
Asombro, ideas previas y evolución
Félix de Azara, Alcides D’Orbigny y Charles Darwin se asombraron ante la variedad de especies americanas. La conjunción de algunas ideas previas con la necesidad de brindar una explicación dio lugar a una de las más revolucionarias teorías científicas: la evolución.
A partir del siglo XVII, numerosos naturalistas europeos recorrieron nuestro territorio. El afán de aventura y la curiosidad los llevó a indagar en la geología del lugar, los fósiles y las especies, tanto vegetales como animales.
Su aporte al conocimiento científico fue muy grande. Pero, ¿qué preconceptos traían a cuestas? ¿Qué libros habían leído? ¿Qué teorías daban marco a sus experiencias? Estas son algunas de las preguntas que se propuso responder el doctor Tristán Simanauskas, paleontólogo de la Universidad Nacional de la Plata, en una conferencia que forma parte de un ciclo charlas organizadas por AulaGEA, programa de extensión del Departamento de Ciencias Geológicas de la FCEyN.
Uno de los primeros naturalistas en llegar a estas playas fue Félix de Azara, enviado en 1781 por la corona española para tratar problemas de límites entre España y Portugal y realizar un trabajo cartográfico. Terminó quedándose unos veinte años, en los que se dedicó a la observación astronómica y geográfica.
Azara, que registró un gran número de especies vegetales y animales, se topó con animales desconocidos para los europeos. Por ejemplo, el oso hormiguero, o el tapir. “No encontraba explicación para estos animales que, claramente, no habían estado en el arca de Noé”, señaló Simanauskas, y agregó: “La imposibilidad de aceptar que se estaba frente a algo distinto tornaba confusa la misma observación”.
Todo puede cambiar
¿Qué libros traía Azara? La obra de un gran naturalista francés, Georges Louis Leclerc, conde de Buffon, nacido en 1707, experto en animales y que, además, había desarrollado estudios de geología y geometría. Buffon decía que la forma de los animales no era inmutable, podía variar con el paso del tiempo. Es más, se animó a decir que el relato bíblico podría interpretarse en forma no literal. “Esta idea se conoció con el nombre de transformismo, porque planteaba que las especies se transformaban unas en otras a lo largo del tiempo, producto de la adaptación a las características del ambiente”, explicó el conferenciante.
Así, Buffon se oponía a la postura dominante: el creacionismo, que se regía por el relato bíblico, el primer capítulo del Génesis. Para esta concepción, cada especie había sido creada en forma independiente, y no había sufrido cambios.
Unos 25 años más tarde, en 1826, llega al país otro naturalista, enviado por el Museo de Historia Natural de París, el francés Alcides D’Orbigny, que recorre el territorio y describe una gran cantidad de especies vegetales y animales.
Una serie de catástrofes
¿Qué libros traía D’Orbigny? ¿Con qué ideas llegaba? “Traía la obra de Azara, y la del Barón de Cuvier”. George Cuvier, considerado como el padre de la paleontología, tenía ideas muy distintas a las de Buffon. Creía firmemente, con evidencia geológica, que la vida sobre la Tierra era producto de una serie de catástrofes, inundaciones, incendios; concepción que recibió el nombre de catastrofismo. Admitía una única creación, con una gran diversidad, pero las sucesivas catástrofes habían causado la extinción de numerosos organismos. Los actuales, incluido el hombre, serían los sobrevivientes de la última catástrofe, el diluvio universal, según la Biblia.
El hecho de que los diversos estratos rocosos mostraran fósiles tan distintos demostraba, para Cuvier, que las especies no se transformaban, desaparecían. Contó 27 extinciones en su registro geológico. A partir de esta idea, D’Orbigny propone su teoría de las creaciones repetidas. Ante la gran diversidad de especies, consideró que a las extinciones habían seguido otras tantas creaciones. Dios hacía, deshacía, y volvía a hacer.
“Un gran opositor fue la Iglesia -destacó Simanauskas-, porque esta teoría sugería un dios medio chapucero, que no hacía bien las cosas de entrada”. Los transformistas también se oponían.
D’Orbigny enfrentaba un dilema. Por un lado, no podía admitir la transformación, porque su maestro Cuvier le había enseñado que las especies no se transformaban. Por otro lado, era consciente de la gran diversidad americana, tanto en las formas vivientes, como en los fósiles.
“Esto muestra que, más allá de lo que uno observa, siempre están las ideas previas, que operan como un filtro de lo que uno está observando”, dijo Simanauskas, y subrayó: “Toda observación surge de un sujeto, no existe la objetividad”.
En 1831, siguiendo los pasos de D’Orbigny, llega alguien que va a pensar de manera muy distinta. Es Charles Darwin, que viene con nuevas ideas. De hecho, en Inglaterra se rechaza la noción de los eventos catastróficos. El gran naturalista inglés piensa que, así como la acción de los ríos y los vientos, con el tiempo, transforma el paisaje, del mismo modo, el planeta pudo haberse transformado a lo largo de miles, e incluso, millones de años.
En su diario de viaje Darwin registró la impresión que le causó descubrir, en las pampas, fósiles de mamíferos “cubiertos con armaduras, similares a los armadillos actuales”. Es decir, encuentra un parentesco entre los armadillos actuales y los fósiles de gliptodontes.
También observa que las formas cambian a medida que se desciende por el continente. Hay formas que están en América del Norte, y en México, y que difieren de las que encuentra más al sur. Es decir, hay una distribución geográfica de formas vinculadas, lo que se ve claramente en los pájaros.
