
Darwin no le teme a Wallace
Gustavo Caponi, egresado de la Universidad de Rosario, doctor en Lógica y Filosofía de la Ciencia por la Universidad de Campinas, y actualmente profesor e investigador de la Universidad Federal de Santa Catarina, brindó una conferencia en Exactas sobre, lo que él considera, el mito sobre la competencia entre Alfred Wallace y Charles Darwin.
En su conferencia, llevada a cabo en noviembre de 2009, el filósofo de la ciencia Gustavo Caponi, invitado por el Centro de Formación e Investigación en Enseñanza de la Ciencia (Cefiec) de la FCEyN, se propuso derribar uno de los mitos más arraigados en la historia de la ciencia: la idea de que el naturalista Alfred Wallace habría desarrollado una teoría de la evolución equivalente a la de Darwin.
Quienes apoyan esa hipótesis, sostienen que Darwin se apuró a publicar su obra máxima, El origen de las especies, debido a que, a través de una carta que le había enviado Wallace, vio que tenía un fuerte competidor. Otro mito es que Darwin le robó a Wallace sus ideas, tanto la de la selección natural como la del “principio de divergencia”.
“Lo que yo quiero mostrar es que si uno lee con atención el texto de Wallace, no encuentra la teoría de la selección natural. Encuentra un análisis semejante, pero no es la misma teoría”, recalcó Caponi. Y aclaró: “No voy a decir que Wallace haya sido un incompetente, sino que no tuvo un papel relevante en el desarrollo de la biología evolutiva”.
Los acontecimientos
En 1842 y 1844 Darwin había llegado a redactar dos versiones de su teoría definitiva. Pero a ambas les faltaba una pieza fundamental: la identificación de la razón por la cual el mecanismo de selección natural producía diversificación y no sólo modificación adaptativa de las formas biológicas. Darwin sólo pudo resolver esa dificultad en los años posteriores a 1852 cuando llegó al concepto que él llamó: “principio de divergencia”, para explicar por qué la selección natural produce diversificación y no sólo modificación de las formas. Y en 1856, Darwin atendió las recomendaciones de sus amigos, el geólogo Charles Lyell y el botánico y explorador Joseph Hooker, e inició la redacción de un manuscrito de una obra que se llamaría La selección natural.
Esa obra se vio interrumpida a inicios de 1858 cuando Darwin recibió la célebre carta de Wallace, en la que éste sometía a la consideración de Darwin una breve y sólida exposición de sus ideas.
Darwin quedó en una situación difícil de resolver, y apeló a los consejos de Hooker y de Lyell, quienes le recomendaron una presentación conjunta del artículo de Wallace y de los esbozos de la teoría que Darwin tenía escritos. Esa presentación se realizó el 1 de julio de 1858.
“Si comparamos las tesis de ambos naturalistas, pienso que hay buenas razones para dudar de que la prioridad de Darwin haya estado realmente amenazada. En realidad, no hay en el ensayo de Wallace un equivalente riguroso de la hipótesis darwiniana de la selección natural”, destacó Caponi.
Para el filósofo, el argumento de Wallace supone un modo de razonar incompatible con la teoría darwiniana de la selección natural. Y remarcó: “El razonamiento de Wallace es incapaz de llevarnos hasta el principio de divergencia; por lo cual tampoco se lo puede acusar a Darwin de robar esa idea”.
Wallace decía que toda especie ha llegado a existir coincidiendo tanto espacial como temporalmente con una especie preexistente con la que estaba estrechamente vinculada. Sin embargo, no hacía referencia a ningún mecanismo o proceso que explicara ese fenómeno.
Él consideraba, al igual que Darwin, que la vida de los animales salvajes era una lucha por la existencia. La disponibilidad de alimentos, la aptitud para conseguirlos y la capacidad para protegerse de los enemigos, y no la tasa de fecundidad, eran la clave de la diferencia en densidad poblacional que se registra entre especies de un mismo género.
