“¿Qué hacés aca?” Un bicho raro entre médicos
Promediando los ‘90, Vanesa Rawe vivía tiempos agitados: “mi carrera tuvo distintos momentos. Me gradué en el ‘94 y sentía que sabía muy poco, que sólo tenía las bases mínimas”. No estaba muy segura, dice, de qué era lo que quería hacer ni dónde hacerlo, sólo sabía que “ni la academia ni el CONICET me convencían”. Entonces, ¿qué camino tomar? ¿Por dónde empezar? ¿Qué puertas empezar a tocar? ¿Cómo es el proceso que va desde esa falta de certezas hasta dirigir un proyecto personal que conjuga la realización de deseos propios con la posibilidad de colaborar para que otras personas alcancen los suyos? La historia de Vanesa resulta en sí una respuesta a (algunas de) esas preguntas.
Bióloga por FCEyN (orientación en Molecular y Celular) y con un Doctorado en Buenos Aires, quizás puede pensarse que la huella que dejaron los ‘90 en su vida se refleja en las millas que Vanesa acumuló desde el día que tuvo que emigrar para realizar su posgrado: “por esa época estuve yendo y viniendo bastante”, recuerda, “y eso me aportó una visión diferente de la biología”. Intuye que la perspectiva otorgada en sus estancias en el exterior le permitió llenar ese hueco que, sentía, la formación de grado no había podido colmar: “Tenía la sensación de que al salir de la Facultad tenía que formarme. Así que hice cursos y tareas variadas”, sobre todo teniendo en cuenta que sus intereses no tenían un lugar natural donde canalizarse: “me interesaba una combinación rara: la biología y la clínica, un campo que era de dominio casi exclusivo de los bioquímicos”.
Da unos primeros pasos podría decirse que casi a ciegas (“sólo sabía que lo mío era algo relacionado con reproducción, así que traté formarme en eso”). Siguiendo esa suerte de instinto, entre los años 94 y 96 trabaja ad-honorem en CEGYR, Esto le permite conectar con destacadas personalidades ligadas a la investigación endocrinológica, como el Dr. Héctor Chemes. En el ’96 viaja a Baltimore para una realizar una maestría en Biología reproductiva y conoce al Dr. Peter Sutovsky. Chemes y Sutovksy han resultado, asegura Vanesa, dos de sus grandes mentores. El hecho de haber vivido tiempo fuera del país también le resultó crucial: “la mirada de lo que ocurría en el exterior fue clave, sobre todo por la situación que el campo clínico en Argentina”.
Ya de regreso, vuelve al CEGYR. Allí, en el laboratorio de análisis de investigación clínica fundado por el Dr. Aníbal Acosta, encuentra la posibilidad (“algo que era muy extraño y aún hoy lo es”) de trabajar con material humano. En esa fortuita reunión de circunstancias y personas, aquella “combinación rara” que le interesaba empieza a tomar forma. Hoy reflexiona sobre esa situación, y las posibilidades para que las oportunidades aparezcan: “además del propio deseo, se debe dar todo en un contexto histórico que te lo permita, y con gente que esté trabajando para que las cosas que uno quiere sucedan”.
“además del propio deseo, se debe dar todo en un contexto histórico que te lo permita, y con gente que esté trabajando para que las cosas que uno quiere sucedan”
Del 96 al 99, se anota en cuanto curso intuye o cree que puede serle útil, a pesar de que en su mayoría están destinados a médicos. Hace el Curso de la Sociedad Argentina de Medicina reproductiva (SAMER) y los dos años de la especialidad en Endocrinología Ginecológica y Reproductiva (SAEGRE): “Los médicos me miraban con cara de “qué hacés aca”, pero al mismo tiempo se apiadaban de mí. Veían que yo era muy preguntona y que era inquieta y que quería saber… Me miraban como el bicho raro”.