Sabemos que su paso por las islas Galápagos fue decisivo. Las formas eran muy particulares y, al mismo tiempo, guardaban relación con el continente. En especial, los pinzones, pájaros que mostraban adaptaciones a formas distintas de vivir. Algunos se alimentaban de semillas, otros eran insectívoros. Pero todos se parecían al pinzón del continente. Así, se planteó que todos habían descendido de ese pinzón del continente, y se habían modificado en cada una de las islas.
“Es la impronta de la transformación, del cambio, y del valor geográfico. El área como un factor que es importante en ese proceso de transformación”, destacó el especialista.
¿Qué libros traía Darwin? Las obras de Charles Lyell y Thomas Malthus. Lyell, en la obra más importante de geología del siglo XIX, planteaba la idea de la transformación gradual de la Tierra, sin la necesidad de los grandes eventos catastróficos. “Nada de revoluciones, sino despacio, todo a su justo tiempo. Lo de plantear revoluciones era muy francés”, ironizó Simanauskas.
En cuanto a Malthus, a partir de sus estudios demográficos en Inglaterra, había observado que la población humana crece en forma vertiginosa, a diferencia del crecimiento de las superficies para sembrar y proveer alimentos. Y pronostica que va a llegar un momento en que no se podrá alimentar a esa población en permanente aumento. Tal situación va a generar una lucha por la supervivencia, un enfrentamiento entre aquellos mejor preparados, y los que estén menos preparados.
Malthus emplea expresiones como “supervivencia del más apto”, “lucha por la supervivencia”, conceptos que van a impactar sobre Darwin, y a llevarlo a ver también esta lucha en la naturaleza.
Darwin adopta la idea de los cambios lentos y progresivos, como sostuviera Lyell. Y rechaza la idea de Cuvier de las extinciones. Para el naturalista inglés, el libro que leemos en los pisos geológicos está incompleto. Se han perdido hojas. La diferencia entre un fósil y la forma actual se debe a que nos faltan hojas en el medio.
Asimismo, plantea que los cambios en las condiciones de vida producen una tendencia a aumentar la variabilidad, y esto sería favorable a la selección natural. Denomina “selección natural” al principio por el cual toda ligera variación, si es útil, se conserva.
Darwin, como criador de palomas, sabía que es posible seleccionar los individuos y generar variedad. Entonces, la naturaleza puede hacer lo mismo. Por aquella época, en Europa, estaba en auge el perfeccionamiento de las razas bovinas y ovinas.
Finalmente postula su teoría (junto con Alfred Wallace), y plantea que hay variaciones entre individuos de una misma especie; los más aptos sobrevivirán y dejarán más descendientes, van a luchar mejor por su alimento (idea de Malthus) o por su hembra. Después de cientos de generaciones, en forma sostenida y gradual, este proceso daría lugar a diversas adaptaciones y, con el tiempo, a nuevas especies.
En oposición a estas ideas, surge, y tiene vigencia actualmente en los Estados Unidos, el neocreacionismo, basado en la idea de un diseño inteligente. Algunos se negaban a admitir que las complejas formas actuales se hubieran producido por la simple acumulación de pequeños cambios. Según los creacionistas, debería haber algún “ingeniero” que diseñó estas estructuras.
Uno de los cuestionamientos más fuertes al Darwinismo fue el del eslabón perdido que nunca pudo encontrarse. Los gradualistas, por su parte, no pueden explicar la ausencia de formas intermedias.
¿Enfrentamiento o cooperación?
En la década del 60, rompiendo con la idea de lucha, la bióloga Lynn Margulis (esposa del astrónomo Carl Sagan) postula la teoría de la endosimbiosis. Distintas bacterias se habrían juntado, actuando en forma simbiótica, y dieron como resultado las células eucariotas. Es decir, no hubo lucha, sino unión para conformar un organismo distinto y más complejo. La complejidad surge de la coparticipación, y no del enfrentamiento.
Otro aporte lo realizó el paleontólogo y divulgador científico Stephen Jay Gould, quien, junto con Aldrich, propuso que las formas de vida no surgieron de manera gradual, sino a saltos, con cambios rápidos. Esto explicaría por qué, en el registro geológico, hay animales muy distintos. “Gould retoma las catástrofes de Cuvier, y también demuestra por qué no encontramos el eslabón perdido: sencillamente porque no existió”, precisó Simanauskas.
Si bien todavía no hay acuerdo total en cuanto al mecanismo, está claro que cada vez se acumulan más pruebas a favor de la evolución, mal que les pese a los creacionistas.
El nuevo mundo causó asombro y despertó la curiosidad de los europeos. Lo que cada uno veía estaba condicionado por las ideas previas y los libros leídos. Incluso, por el país de origen. Pero aquí estaban los ingredientes necesarios para el desarrollo de la teoría de la evolución. Y también la vinchuca que picaría a Darwin, y lo obligaría, años después, según se cuenta, a permanecer en su casa y escribir su gran obra.
AulaGEA |
AulaGEA funciona desde 1998 en el Departamento de Ciencias Geológicas de la FCEyN, y reúne a un grupo de docentes con el propósito de concebir y producir materiales y actividades para la enseñanza de las Ciencias de la Tierra en distintos niveles de la enseñanza. En este ciclo de charlas, AulaGEA intenta difundir al público general el desarrollo de las ciencias en América, en especial, las expediciones realizadas en el Virreinato del Río de la Plata, las efectuadas en el siglo XIX y otros temas relacionados. |
Fuente: El Cable Nro. 653