No hay lugar para los débiles
Wallace decía que en una misma especie, los individuos más débiles tienden a perecer, y los más saludables, a sobrevivir, por estar mejor preparados para obtener comida y perpetuarse. Pero los individuos más débiles eran siempre los muy jóvenes, los muy viejos, o los enfermos. “Wallace no menciona diferencias de aptitud debidas a diferencias morfológicas o de comportamiento”, subrayó Caponi.
Para Wallace, si la constitución de los individuos se altera de manera que obstaculice esa procura de alimento, el resultado de esa modificación va a ser una disminución de la población de esos individuos. “Esa afirmación constituye un indicio claro de que no está pensando en los términos que exigiría la teoría de la selección natural”, dijo Caponi.
Darwin ya afirmaba que cualquier modificación que mejorase el desempeño de los individuos en la lucha por la existencia les daría a éstos mayores probabilidades de supervivencia, y que aquellos descendientes suyos que heredasen esa variación, aunque fuese pequeña, también tendrían una probabilidad mayor de supervivencia. Pero lo que vale para las modificaciones benéficas, también vale para las perjudiciales. Los individuos portadores de esas variaciones tendrían menos probabilidad de sobrevivir, y la descendencia de esos individuos también padecerían esas desventajas. Por eso, la proporción de los portadores de esas características difícilmente podría incrementarse al punto de comprometer la suerte de toda la especie.
Wallace no se preocupaba por los procesos que habían conducido a la constitución de las variedades de una especie; para él, las variedades se conformaban en forma independiente de que sus características fueran más o menos convenientes en la lucha por la existencia. Los individuos de una variedad parecen tener un mismo desempeño en la lucha por la existencia. Él interpreta la transformación de las especies como la consecuencia de una competición entre variedades y razas. Las más aventajadas crecen numéricamente en detrimento de otras, y las eliminan.
Según Wallace, puede imaginarse un escenario donde coexiste una especie parental con dos especies derivadas, una más débil y menos numerosa que la originaria, y otra variedad más fuerte y numerosa que la parental. En un escenario así, el linaje derivado del más fuerte podría acabar sustituyendo a los otros dos linajes: el originario y el más débil. Un cambio del ambiente que haga la existencia más difícil para la especie en cuestión, y pusiese a prueba su capacidad de evitar el exterminio, podría hacer que la variedad menos numerosa se extinga sino también podría conducir a la extinción de la forma originaria. Así la variedad superior se quedaría sola.
El mecanismo imaginado por Wallace deja que se produzcan variaciones menos adaptadas a las exigencias ambientales que las formas originarias, y esas variedades sólo son eliminadas cuando las condiciones se tornan más duras de lo normal. “Wallace está pensando en una lucha por la existencia menos exigente que la darwiniana, por eso el mecanismo selectivo es más inconstante. Pero por esa misma razón el mecanismo seleccionador de Wallace tampoco podría tener el poder creativo de la selección natural darviniana”, remarcó Caponi.
El árbol de la vida
“Por la mediación del principio de sustitución sucesiva imaginado por Wallace es difícil explicar procesos de diversificación a partir de un conjunto menor de formas ancestrales como el que el propio Wallace conjeturó que pudo haber ocurrido en Galápagos”, sostuvo Caponi.
El principio de divergencia es uno de los corolarios de la teoría de la selección natural. Si dentro de una especie que depende de un sustento en particular, surge un individuo dotado para explotar otro recurso, esos últimos individuos resultarán premiados por la selección natural. Y serán premiados porque esos individuos, por un tiempo, quedarán menos sometidos a la presión de la lucha por la existencia. Luego, en la descendencia de esos divergentes, la selección premiará a la variación que permitirá una explotación más eficiente de esos recursos. Eso conducirá a una creciente diferenciación de ese linaje divergente.
