El techo de cristal
El Programa de Historia de la Facultad presentó el número 8 de su publicación La Ménsula, dedicado a las primeras químicas graduadas en Exactas. Dos de ellas estuvieron presentes. Por su parte, la socióloga María Elina Estébanez, dio una charla sobre la situación actual de la mujer en la ciencia.
La reunión sobre ciencia y género, que organizó el Programa de Historia de la FCEyN tuvo el propósito de homenajear a cuatro mujeres pioneras de las ciencias químicas: Delfina Molina y Vedia, que en 1906 fue la primera mujer en obtener su título de doctora en Química en Exactas; María Jiménez de Abeledo, egresada a fines de la década de 1920, y recientemente fallecida, a los 103 años. Las otras dos químicas homenajeadas estuvieron presentes en la reunión: Ana Baidembaum y María Olga Hanelo, que egresaron en 1937.
A fines de la década de 1930 egresaba una mujer cada ocho varones, mientras que a partir de 1990, las mujeres superaron a los varones. También creció la participación de mujeres en la docencia universitaria.
“Desde 1992 hay un incremento en el número de mujeres en la carrera de química, pero este predominio no se refleja en los puestos de gestión”, señaló la doctora Susana Barberis, miembro del Programa de Historia.
Barberis relató algunas anécdotas de las primeras químicas, que ponen en evidencia las dificultades que debieron afrontar estas mujeres en su desarrollo profesional. En efecto, Baidembaum, cuando consiguió su primer empleo en La Sulfúrica, una fábrica de ácidos, debió usar un uniforme masculino, porque no había otro. Algo peor le sucedió a Olga Hanelo, pues no la tomaron en la farmacia Franco-Inglesa porque no contaban con baños para mujeres.
De la semblanza histórica se pasó a las estadísticas, que dan cuenta de la situación de la mujer en la ciencia. “En Latinoamérica, el 41 por ciento del personal científico es femenino. En Europa, en cambio, la cifra desciende a un 25 por ciento, y en Estados Unidos también la participación es menor”, señaló la socióloga María Elina Estébanez, investigadora del grupo Redes, del Conicet.
De acuerdo con datos del 2001, la Argentina se destaca en Latinoamérica con un valor del 49 por ciento, y es superada apenas por Paraguay. El hecho paradójico es que se observa una alta participación de la mujer en países con un desarrollo social y económico relativamente menor que en el primer mundo, y un desarrollo científico de menor relevancia.
El factor femenino
“En la actualidad, hay consenso en que, por una cuestión ética, todas las personas tienen derecho a acceder a la educación superior, desarrollar una carrera y una actividad científica, en igualdad de condiciones”, afirmó la socióloga.
Pero las razones no son sólo éticas, o de equidad. “La ciencia, como actividad humana, posee las características de quienes la practican y difunden. La sociedad, por su parte, tiene derecho a disfrutar y obtener beneficios del conocimiento científico y tecnológico producido con esas características propias”, reflexionó Estébanez, y prosiguió: “En este sentido, la sociedad se enriquece con la óptica particular que le imprimen al conocimiento los hombres y las mujeres”.
La conclusión es simple: si hay menos mujeres en el sistema científico, la sociedad se va a ver perjudicada, porque hay un cierto punto de vista que no está expresado ni manifestado en la ciencia. Del mismo modo, la sociedad también se ve afectada por la exclusión de otros grupos. Los puntos de vista, los intereses, los valores de los distintos grupos deberían estar bien representados en el tipo de ciencia que se pone a disposición de la sociedad.
“Desde esta perspectiva epistemológica, ética y política, se fundamenta la relevancia de analizar el lugar de las mujeres y varones en la ciencia. El enfoque de género en realidad involucra a ambos sectores”, aclaró la investigadora.
En otras palabras, si son pocos los varones que acceden a la educación superior y a la ciencia, también hay un problema. De hecho, hay disciplinas preferidas por las mujeres, y que son poco elegidas por los varones, por ejemplo, las humanidades. “Si bien es difícil decir si esto es bueno o es malo, sería interesante pensar qué pasaría si hubiera más varones en las letras o en la educación”, se preguntó Estébanez. En efecto, la producción de conocimiento en esas áreas podría beneficiarse con el aporte de un punto de vista masculino.
Pautas culturales
La pregunta, sin duda, es por qué la presencia de las mujeres es minoritaria en la física, la matemática y la ingeniería. “Seguramente hay algo que hace que las jóvenes no estén impulsadas a seguir este tipo de carreras”, conjeturó la socióloga. Si se analizaran los libros de lectura de nivel primario, se encontrarían sesgos respecto de la formación temprana, del mismo modo en que se observan esos sesgos en las pautas de socialización de los hogares. Por ejemplo, los autos para los varones, y las muñecas para las niñas. En las niñas la socialización temprana, tanto familiar como escolar, las acerca menos a los objetos tecnológicos y a las matemáticas. Y lo inverso se da en los varones.
