Un simulador en Boston

Damián Scherlis se graduó y doctoró en Química en la Facultad. Luego de permanecer por más de tres años en el célebre Instituto Tecnológico de Massachusetts (MIT), donde completo un posdoc, decidió volver a la Argentina. En esta entrevista con el Cable describe las ventajas de trabajar en ese centro de investigaciones y cómo fue su regreso a Exactas.

7 de mayo de 2008

– ¿Cómo comenzó tu formación?

– Empecé a estudiar química en la Facultad en el año 92 y me recibí en el 96. Luego trabajé durante un año en el sector privado y cuando conseguí una beca del Conicet, renuncié y comencé mi doctorado, hacia mediados del 98. Mi director era Darío Estrín. Mi tesis tuvo que ver con simulación computacional en química, en sistemas biológicos.

– ¿Vos querías hacer tu doctorado en Argentina?

– Estaba bastante mentalizado para quedarme. No era tanta la gente de mi generación que se iba a hacer un doctorado al exterior. Un par de amigos cercanos lo hicieron, pero la mayoría se quedó.

– Terminado el doctorado, ¿cómo surgió la idea de viajar al exterior?

– A esa altura ya tenía claro que quería seguir la carrera académica y hoy es casi un paso obligado. Es una posibilidad que si se da y uno no tiene una atadura que le impida irse, es recomendable. Tanto como experiencia personal, como para aprender en un lugar que quizás presente posibilidades que no estén al alcance aquí.

– ¿Cómo apareció la posibilidad de ir al MIT?

– Cuando me faltaban cuatro o cinco meses para terminar la tesis, mi director me pasó un aviso que realmente me sedujo, desde el punto de vista del tema que proponía, el lugar, la persona con la que iría a trabajar y el salario tampoco estaba mal. Entonces le escribí a esta persona, aunque sin mayores expectativas. Lo hice como una especie de experimento. Pasó bastante tiempo y, finalmente, en enero de 2002 me confirmó que aceptaba mi postulación. Entonces terminé mi tesis en abril y en mayo viajé a Estados Unidos.

– ¿Cuáles son las cosas que más te llamaron la atención del MIT?

– Varias cosas. Fuera de lo académico, tiene múltiples actividades culturales gratuitas o a precios muy accesibles. Además como el MIT está al lado del río, podés agarrar un pequeño velero y dar una vuelta. Todo eso, es quizás, lo primero que te impacta. Claro que allá los alumnos pagan mucho dinero y por eso tienen una infraestructura muy completa. En el ámbito académico, de nuevo te sorprenden los recursos y el equipamiento. Las cifras que manejan son, directamente de otro orden de magnitudes. Tal vez acá la gente le saca mucho mejor provecho al dinero y allí puede que se gaste en cosas superfluas. Ahora bien, en mi caso particular, como yo hago cosas computacionales y un poco teóricas, la diferencia no se nota tanto. No es tan extrema como en las áreas donde se necesitan muchos insumos o equipos de laboratorio costosos para realizar distintas experiencias. La diferencia estaba más bien en el entorno. Todo el tiempo hay charlas de temas afines. Uno está rodeado de gente que trabaja en cosas muy parecidas y que son referentes, con los cuales puede interactuar. En el MIT uno está como en el centro de lo que está pasando y todo el tiempo recibe el feed back o se entera, casi inevitablemente, de los últimos avances. Eso es lo más importante que yo veo de estar ahí, lo que yo más rescato.

– ¿Cómo organizaste tu regreso?

– Cuando ya llevaba alrededor de tres años afuera se abrió una convocatoria del Conicet y decidí presentarme. Lo hice sin tener la certeza de que fuera a salir pero por suerte salió y una vez que se da, uno tiene un determinado tiempo para volver. Lo estiré lo más que pude porque estaba muy cómodo allá. Tenía la posibilidad de quedarme, podía renovar mi contrato sin mayores problemas, seguía teniendo cosas interesantes para hacer y obviamente ya me había hecho de amigos, incluso de algunos argentinos que estaban ahí. Pero bueno, no podía estirar más el plazo y como, en definitiva quería volver, bueno, volví.

– ¿Te insertaste en el mismo grupo en el que habías estado en la Facultad?

– Al momento de entrar a carrera uno tiene que presentarse con un director, y yo me presenté con Darío Estrín y con Sara Bilmes, que trabaja en materiales. Mi idea, una vez terminado el posdoc, que hice en el Departamento de Ciencia de Materiales del MIT, era arrancar con las herramientas y los conceptos que había utilizado esos años y dedicarme a la química de materiales, que es una rama de la química que tomó mucho impulso en los últimos años.

– ¿Te fue sencillo reinsertarte laboralmente?

– Depende de cómo se lo vea. Por un lado, si uno esperaba volver y tener un lugar propio para trabajar y un grupo de estudiantes trabajando con vos, esto no ocurrió. En mi caso me ayudó el hecho de que no tengo la necesidad de contar con recursos demasiado importantes, me basta una oficina y un lugar dónde poner las computadoras. Por eso las cosas fueron más fáciles para mí que para aquellos que hacen ciencia experimental. Respecto del espacio físico ese fue un tema. Cuando volví pedí un espacio y el Departamento de Química Inorgánica me contesto que no podía solicitarlo porque no tenía la categoría de investigador adjunto -todavía era asistente-. Entonces lo que hicimos fue presentar la nota de parte de Estrín, y si bien el departamento sabía que me estaba dando una oficina a mí, en los papeles ese lugar es de Estrín. Creo que hay una especie de resistencia a darle un espacio a alguien que recién llega. De todas maneras estoy contento por trabajar acá, por lo que estoy haciendo y por la posibilidad de colaborar con la gente de la Facultad.

Fuente: El Cable Nro. 684

Gabriel Rocca