Una forma de mirar la realidad (y de cambiarla)
Lo primero que Juan Manuel y Pablo parecen querer dejar en claro es que ellos no entienden la ciencia como una actividad solemne, solitaria y elitista, sino como una práctica colectiva, conectada a la sociedad a la que pertenece y que a su vez busca transformar. Es Pablo quien rompe el hielo con esta idea: “empezamos Gato por una urgencia, porque no podíamos no hacerlo; y con el tiempo fuimos madurando la idea de que la ciencia no es una actividad ensimismada, sino una forma de mirar la realidad que puede ser extremadamente positiva en la vida de una enorme cantidad de personas”. Sacar a la ciencia de la academia, llevarla a la calle, al congreso, al diseño de leyes, a la resolución de problemas diarios: eso es, anticipan (y volverán sobre esta idea), la urgencia que hizo nacer El gato y la caja.
Pablo y Juan Manuel llegan con ganas de charlar. Destruyen la disposición de las sillas en forma de auditorio y reconstruyen otro espacio circular, horizontal, apto para voces plurales. Quieren contar lo que hicieron y por qué lo hicieron. Y no se andan con afirmaciones chiquitas: «la ciencia es peligrosa», aseguran, porque “es una forma de redistribuir poder”. Promediando la conversación dirán que a veces sienten que el mundo de la investigación está diseñado para que quien hace ciencia no se entrometa en cuestiones cruciales para la vida social. “Como un chupete”, afirman, “que te dan para que quedes contento”. Quizás por ello no pareciera sorprenderles (aunque les preocupa) que la formación científica mayormente adolezca de falta de miradas críticas sobre su rol social. Con esta inquietud, un día le fueron a preguntar a Alberto Kornblihtt cuándo se debe empezar a enseñar la ciencia. Éste contestó: “es tan linda la ciencia que no podemos negársela ni a un nene de jardín de infantes”.
Cómo se llega a ser lo que es
La conversación deja en seguida de ser el un monólogo de los invitados, pues las preguntas no tardan en llegar. Las primeras son acerca principio: sobre cómo empezar si se quiete hacer algo que sea gratificante y al mismo tiempo “exitoso” (“duradero, auto-financiado, masivo”, precisa alguien). Juan Manuel pone el asunto en perspectiva temporal: “Hoy Gato hace comunicación, investigación y diseño, pero empieza siendo mucho más chiquito”. Juanma (así le dice su colega) retoma y despliega esa idea: “éramos tres amigos en un living, con diferentes saberes pero una misma inquietud: cómo la transformamos en algo compartido”. En cuanto al método, Juan Manuel asegura que no hay recetas. Sin embargo, cierta sentido práctico y una suerte de “realismo optimista” parecen ser parte de la clave: “Como nos habíamos conocido por Twitter, y además es muy barato, decidimos arrancar por ahí”. Ahora es Pablo quien complementa a su colega (y arremete contra contra el prejuicio de que una idea tiene que tener forma acabada en la cabeza antes de ponerla en práctica): “teníamos que empezar por algún lado. Que saliera bien, que saliera mal; pero que saliera. Sacarnos la urgencia de no estar haciendo nada. Hacer la @&%# cosa”. Es esta una idea (el hecho de que el intento «puede salir mal”, perderle el miedo al fracaso, usarlo incluso a favor) que volverá a aparecer: “Siempre te podés equivocar. Empezamos tratando de hacer de Gato un audiovisual, pero luego nos dimos cuenta de lo que costaba”. No tenían los recursos, ni económicos ni técnicos: “3, 4, 5 minutos de audiovisual lleva un montón de trabajo. No teníamos ni la plata ni el equipo. Así es que empezamos Gato con un proyecto que no podíamos abarcar y tuvimos que retroceder hasta una cuenta de Twitter”.
«teníamos que empezar por algún lado. Que saliera bien, que saliera mal; pero que saliera. Sacarnos la urgencia de no estar haciendo nada»
Durante toda la charla, ambos se escucharán atentos, asentirán lo que diga el otro, se confirmarán entre sí. Nuevamente Juan Manuel completa una idea arrancada por Pablo “El paso dos fue Facebook. Replicar ahí lo que ya hacíamos en Twitter. Y esa fue otra de las cagadas que nos mandamos. Pensamos que era ‘copiar y pegar”. Una vez más, confiesa, calcularon mal, y en seguida advirtieron que Twitter funciona de otro modo: “hay otro humor. Se comparten y postean otras cosa. Es distinta la lógica… Ahí está tu tía…”, reflexiona (ante las risas de quienes los escuchan). Pablo insiste en que hay que arrancar con lo que hay, para luego intentar crecer: “Un día, teniendo Twitter y Facebook, dijimos ‘tenemos que ampliar la capacidad de transmitir información’. Nos basamos en el concepto de ‘posibles adyacentes’, que dice que las cosas nuevas surgen en los bordes de lo que ya existe y de la combinación de cosas que ya estaban”. A esto se debe que sus inicios hayan estado marcados por las personas y conocimientos que cada uno traía: “primero fue un wordpress; porque era lo que teníamos a mano si queríamos contar historias. Había que contar historias y ver qué pasaba”. Pero al mismo tiempo pareciera cuidarse de dejar entender que el asunto es «hacer cualquier cosa, todo el tiempo”. Al contrario, ambos coinciden en que es preciso pensar con qué herramientas se cuenta para alcanzar una meta concreta. Por eso lo que resulta clave es tener en claro qué se quiere lograr: “si había una noción que queríamos romper”, ejemplifica Pablo, “era la de aquel que ‘sabe’ hablándole a los que ‘no saben’. En ese sentido, Twitter y Facebook nos permitían generar genuinas conversaciones”. Y conversar les permitía “cambiar ciertas reglas del juego”, porque rompía la distancia que separa al ‘científico’ de “José, que está en la Pampa tomando mate y que ve que ese autor regrosso que publicó tal paper y al que él le escribió, le contesta”.
