
Científicos que salen de sus laboratorios
Alrededor de 40 personas, entre investigadores, docentes y estudiantes de Exactas, conformaron un equipo interdisciplinario que dedica parte de su tiempo libre a aplicar sus conocimientos para atender problemas sociales.
Los une un denominador común: el deseo de aprovechar sus conocimientos para utilizarlos en una práctica social concreta. Es un grupo muy organizado -constituido por alrededor de cuarenta personas- que crece año tras año. Son investigadores, docentes y estudiantes de la Facultad de Ciencias Exactas y Naturales (FCEyN) de la UBA que conforman el “Taller de Aguas” (http://www.tallerdeaguas.com.ar), un emprendimiento interdisciplinario nacido hace unos cinco años, con la finalidad de analizar la calidad del agua de consumo en asentamientos humanos, y su relación con las enfermedades que aquejan a esas poblaciones.
Curiosamente, el trabajo en pos de ese objetivo fundacional produjo efectos inesperados. Pues no sólo posibilitó mejorar la calidad de vida de miles de personas, sino también reconfiguró procesos de enseñanza-aprendizaje, y redefinió vocaciones científicas.
Ciencia y sociedad
“Yo creo que las investigaciones que llevo a cabo en el laboratorio son muy valiosas para el mundo de la ciencia, pero también considero importante dedicar algunas horas a aplicar lo que sé en algo que llegue concretamente a alguien que tiene rostro, y que lo necesita hoy”, opina Irina Izaguirre, doctora en biología e investigadora del Conicet.
Y esos rostros necesitados vieron cómo, un día como cualquier otro, el barrio se empezó a llenar de químicos, biólogos, geólogos y estudiantes de esas carreras, que visitaban sus casas, hacían encuestas, y tomaban muestras del agua que consumían. “Yo daba clases particulares en la sala de salud del Barrio María Elena, y charlando con un médico de ahí, me di cuenta de que se podía hacer algo más”, cuenta Renata Menéndez, licenciada en biología y docente de la FCEyN.
Así fue como, luego de una serie de análisis fisicoquímicos, microbiológicos y parasitológicos, los habitantes de María Elena, un asentamiento precario situado en el partido de La Matanza, se enteraron de que el agua que utilizaban estaba contaminada con altos niveles de metales, y con parásitos y bacterias habitualmente presentes en la materia fecal.
Con esos datos, se confeccionó un informe que los vecinos del barrio presentaron a las autoridades municipales, y así lograron la instalación de una red de agua a partir de la construcción de dos pozos centrales, tareas que fueron llevadas a cabo por cooperativas de trabajo conformadas por la misma gente del lugar. “Nuestro objetivo es darles una herramienta para sustentar sus reclamos, y que ellos se organicen”, explica Belén Almejún, licenciada en biología y docente de la FCEyN, y añade: “Podemos brindar herramientas para dar solución a un montón de problemas, que a veces son ínfimos respecto del trabajo que hacemos en el laboratorio, y sin embargo para ellos pueden ser instrumentos contundentes para lograr cosas que no tienen, y de las que el Estado no se está haciendo cargo”.
Ahora, las actividades del grupo están centradas en otro asentamiento del mismo municipio: el Barrio El Porvenir. “Allí hicimos un primer muestreo en el mes de noviembre, y seleccionamos doce puntos distribuidos de manera representativa”, consigna Alcira Trinelli, licenciada en química y becaria del Conicet, “y encontramos que el 75% de las muestras, que correspondían a pozos poco profundos, que toman agua del acuífero Pampeano, estaban contaminadas con bacterias de origen fecal y con parásitos”, señala.
Mientras revuelve papeles, la doctora Gabriela Mataloni, investigadora del Conicet, aporta datos “recién salidos del horno”: “Los resultados de los análisis de un segundo muestreo que realizamos en el mes de junio indican un cambio favorable, debido a que se extendió la red de agua potable a una parte del barrio. Sin embargo, un tercio de las casas muestreadas, que siguen tomando agua de pozos poco profundos, indican fuertes evidencias de contaminación fecal, y presencia de Pseudomonas, que son bacterias patógenas.”
Enseñar y aprender
“Le pusimos ‘Taller’ porque aprendemos todos, no sólo el vecino del barrio, también el graduado, el profesor y el estudiante”, observa Almejún. Es que el Taller de Aguas no sólo transfiere conocimientos a la sociedad, además se inmiscuye en los laboratorios de investigación, y en los trabajos prácticos de algunas materias: “Que nos muestren que lo que estamos aprendiendo tiene un sentido social es un incentivo muy fuerte para mí como estudiante”, comenta Florencia Barbarich.
En algunos casos, el trabajo en el Taller cambia la orientación que los alumnos habían elegido para su carrera o, incluso, redefine proyectos de investigación científica: “Yo venía trabajando en reproducción humana, en un proyecto más ligado a ciencia básica, y ahora estoy replanteando mi doctorado, mi futuro, pensando en trabajar en temas de contaminación que puedan dar respuesta a problemas sociales o, incluso, a cuestiones estratégicas del país”, revela Renata Menéndez.
Fruto de la labor realizada, hoy el Taller de Aguas tiene un subsidio “Exactas con la sociedad”, que la FCEyN otorga anualmente -previo concurso- a los proyectos de extensión. “Al principio me dio un poco de miedo, porque no es lo mismo teorizar en el laboratorio que salir a campo, donde hay que considerar una multiplicidad de variables”, confiesa la doctora María dos Santos Afonso, profesora adjunta de química y directora del proyecto. “Pero ahora estoy muy contenta porque -considera-, entre otras cosas, lo que estamos haciendo nos permite devolverle a la sociedad la educación que nos dio”.
Fuente: Publicado en La Nación el 27/08/2007