Identifican restos humanos del siglo XVIII

A partir de un trabajo interdisciplinario de científicos argentinos, entre los que se encuentran investigadores de la Facultad, se ha podido confirmar que el cuerpo encontrado pertenece a uno de los dos marinos que murieron en 1770 cuando la nave inglesa naufragó en la ría de Puerto Deseado frente a la costa patagónica.

13 de abril de 2010

El 6 de marzo de 1770, la corbeta de guerra inglesa HMS Swift -con 91 hombres a bordo- partió de su base en Puerto Egmont, Islas Malvinas, para efectuar un viaje de reconocimiento. Tras varios días de mal tiempo, con fuertes vientos del sudeste que empujaron la nave hacia el continente, uno de los oficiales de la nave propuso entrar en la ría de Puerto Deseado, un lugar naturalmente reparado, para que la tripulación pudiera descansar. Pero una roca que no figuraba en las cartas de navegación hizo encallar el barco y, aunque los tripulantes lograron que el navío se liberara de la varadura, habían perdido el control de la corbeta que, impulsada por el viento y la fuerte corriente, continuó su camino ría adentro. Entonces, otro peñasco sumergido cerca de la costa hizo encallar la nave nuevamente. Esta vez, los esfuerzos de los marineros no consiguieron evitar que la embarcación se hundiera en esas aguas heladas.

Una vez reunidos en la orilla, el recuento de los sobrevivientes reveló que tres hombres se habían ahogado. Uno de ellos era el cocinero, cuyo cuerpo apareció flotando poco tiempo después. Pero faltaban dos infantes de marina.

El diario de uno de los oficiales que se salvaron y los registros de la corte marcial que debieron enfrentar por haber perdido el barco dan testimonio de esta tragedia, que quedó en el olvido hasta que, en 1982, un grupo de jóvenes buzos de Puerto Deseado encontró a la Swift.

En el año 2005, durante uno de sus tantos trabajos de excavación -que ya han permitido desenterrar del fondo marino numerosas piezas de la corbeta- el equipo de investigadores del Programa de Arqueología Subacuática del Instituto Nacional de Antropología y Pensamiento Latinoamericano (Inapl), hizo un hallazgo inesperado: “Durante la excavación, encontramos un zapato que, para nuestra sorpresa, tenía huesos adentro. Eran de un pie, y se continuaban con los de una pierna. Luego de consultar a las autoridades británicas, continuamos la excavación y terminamos desenterrando un esqueleto completo”, revela la doctora Dolores Elkin, investigadora del Conicet y directora científica del equipo del Inapl. “Nunca imaginamos encontrar un cuerpo, siempre pensamos que la corriente se los habría llevado”, confiesa.

Hasta ahora, no podía asegurarse que esos restos correspondían a alguno de los marinos desaparecidos durante el naufragio. Pero un trabajo científico interdisciplinario, financiado por la National Geographic Society y la Agencia Nacional de Promoción Científica y Tecnológica, que será publicado en el Journal of Molecular Structure, confirmaría esa hipótesis.

Restos reveladores

El estudio de cierto material que permanecía adherido al esqueleto permitió notables avances en la identificación: “Analizamos restos de tela de color rojo que estaban pegados a la escápula y comprobamos que era lana teñida con un colorante denominado ‘madder’, obtenido de las raíces de una planta conocida como Rubia tinctorum”, señala la doctora Marta Maier, investigadora del Conicet en el Departamento de Química Orgánica de la Facultad de Ciencias Exactas y Naturales de la UBA. “Estos resultados coinciden con las características de los uniformes militares utilizados por los infantes de marina británicos de aquella época”, explica Elkin.

Asociados a los huesos, también se encontraron otros elementos. Entre ellos, la hebilla de un corbatín y 32 botones. El análisis químico y metalográfico de uno de los botones, efectuado por investigadores del Laboratorio de Materiales de la Facultad de Ingeniería de la UBA, concluye que eran de peltre y que estaban fabricados en una única pieza.
“Si bien la bibliografía indica que los botones se armaban a partir de dos piezas separadas que luego se unían, si creyéramos todo lo que dicen los documentos escritos sería inútil hacer arqueología. Pero sabemos muy bien que la historia no siempre cuenta la verdad”, sonríe Elkin. “Por otra parte, la composición, la forma y la cantidad de botones, así como la presencia de una hebilla de corbatín y el análisis químico de la tela de la escápula, indican que, muy probablemente, esa persona estaba usando un uniforme en el momento del naufragio”, añade.

Ahora, una de las líneas de investigación está orientada a determinar a cuál de los dos marinos desaparecidos –Ballard o Rusker, de 23 y 21 años respectivamente, según los registros del barco- pertenecen los huesos: “Ya tenemos el ADN del esqueleto. Si pudiéramos encontrar algún descendiente para compararlo estaríamos haciendo un aporte humanitario, que es darle nombre y apellido”, se entusiasma la arqueóloga. Pero su juventud reduce la posibilidad de que hayan tenido descendencia.

Por el momento, la inscripción en la lápida de la tumba que guarda los restos en el cementerio británico de la Chacarita seguirá diciendo “soldado desconocido”.

Fuente: Publicado en La Nación el 13/04/2010

Gabriel Stekolschik