Ese mecanismo podrá producir variedades en cualquier especie salvaje. Mediando algún mecanismo de aislamiento, esa misma tendencia podrá generar las variedades de los pinzones de las islas Galápagos y otras divergencias como aquella que alguna vez separó a los leones de los tigres.
Se podría pensar en una segunda formulación de la hipótesis de Wallace, que permitiese considerarla como una teoría capaz de crear el árbol de la vida. El razonamiento permitiría pensar en la posibilidad de dos especies originales del mismo género que explotan los mismos recursos de una determinada región y que luego de un período de penuria y escasez son reemplazadas por variedades divergentes que aprovechan recursos menos explotados. Así se podría llegar a un árbol de divergencias, parecido al de Darwin.
Con todo, ese modo de razonar supone algo que no estaba previsto en el razonamiento de Wallace, el proceso selectivo pensado por él se basaba en la lucha por la misma fuente de recursos y en la eventual eliminación de las variedades menos dotadas para aprovecharlos. De ese modo, las variedades menos dotadas, dejaban un espacio para aquellas estuvieran mejor preparadas para afrontar las épocas de penuria.
A diferencia de lo que ocurre en el caso de Darwin, las variedades de Wallace no parecen poder divergir para la ocupación de nuevos lugares en la ecología de la naturaleza, en lugar de ello las variedades de Wallace siempre se estorban mutuamente, y esa pugna solo concluye cuando en una época de escasez, la variedad más apta se queda con todo el premio.
Wallace individualiza una lógica de la sustitución, pero no llega a pensar en una lógica de la diversificación. En 1858 Wallace estaba en una posición análoga a la que Darwin había alcanzado en 1842. Wallace tenía una explicación razonable de anagénesis, mecanismo por el que cambios graduales conducen hacia el desarrollo de una especie nueva que sustituye a la antigua (no hay «bifurcación» en el árbol filogenético). Pero no tenía una explicación de la cladogénesis, es decir, un suceso de bifurcación evolutiva en el que cada rama y sus ramas maś pequeñas constituyen un «clado»; un mecanismo evolutivo y un proceso de evolución adaptativa que conduce hacia el desarrollo de una mayor variedad de organismos.
Homenaje al hombre correcto
Caponi subrayó: “Wallace no podía llegar a explicar la formación del árbol de la vida. Al menos, no con la misma claridad. El problema de Wallace es que no problematizó el origen de las variedades, el punto de partida de Darwin”.
En la perspectiva de Darwin, las variedades surgen porque la selección natural premia cualquier variante morfológica o de comportamiento que, en ciertas condiciones, representen una nueva ventaja, nunca una desventaja, para los miembros de ese grupo.
Además de eso, una variante puede surgir por el premio que la selección natural daría a cualquier aprovechamiento de nuevos recursos, menos explotados por la especie en cuestión. Ambas situaciones son coherentes con el principio de utilidad y con el de divergencia.
Para Darwin las variantes siempre son el resultado de divergencias morfológicas promovidas por los beneficios o la utilidad que esa divergencia conlleva para sus portadores. Para Darwin, adaptación y variación se implican mutuamente. Wallace, en cambio, no pudo ver la íntima conexión que existía entre las dos ideas.
Wallace no trabaja con la analogía de la selección artificial. “Si hubiera percibido lo útil que era esa analogía, tal vez él hubiese podido encontrar una clave para la formación de nuevas variedades”, señaló el filósofo. Y esa explicación del origen de las variedades le habría permitido a Wallace salir de la lógica de la sustitución en la que estaba preso.
Por eso, se podría asegurar que la analogía con la selección artificial fue una pieza clave en la formulación final del argumento de Darwin. Esa analogía no fue importante sólo porque permitió delinear el concepto de selección natural, sino también porque facilitó que de ese concepto se sacase una consecuencia tan importante como fue el principio de divergencia.
Y Caponi concluyó: “Podemos decir que en el 2009 no nos equivocamos, homenajeamos al hombre correcto”.