De la incertidumbre al camino propio
En una mirada retrospectiva, Vanesa advierte que lo que el período del 94 al 2000 le entrega es la posibilidad de establecer lazos en Argentina y EEUU, a la vez que realizar investigación científica en casos humanos reales. Entiende que fue allí donde vio la posibilidad de traducir “problemas concretos de las personas a papers”, lo que hallaba a la vez fascinante y estimulante. Durante esos años se rodea de personas que le permiten, afirma, “moldear su deseo de hacer investigación clínica”. Se doctora, viaja (¡una vez más!) a EEUU y empieza a trabajar con el Dr. Gerard Yates. Y lo que tras un nuevo regreso se trajo fue la certeza de querer dedicarse a la clínica. Por entonces, y aunque sigue la sugerencia de “Jerry” (como lo llama) de hacer un post-doc, ya sabe de forma definitiva que su camino está fuera de la academia. Aprovecha entonces los conocimientos que le dan sus años de fuerte actividad científica así como los lazos armados en el camino y empieza a contactar empresas para ofrecer asesorías. Viaja (“con una mochila”, recuerda) por muchos laboratorios de argentina promoviendo una técnica de filtración de espermatozoides, ensanchando su malla de contactos dentro de su especialidad. Así es como acerca su mundo de la biología al de la clínica.
Las bases para que pueda comenzar su recorrido independiente estaban echadas, cosa que coincide, bromea, con su “crisis de los 40”.
Materializando el sueño
Con la idea de poder dar a necesidades concretas de pacientes clínicos soluciones desde la biología, Vanesa decide hacer la gran apuesta. Deja el CEGYR e invierte sus ahorros en comprar “una estufa, un microscopio y un freezer”, montándose un “laboratorio personal” en su casa. Asegura que fue un verdadero “salto al vacío” que, añade (alejándose de toda mirada romántica o idealizada), resultó una ardua experiencia: “el primer año fue duro y difícil; ser independiente en Argentina no es nada fácil”. Pero la animaba la posibilidad de ofrecer a los pacientes un modo diferente de ser tratados, con análisis clínicos que pudieran darles una “respuesta más cuidada” como parte de un servicio (lo que además era además algo que, reconoce, “los biólogos no sabemos bien cómo hacer”).
Aún con idas y vueltas, y a pesar de algunos reveses, la cosa de a poco empieza a marchar. Alquila un pequeño PH en Palermo y para mediados del 2011 ella y su laboratorio personal se trasladan allí. Los pacientes llegaban de la red de médicos que había formado participando en aquellos congresos que, paradójicamente y según le decían, “no eran para ella”. “Al comienzo, éramos Agustina y yo”, comenta, entre divertida y sorprendida, como si la distancia le diera una nueva perspectiva de lo audaz que había sido intentar todo aquello: “ella era bióloga, pero también secretaria y recepcionista; aunque las dos hacíamos un poco de todo”. El sueño crece (“más tarde se incorpora Noelia, para ayudar con las investigaciones sobre muestras humanas”) y aquel pequeño espacio empieza a extenderse. “En 2013 adquirimos la unidad contigua y recién en 2016 pudimos comprar la de abajo y armar lo que tenemos hoy… La cosa fue creciendo como a nivel edilicio y como proyecto”. Lo que cuenta con detalles y brillo en los ojos es cómo estaba naciendo REPRO-TEC.
“Todo fue a pulmón”, dice. Y queda claro. Aunque tenga la satisfacción de que hoy su sueño respira bien.
REPRO-TEC: crecimiento y satisfacción
Vanesa se esfuerza por poner en palabras lo que en su momento no fueron sino avances casi a ciegas: “lo que hice fue pasar de un espacio netamente académico a un espacio distinto, de investigación clínica y de ofrecimiento de un servicio a las personas, allí donde creía que había una necesidad podíamos cubrir”. El impulso al cambio tomaba sus fuerzas del hecho de que, y a pesar de reconocer que tiene “mucho de docente”, sentía que tenía que ir más allá de la carrera académica: “ese mundo ya me ahogaba», admite, «ya no me veía en la investigación básica, en CONICET; pero era para eso que había sido formada”. Recuerda más sensaciones que la acompañaban: “Yo me sentía medio Almirante Irizar. Tenía que ir abriendo un camino donde no había”.