Avanza el encuentro y se develan “secretos” (ellos no los así, ni quieren “guardarlos”, al contrario: “queremos que otros hagan lo mismo. La meta es que estas iniciativas crezcan”). Afirman que otro rasgo de El Gato es su carácter híbrido: “somos una mezcla de diseño y ciencia. La parte de hacer, es diseño; la parte de medir es científico”, dice Juan Manuel. No ignoran que un buen producto sin visibilidad no tiene el impacto social que ellos buscan: “el marketing para nosotros tiene que ver con poner imágenes al servicio de una pelea, de una idea, y no de una marca (…) No nos olvidemos de que es una pelea”, dice Pablo, diferenciando El Gato de cualquier proyecto exclusiva o primariamente comercial: “no somos ADIDAS. Hoy está yendo un compañero a filmar con el Susana Giménez de Estados Unidos y va con remeras con la imagen de Copérnico, no de Gato. Porque queremos que se hable de quién era, del Renacimiento… hay cosas para contar ahí”. Dado que El Gato está muy atravesado por claros principios, cuentan que para ellos ha sido importante conservar márgenes de autonomía (lo definen como “no haberse atado a nadie”), pues esto les permite “una línea ideológica clara”.
Reinventarse, animarse, expandirse: tender redes
Inquietos y curiosos, como cualquier gato, apenas alcanzaban una meta iban más allá. Pensando en cómo llegar a mayor número de personas, creyeron que el secreto estaba en la “calidad expresiva” de los mensajes. Consideraban que les faltaba cierta veta estética (“esa cosa que tiene el artista de poder darte un sartenazo de belleza”). Y leyeron sobre todo lo que les cayó en la mano (papers, artículos, métricas de Facebook y Twitter) sobre cómo mejorar la eficacia de mensajes. En Gato, el entusiasmo y la perseverancia no es sinónimo con la improvisación. Su espíritu inquieto se expresa cuando se les oye decir que tienen “la política» de intentar cada año un formato nuevo: “Nos llamo Konex a principios de año y nos dijo ‘hagan algo’. Y pudimos ver que era posible llevar algo de ciencia a un espacio donde un público pagara una entrada por pasar una noche charlando con científicos”. Lo toman como una señal de que el proyecto crece, pero que a su vez lo hace sin perder la esencia; y eso los enorgullece. ¿Cómo se logra eso? Explican: “se fue constituyendo una comunidad. Un grupo de personas que tienen intereses similares, que responden a reglas mínimas, que están cansadas de que les bajen línea y que prefiere militar honestamente otro mensaje”. Afirman que el modo de que la cosa se crezca sin perder la identidad es con normas claras: “El sistema se construye a partir de esas reglas”, coinciden; y enumeran tres: “siempre es mejor cooperar que competir; transparencia económica de recursos; atribución de créditos y de logros”.
