Luciano Marasco

Una historia Sadosky

De las tantas experiencias donde las becas resultan centrales para que estudiantes de las distintas carreras de la Facultad logren terminar sus estudios, una fue la de Luciano Marasco, ex becario Sadosky y hoy en pleno posdoc después de publicar un trabajo en la revista Cell que le valió la tapa.

1 de julio de 2022

Lucho está ahora en Oxford, Gran Bretaña. A las 4 de la madrugada lo despiertan los pájaros, con el sol asomando. Su vida se tornó en algo extraño para él mismo. “Es irreal, como vivir un sueño”, dice cuando habla de su presente. Y su presente es estar haciendo el posdoc en un laboratorio de trascendencia internacional como lo es el del biólogo molecular Nicholas Proudfoot (quien descubrió las señales de Poli(A), un hito en el mundo molecular) y haber llegado a la tapa de la revista Cell como primer autor de un trabajo que propone una nueva terapéutica para una enfermedad tremenda, la atrofia muscular espinal.

Lucho se llama Luciano Marasco, tiene 30 años, es biólogo graduado en Exactas UBA y llevó adelante su tesis de doctorado como becario en el laboratorio de Alberto Kornblihtt, en el IFIBYNE, que finalizó nada más y nada menos que con la publicación del paper en Cell.

Cuenta que en Oxford labura mucho, pipetea muchísimo, aprende, aprende, aprende. ¿Por mucho tiempo? “Tengo que terminar los proyectos que empecé acá. Nick (por Proudfoot) me dio espacio para hacer mi trabajo y me trasmite mucho de lo que sabe. Me gustaría hacer un poco más de posdoc en el exterior, es importante para seguir haciendo ciencia en la Argentina… Porque la verdad es que me hubiera gustado quedarme, y de hecho voy a volver en cuanto pueda, quiero hacer ciencia allá. Lo quiero hacer y lo siento como un compromiso”, explica Luciano con una emoción que permea a través del video chat.

Un camino con becas

El derrotero hacia un título universitario ofrece piedras, pozos, zonas resbaladizas. No es un secreto que la magnitud de los obstáculos suele estar atada a las condiciones socio-económicas de quienes lo transiten. Y Luciano lo tiene muy claro. “Fui un pésimo estudiante”, afirma sin un pelo de falsa modestia. Terminó la carrera de Ciencias Biológicas en tiempo y forma, pero con sufrimiento. “Lo que pasa es que laburé toda la carrera y eso es un quilombo en una facultad como Exactas, que tiene un nivel de elitismo muy fuerte. Todo el mundo te quema la cabeza con el promedio, cuando hay muchas más cosas que el promedio en las carreras”, sostiene y da detalle: “Vivir y laburar y cursar y que te vaya bien en la carrera es imposible, inhumano. Hice de todo en los primeros años de cursada: Trabajé de camarero, de cocinero, saqué fotos, vivía en base a changas, día a día. Durante mucho tiempo me acostaba a las cuatro de la mañana porque tenía que esperar que el dueño del bar baje la persiana, y después iba a cursar Ecología a las ocho de la mañana. Y encima me tenía que tomar el 28, que es un bondi caro”.

El cambio para Luciano vino de la mano de una beca Sadosky. La recibió durante dos años, en la etapa final del primer ciclo de la carrera. “Si no me salía esa beca, hubiera renunciado a seguir estudiando, no podía, definitivamente, era imposible”, dice. “Le pude meter un acelerador a la carrera y me cambió la vida. Además, tuve una beca de viáticos que fue importante porque el 28 se llevaba buena parte de la plata que ganaba por mes”. Pero esto duró un poco más de dos años. Faltándole seis materias para terminar la licenciatura, le aconsejaron pasar a una beca Estímulo y allá fue. No se arrepiente porque considera que influyó para acceder a la beca de doctorado, pero significó un duro golpe: era la mitad de dinero que la Sadosky. “Renunciar a la Sadosky fue algo muy doloroso. Los dos años que me quedaban de carrera la pasé mal, fue duro”, cuenta. Y también resultó brava la transición entre la beca Estímulo y la beca CONICET de doctorado, fueron seis meses sin beca. “Me cagué de hambre durante ese tiempo. Después llegó el ingreso al CONICET y la vida se dio vuelta de nuevo, pude hacer lo tenía que hacer, que era seguir formándome, enfocado en eso”.

Tortas y romanticismo

La motivación aparece siempre presente en la historia de Lucho. A los 18, cursando el CBC, se mandó sin dudar a un laboratorio de la Facultad de Agronomía atraído por el mundo vegetal y conoció qué era la investigación. Después de cursar a los ponchazos las primeras materias de Biología buscó el consejo del profesor Alberto Kornblihtt para decidir sobre su orientación en el ciclo superior. Siguió la orientación vegetal pero pronto el mismo Kornblihtt le movió la estantería proponiéndole sumarse a su equipo en temas de biología molecular. Dijo que sí y ahora está transitando las gratas consecuencias.

Cuando se le menciona el cálido recuerdo que dejó en el área de Becas de la Facultad se ríe y se tapa un poco la cara con la mano. Resulta que Lucho, después incluso de abandonar la beca Sadosky, caía a la Secretaría de Extensión, Cultura Científica y Bienestar con tortas hechas por él. “Me había olvida de eso”, dice. “Eran gestos de agradecimiento. La Facultad me dijo seguí, confío en vos, fue muy lindo eso. La mayor parte de la gente que puede ir a la Facultad es clase media o alta y hay un montón que se queda afuera, que se va quedando en el camino”.

El relato de Luciano es tan duro como lleno de gratitud. “Es increíble que haya un Estado que confíe en uno y te permita formarte de la mejor manera”, afirma, pero cuando habla de su paso por la carrera no afloran las consideraciones románticas. “No lo puedo romantizar porque quiero que eso cambie”, sostiene y arrima un comentario que complementa ese deseo: “No existe en el mundo una universidad del tremendo nivel que tiene la UBA que te dé un título sin pagar. Ahora siento el compromiso de devolver algo de eso a la sociedad”, dice, y aclara que “el nivel de compromiso para mí tiene que ser alto. Es conmigo mismo y con mucha gente. Hacer ciencia en la Argentina muchas veces es difícil y de alguna manera tengo que formarme por todos aquellos que quedaron en el camino y para ayudar a los que están a mi alrededor, para que les pueda ir bien también”. Fin. O principio, mejor.

 

 

Armando Doria