué estudias, si nunca vas a poder ejercer, esta carrera no es para personas como vos”. Esto también ha ocurrido.
– ¿Existen estudios que permitan conocer qué cantidad de personas con discapacidad estudian en la UBA?
– Hay cifras diferentes. Una cifra, elaborada por el Ministerio de Educación, sostiene que alrededor de veinte mil personas con discapacidad deberían de estar estudiando en las universidades nacionales de todo el país. Pero la realidad concreta es que uno las busca y no están. Uno, por ejemplo, busca y encuentra que en la Facultad de Sociales hay unos treinta alumnos con discapacidad; en Arquitectura, otro tanto; en Derecho, en Filosofía y Letras y después en las otras facultades ya son casos más específicos. Es decir que uno puede calcular que en toda la UBA deben de estar cursando unos mil alumnos con discapacidad. Esta es una cifra que no surge de ningún censo, sino que es mi cálculo. Hay que tener en cuenta que muchos no se dan a conocer. Por ejemplo, si es un sordo oralizado, difícilmente se va a dar a conocer. El ciego lo hace naturalmente, tal vez sea la comunidad más significativa de alumnos con discapacidad que tenemos. También tenemos algunos alumnos con baja talla, con parálisis cerebral, con distintas formas de discapacidad motriz o movilidad reducida, pero no se ha hecho hasta ahora una encuesta significativa en este sentido. Hay una idea de llevarla a cabo en el próximo censo.
– ¿Qué ocurre con las personas con discapacidad que ejercen la docencia en la UBA?
– Asumirse como discapacitado en el caso de un docente es una decisión personal. Yo, por ejemplo, cuando me presento ante mis alumnos, entre mis condiciones personales digo que soy una persona con discapacidad. Conozco a otros docentes que nunca se presentarían como una persona con discapacidad. Uno tiene que deducirlo por su aspecto, por la forma en que se mueve o porque es evidente; una persona si está en silla de ruedas tiene una discapacidad, no hay ninguna duda. En casi todas las facultades hay alguno, generalmente son personas que se “discapacitaron” con el tiempo. También tenemos trabajadores no docentes con discapacidad. Ahora bien, la universidad, como casi todos los organismos del Estado, incumple con la ley 22.431, que establece que el 4% del total de los puestos laborales debe ser ocupado por personas con discapacidad, con igual idoneidad para el cargo. Al gremio, APUBA, le preocupa mucho ver cómo se puede hacer un esfuerzo para que para la universidad sea accesible y para que cumpla con el cupo de trabajadores no docentes con discapacidad que establece la ley.
– Esa barrera cultural que sufren los alumnos con discapacidad, ¿también la sufren los docentes?
– Mire, en general las personas con discapacidad no obtienen nada gratis, todo lo obtienen sobre la base de pelear fuerte por los temas. Hay una docente en la UBA, en la Facultad de Ingeniería, que es una ingeniera con baja talla. Ella nos ha contado todas las dificultades que tiene: no puede subir sola en el ascensor porque no llega a la botonera, tiene dificultades para subir a la tarima que hay en algunas aulas, además tiene dificultades para sentarse en el escritorio y más dificultades todavía para escribir en el pizarrón. Toda una serie de problemas que se podrían resolver con los dispositivos técnicos adecuados. Estos son los casos que exigen que la universidad se adapte a estas necesidades especiales. Nosotros iniciamos ahora un curso sobre discapacidad, hemos tenido que contratar un intérprete en lenguaje de señas, porque la universidad no tiene un pool, de cuatro o cinco intérpretes de señas, para que estén disponibles para todo acto o congreso que realice la universidad. Uno no debe preguntarse ¿va a asistir alguna persona con discapacidad?, lo que hay que decir es que todo congreso que organice la universidad está abierto para personas que tengan problemas auditivos. Esto requiere conciencia. Nosotros deberíamos posibilitar que toda persona con discapacidad auditiva pueda pedir a su facultad un intérprete de señas para que pueda cursar las materias. ¿Esto es caro? Sí, es caro, pero quién dijo que una persona con discapacidad no puede cursar de esta manera. Si un profesor necesita un trasplante, operación tremendamente cara, Dosuba se va a hacer cargo, este es el rol de la obra social. Entonces, si un estudiante sordo va a seguir una carrera universitaria, la institución tendrá que hacerse cargo del lenguaje de señas. No son temas fáciles, son complicados, porque cuando uno pone esto en papel, está bien, ahora, cuando uno lo traduce en presupuesto, todo empieza a complicarse.
– ¿Qué políticas se están desarrollando actualmente desde la UBA en relación con este tema?
– Primero, se creó por decisión del rector y del secretario de Extensión el Programa de Discapacidad y Universidad. Esto significa que hay un programa, con un coordinador a cargo, que va a comenzar a contar con cierta cantidad de horas semanales pagas por la universidad para ocuparse del tema, con un comité asesor formado por las 14 unidades académicas de la universidad, las 13 facultades y el CBC, con participación de APUBA dentro de este comité asesor, que está empezando a desarrollar sus tareas. Esta es la culminación de un proceso que comenzó en el año 2002. Hoy tenemos una conducción de la universidad que reconoce la existencia de problemas, lo que constituye un paso importante para solucionarlos. Todavía falta mucho, pero estamos en el camino. Es importante porque hay un cambio cualitativo, el tema se empieza a hacer visible, hemos conseguido romper la invisibilidad.
Fuente: El Cable Nro. 653