Ese crecimiento los lleva a contactarse con personas con intereses diversos: «hace poco nos llegó un paper de un politólogo del CONICET y nos pareció zarpado”, afirman. Aún cuando era un campo del que no sabían casi nada, esto no les impidió interesarse, actitud que quizás exprese la síntesis perfecta de su proyecto (“un grupo cada vez más grande de gente con conocimientos que los comparte con otro grupo también cada vez más grande”). En ese afán por ampliar vínculos quizás deba buscarse uno de los factores de su gran crecimiento: “tuvimos que abrir nuestra pata de investigación, y pudimos construir un laboratorio. Construimos un equipo casi formal, pero empezamos con algo muy chiquito, sólo con Moravec”. Concuerdan en que con la expansión llegaron mayores desafíos, y Juan Manuel, para contar un caso, narra que un día llegaron (el físico) Andrés Riesnik y (el ingeniero electrónico) Fede Zimmerman con una aplicación de celular china que les permitía acopiar datos: “Era una cosa horrenda, negra, que no podías entrarle por ningún lado”. A pesar de ser muy difícil de usar, necesitaban que muchos lo hicieran, así que idearon algo algo: “necesitábamos que la gente se cope con hacer cuentas, algo que a priori no es divertido, así que convertimos la aplicación en un juego. En marketing se llama gamification”. Sorteado un primer escollo, llegó otro: para obtener datos mucha gente tenía que jugar, y la herramienta para compartir el juego era muy costosa. Tuvieron otra ocurrencia inspirada: “Hicimos un grupo de Facebook. La versión casera, barata y manual” y jugaron entre ellos, uno contra otro, haciendo capturas de pantalla y subiéndolas a las redes: «con nuestra (falsa) competencia se prendió un montón de gente”. Vuelven hacia atrás y aclaran que a esto se referían cuando hablaban de “usar herramientas de nuestra generación para investigar”, rompiendo el imaginario de que hacer ciencia sólo consiste en manipular mecheros, llenar tubos de ensayo y completar planillas de datos.
«siempre es mejor cooperar que competir; transparencia económica de recursos; atribución de créditos y de logros»
Llegar a fin de mes, haciendo lo que gusta
Contar con pocos recursos se paga con incertidumbre, pero tiene como premio un mayor grado de libertad. “Cuando estás en el sistema político más formal”, admite Pablo, “tal vez estás hasta los 35 o 40 años para tener una idea propia. Hasta entonces estás bajo la línea de tu tutor, jefe o director”. Piensa que eso también es producto de un sistema cerrado que cancela otras derivas profesionales: “Nadie te dice que podés hacer investigación por fuera del sistema formal, y la que quieras: agarrar una pregunta, intentar conseguir el equipo y ver hasta dónde lo podés llevar”. Es esa autonomía la que les permite ahondar en las cuestiones que les interesan. Y como la política es una de ellas, diseñaron un experimento para estudiar el fenómeno de toma de decisiones (la forma, explican, en que se “metaboliza la idea de que una decisión es propia, cuando en realidad estamos muy sujetos a narrativas”). Lo llamaron “ceguera de la elección”. Una vez más, fue la propia dinámica del proceso (en este caso, lo ajeno que era para ellos ese objeto de estudio) lo que los forzó a ampliarse: “para poder estudiarlo, necesitábamos un equipo que sea transdisciplinario, con un politólogo, un físico y una comunicadora en una misma mesada; equipo que, por lo menos yo, en esta Facultad no he visto nunca”.
Llegando el final, llega una pregunta obligada: lo que hacen les apasiona, pero ¿viven de lo que hacen? Su respuesta no traza un jardín de rosas, sino un combo donde voluntad y perseverancia se combinan con ingenio y una necesaria dosis de suerte. En los comienzos, todos tenían otros trabajos y El gato no tenía autosubsistencia material. Una vez más ocurrió lo que ellos consideran clave: se hicieron el planteo justo: “qué podemos hacer con lo que tenemos. Bueno, existen plataformas de crowdfunding, se puede pedir plata a interesados… Y por ahí fuimos… En tres días habíamos reunido la guita”. Hoy encaran la cuestión del financiamiento desde el mismo ángulo: saben que quieren subsistir como proyecto “completamente independiente”, entonces ¿qué hacer?: “Existe la posibilidad de hacer un anuario, de pedir financiamiento… Y Bueno: hagamos el libro, pidamos guita…”.
Tras más de dos horas, la charla termina, pero el encuentro dura; y Juan Manuel y Pablo se quedan contestando en el pasillo a quienes aún piden detalles que no llegaron a contar de su proyecto; ése que nació como tres personas twitteando sus inquietudes, derivó en una red de conocimiento e investigación colectiva que no renuncia al compromiso crítico, que hoy tiene un radio de influencia de “millones de personas” y que sigue basándose en dos axiomas simples: “todos las personas tienen que ser tratadas con dignidad y usemos la evidencia para lograr un mundo donde eso ocurra. No puede ser tan difícil”.
Parece que no.
Más información útil mencionada en esta charla:
– Ideame: plataforma de Micromecenazgo.
– Creative Commons: Organización sin ánimo de lucro, que promueve el intercambio y utilización legal de contenidos cubiertos por los derechos de autor.
– Empresa emergente (Start up).
– Vsauce: canal de YouTube creada por Michael Stevens. Produce videos sobre temas científicos, psicológicos, matemáticos y filosóficos, así como sobre juegos, tecnología, cultura y otros temas de interés general.
– PBS Idea Channel: Canal que explora el cruce entre arte, la ciencia y la cultura pop. Organizado por Mike Rugnetta, se lanzó en 2012 y desde entonces ha publicado cientos de videos. /
–Aeon: Organización comprometida con la difusión del conocimiento y una cosmovisión cosmopolita. Define su misión como “crear un santuario en línea para pensar seriamente”.