Ese sesgo de división de tareas y valores se arrastra a través del sistema educativo, e influye en las opciones frente a las carreras universitarias. “Por una cuestión de equidad, todos deberían tener igualdad de opciones, y no estar limitados por las pautas culturales”, destacó. De este modo, Estébanez subrayó la importancia de aplicar un enfoque de género al desarrollo de la ciencia, las políticas científicas y la gestión de las instituciones.
Un dato relevante es que, en los países iberoamericanos, la presencia de la mujer es más relevante en el sector universitario que en el sector empresarial. Lo cierto es que, en general, las universidades han sido sectores más receptivos a la presencia de las mujeres.
Según Estébanez, hay una hipótesis que podría explicar por qué hay más mujeres en el sistema científico de la Argentina que en los países del primer mundo. En algunos estudios se mostró que las mujeres avanzaban en la actividad científica en países en que el presupuesto para ciencia y tecnología era más bajo. A menores recursos asignados a la ciencia, había más posibilidad de avance para la mujer. Los motivos son claros: los hombres dejaban esos espacios en búsqueda de sueldos más convenientes en el ámbito privado.
Barreras invisibles
Ahora bien, el número de mujeres es alto al egreso de los estudios de grado y en las categorías más bajas de la carrera científica, pero los valores disminuyen a medida que se avanza hacia las categorías más altas. “Es lo que se llama presencia de techos de cristal”, afirmó la socióloga. No hay nada explícito que impida a la mujer acceder a puestos de mayor prestigio, poder o visibilidad.
¿Por qué la mujer no puede sostener su nivel de participación a medida que avanza en su carrera? En el relato de sus historias de vida, las mujeres dan cuenta de problemas para compatibilizar lo doméstico con lo profesional. A partir de los años 60, la mujer logró un ascenso importante al mundo del trabajo, pero no reemplazó una obligación por otra, sino que las sumó.
En lo que respecta a becas, doctorados y posdoctorados en el exterior, la participación de la mujer baja claramente, según datos del Conicet. Las oportunidades en el exterior son más aprovechadas por los varones, lo que en parte explica las trabas en el desarrollo profesional.
Asimismo, las mujeres tardan más en completar su doctorado. La formación doctoral se produce en el período de mayor fertilidad de la mujer, entre los 30 y los 40 años. Transitar ese período con hijos pequeños hace que todo sea más difícil para las mujeres.
Ahora bien, la razón de que la mujer tenga dificultades para alcanzar puestos de mayor decisión y poder ¿se debe a que no da abasto para cumplir con su doble rol de madre y profesional? Puede ser que la mujer esté resignando lugares de mayor decisión y compromiso, ante el temor de no poder cumplir de manera satisfactoria esas tareas que requerirían mayor esfuerzo o quedarse fuera del horario de trabajo. Por ello, en España se dictó una reglamentación para que las reuniones de organismos científicos se hagan antes de las 18 horas, como medida de equidad de género.
Por otra parte, ante la decisión de elegir a una mujer en un puesto jerárquico, pueden primar los estereotipos: que el poder es una cuestión masculina, y que la mujer tiende a ser más emocional y afectiva. “Son estereotipos muy fuertes, arraigados en la cultura”, subrayó la socióloga.
Desde los tiempos en que las primeras químicas argentinas debieron enfrentar el mundo del trabajo, pasó mucha agua bajo el puente, pero algunas barreras aún permanecen. Tal vez estén arraigadas en la sociedad, o en las mujeres mismas.
Los protagonistas |
Ana Baidembaum estaba ansiosa por contar una anécdota. “Lo más lindo que viví en mi vida fue que, cuando empezamos primer año con Olga, el átomo era la parte indivisible de la materia; pero en cuarto año, el átomo ya era un campo eléctrico, con un núcleo positivo y órbitas de electrones negativos”, relató. “Hicimos un salto dialéctico”, subrayó.
Por su parte, Olga Hanelo repasó varios momentos de sus años de trabajo en la empresa Gas del Estado. Cuando sus dos hijos eran adolescentes, ella tuvo la oportunidad de viajar con una beca para perfeccionarse en el estudio del gas natural. “Me preguntaron si quería ir, -relató- y yo dije: ‘iría, pero quién cuida a mi marido y a mis hijos’, y me quedé”. El arquitecto Juan Molina y Vedia, nieto de Delfina, la primera doctora en química, recordó a su abuela, y destacó cuánto había influido en él. Ella sentía igual entusiasmo por la ciencia y por el arte, de hecho escribía poesía y pintaba. “Esa abuela era un personaje contradictorio. Pintaba en las barrancas de Belgrano, y le dejaba las telas al guardabarrera. Pero además le pedía su opinión”, contó. “También era una burrera total, iba a Palermo y conocía anécdotas de todos los caballos”. También los hermanos Carlos y Horacio Abeledo contaron anécdotas de su madre, María Jiménez, quien trabajaba en los laboratorios donde se analizaba la calidad del vino, pero renunció, por razones éticas, cuando su marido, Carlos Arturo Abeledo, fue nombrado director del laboratorio. |
Fuente: El Cable Nro. 722