Puesta en valor de diapositivas de vidrio.

Cuando la enseñanza universitaria era una “linterna mágica”

Un proyecto de preservación del patrimonio educativo busca inventariar las diapositivas de vidrio que quedan en la facultad y hacerlas accesibles al público. Fueron una herramienta pedagógica de avanzada en clases y conferencias desde fines del siglo XIX.

12 de mayo de 2022

Adquirido en 1933, el epidiascopio del Departamento de Ciencias Geológicas espera a ser reparado. Tiene algo de dinosaurio pequeño y metálico, en esa región del Pabellón 2 donde imperan los estudios paleontológicos. Inspirado en las antiguas “linternas mágicas”, el aparato tuvo sus días luminosos en la Facultad de Ciencias Exactas y Naturales, cuando en su interior se deslizaban, unas tras otra, delicadas piezas que supieron estar en el epicentro de la educación académica y que hoy constituyen un invalorable patrimonio: las diapositivas de vidrio.

La utilización de imágenes es una de las claves de la enseñanza, en todas las épocas. Ahora, que la conectividad –y la pandemia– propugnan el aprendizaje remoto a través de zooms y videoconferencias, y siempre, con clases presenciales que incluyen power points y, mucho antes, transparencias apoyadas en retroproyectores (las filminas) o las clásicas diapositivas de 35 mm.

El primer ancestro de esos pequeños slides apretados entre dos marcos plásticos de 5 cm de lado, popularizados a partir de la década del ’40 (y así llamados por el carro deslizante que los ponía delante de la luz), fue la proyección de imágenes pintadas sobre placas de vidrio, que aparece en Europa ya en el siglo XVII. A mitad de camino, la fotografía refinó aquella técnica y aparecieron las grandes diapositivas de vidrio, que a fines del siglo XIX se convirtieron en la gran herramienta didáctica de la enseñanza universitaria.

¿Quedan diapositivas de vidrio en Exactas? Quedan. La facultad cuenta con un puñado de extraordinarias colecciones, y la sospecha es que hay más, confinadas en algún armario, en algún estante, esperando ser redescubiertas.

Un proyecto de preservación de ese acervo educativo, aprobado y subsidiado por FUNDACEN, busca rescatar las diapositivas de vidrio usadas en la docencia, sobre todo de las ciencias naturales, más de cien años atrás.

Las impulsoras de la iniciativa son la bióloga Marian Tanuz, encargada de las colecciones del Departamento de Ciencias Geológicas, y Beatriz Aguirre-Urreta, profesora emérita de la facultad y referente de los estudios paleontológicos y bioestratigráficos en el país, a través de su tarea en el Instituto de Estudios Andinos “Don Pablo Groeber” (CONICET, Exactas UBA), del que es cofundadora.

Las diapositivas en vidrio más antiguas que hallaron datan del último cuarto del siglo XIX, y fueron fabricadas por las casas Max Fritz, de Görlitz, en Silesia (hoy una ciudad partida entre Alemania y Polonia), y Roman Talbot, de Berlín: son tres series de ilustraciones botánicas y una exquisita serie de fotomicrografías que presentan láminas de cristales y minerales.

Ya de los inicios del siglo XX data una serie de diapositivas con fotografías de paisajes de diversas regiones de la Argentina, producidas como material pedagógico por la Dirección Nacional de Minas, con la guía impresa que detalla lugar, características geológicas y el tipo de explotación de cada imagen.

La colección, que al principio se nutrió del material que aportó Ciencias Geológicas, empezó a tomar forma en el Aula Museo “Ing. Enrique Hermitte” cuando el decano Juan Carlos Reboreda donó las diapositivas de cortes de anatomía vegetal con que ilustraba sus clases de botánica la doctora Elena Ancibor, fallecida en 2018.

“Es importante poner de relieve que a fines del siglo XIX la Universidad de Buenos Aires utilizaba un instrumental y una metodología de enseñanza, en clases y conferencias, que estaba a la altura de las mejores universidades del mundo”, destaca Aguirre-Urreta.

Las diapositivas de vidrio se componen de dos placas de vidrio. Una, donde se extendía la emulsión, contenía la imagen fotográfica positiva; la otra se colocaba encima a modo de protección. Ambas se unían luego con cintas engomadas de papel en los cuatro lados. Por lo general, en el margen había un impreso con el nombre del fabricante o una escueta etiqueta sobre el contenido de la serie.

El proyecto persigue varios propósitos. Primero, constituir una colección de las diapositivas de vidrio existentes en la facultad. Luego, inventariarlas y digitalizarlas, evaluando su estado de conservación y proponiendo posibles medidas de remediación para mejorar su guarda. Por fin, elaborar una base de datos y hacer las imágenes accesibles al público en general.

Son muchas las universidades de todo el planeta que en fecha reciente han encarado proyectos de preservación de este patrimonio educativo. La propia UBA lo ha hecho con el material que conservaba la Facultad de Farmacia y Bioquímica. Esas antiguas diapositivas están en el Museo de Farmacobotánica “Juan Aníbal Domínguez”.

El formato estándar de las más de 400 diapositivas de vidrio que ya reunieron Tanuz y Aguirre-Urreta es de 8,5 x 10 centímetros, compatibles con los epidiascopios que había adquirido la facultad (se exhiben dos en los pasillos de Ciencias Geológicas).

La adquisición de ese patrimonio histórico puede reconstruirse en el libro de compras del Departamento de Geología. “Sabemos que en 1924 se estaban comprando cajas de madera para las diapositivas a un costo de 24 pesos cada una, y que en 1933 se compró el epidiascopio marca Leitz completo, con su mesa, a la casa Lutz Ferrando, por la suma de $685, y luego su funda de lona, por otros $20”. Ese año, también se adquirieron las 23 diapositivas de vidrio con ilustraciones de la obra Voyage dans l’Amerique méridionale, de Alcide d’Orbigny, por 50 pesos con 60 centavos.

Los registros revelan que aún durante la década del ‘40 se siguieron comprando cajas para guardar diapositivas de vidrio, y que se pagó por la reproducción y copia de imágenes de libros para la enseñanza. Desde luego, todo ese material estuvo alguna vez en la Manzana de las Luces, en la sede original de la Facultad, sobre la calle Perú, y no es posible saber hoy cuándo ni cómo se mudó a Ciudad Universitaria. Dispersas en distintos departamentos, además, es difícil cuantificar su número total.

“Suponemos que debe haber más en la facultad: de botánica, de zoología, de química. Esto es, en cierto modo, un ‘llamado a la solidaridad’ –dice Tanuz–, para que los investigadores comprendan la importancia pedagógica de ese material que quizás está abandonado en alguna caja y lo sumen a este patrimonio”.

La frutilla del postre sería restaurar el epidiascopio Leitz, que proyectaba las transparencias a través de una lámpara, un juego de espejos y una lente, además de iluminar y proyectar, cuando era necesario, imágenes a partir de material opaco como láminas o libros. Y reproducir, hoy, el portento de esas “linternas mágicas” que hace un siglo permitían enseñar y aprender.

Para contactarse con Tanuz y Aguirre Urreta, escribir mtanuz@gl.fcen.uba.ar y aguirre@gl.fcen.uba.ar.

 

Pablo Taranto