Como es fácil imaginar, semejante sendero, aún inexplorado, no puede sino estar lleno de obstáculos. Una de las mayores dificultades con las que se encontró fue que resultó que su proyecto, cuya forma era difusa aún para ella, carecía asimismo de reconocimiento jurídico. Cuenta que al momento de anotarse en el Ministerio, éste no los habilitó como lo que era, un laboratorio de semen (“porque no existía la especialidad”), sino como uno de análisis clínicos: “¿Qué tipo de células manejo? Para el Ministerio, virus, bacterias, orina… Es decir, análisis biológico. El semen y el óvulo no lo tienen en sus categorías”. Esto añadía nuevas complicaciones, como la de depender de la firma de un bioquímico (lo que ocurrió hasta el 2016) o tener que contratar a un Director Médico. Como esa anécdota, tiene de a montones: contratiempos, trabas y hasta (evocadas desde el presente) divertidas confusiones originadas en un vocabulario y una actividad que para el Estado sencillamente no existían (“una inspectora que me fue a habilitar me preguntó una vez: ‘¿esto tiene algo que ver con un banco de sangre…?’. La palabra ‘banco de semen’ y ‘banco de gametos’ recién aparecen en el léxico ministerial en agosto del 2015”).
Vanesa se acerca al final del relato y queda la sensación de que para llegar adonde llegó tuvo que dar un paso a la vez, sin saltearse ninguno, ni económico ni operativo-técnico ni burocrático: “todo se hace de a poco. Primero comprás un tanque, después planificás para ahorrar para el siguiente…”, y en medio de todo eso “te das cuenta que la Facultad en ese sentido te da pocas herramientas”, que “una tiene que indagar por sí sola, ir indagando y formándose”. Por ejemplo, tenía que estrechar profundos lazos con contadores si quería saber “qué se paga, cuándo se paga, qué es ganancias, qué es ingresos brutos, qué es una declaración jurada, qué es una SRL, cómo se constituye. Son mil cosas que vas aprendiendo a los golpes”. En definitiva, insiste en que esa realidad que hoy es REPRO-TEC tiene detrás decisión, empuje, constancia, paciencia y trabajo: “obviamente nada de esto fue de un día para el otro. Del 2010 al 2016 que fue la última obra, son 6 años de trabajo continuo. Donde pasé de escribir papers a escribir una historia distinta”.
«muchas de trabas ya no están. Hoy por hoy está mucho más inserto. Y yo como bióloga soy directora técnica de mi propio lugar»
Los viajes, los encuentros, las biólogas-secretarias, las (in)habilitaciones, los bichos raros… Todo es parte de ese camino abierto que Vanesa abrió “a los golpes”. Casi como un rompehielos. Pero hoy los frutos están a la vista: “hoy REPRO-TEC está catalogado como una micro PyME”, cuenta, “y trabajan allí 10 personas. Y muchas trabas ya no están. Está todo mucho más inserto y aceitado; y yo, como bióloga, soy directora técnica de mi propio lugar”. Pero, sobre todo, lo que parece brindarle mayor satisfacción es ver realizado su anhelo de combinar la biología y la clínica, para dar respuesta a deseos de otras personas: “la obra final, el producto de nuestro trabajo, es cuando te vienen a mostrar el bebé”.
A veces sólo es cuestión de animarse a romper el hielo.
Más información útil mencionada en esta charla:
–Ministerio de Salud (MS): para habilitaciones, gestión de matrículas y trámites conexos.
–Sociedad Argentina de Medicina Reproductiva (SAMER): se dictan cursos (básicos y avanzados) para Biólogas/os .
–Sociedad Argentina de Andrología (SAA): se dicta un seminario bianual.
–Sociedad Argentina de Endocrinología Ginecología y Reproductiva (SAEGRE): brinda cursos para Licenciadas/os en Biología.
–Repro-tec: cursos de vitrificación de óvulos.
–Red de Reproducción Asistida de Latinoamérica (LARA): dictan cursos sobre técnicas propias de la disciplina.
–Instituto de Biología y Medicina Experimental (IByME): cursos sobre aspectos reproductivos, a cargo de la Dra. Mónica H. Vazquez-Levin.