Agustina Pose – Satellogic


Cambiar la mirada

Con la sexta charla llegó el turno de la física y el momento de salir del Pabellón II. Por eso es que el lugar al que llega Agustina Pose es el aula 7 del I. Es ahí donde, apenas entra, muestra su carta de presentación: “vengo a contarles cómo terminé haciendo lo que hago y qué tiene que ver con la física”.

Agustina trabaja en óptica experimental satelital, en el armado mecánico y la alineación integral de componentes. Específicamente su actividad es desarrollar cámaras de a bordo para microsatélites. Pero, ¿cómo fué que terminó en ella? Lo primero que afirma es que haber pasado por el laboratorio de óptica marcó su futuro: “laboratorios 6 y 7 yo los hice entre el EC (el laboratorio de electrónica cuántica) y el de Química biológica. Y aunque el de EC en realidad poco tiene que ver con cuántica, esos dos lugares son los que más hicieron tirarme hacia donde estoy hoy”. Esa suerte de inconsistencia ya captura a la audiencia, que se acomoda en las butacas con gesto interesado. Agustina comenta un poco más: “el laboratorio de EC es de óptica, por lo que allí empecé a trabajar colaborando en armar un microscopio. Luego hice ahí mi tesis de grado… Fue en ese momento que empecé a cambiar la mirada”.

Algunas personas tuvieron mucho que ver con ese nuevo horizonte que se le abría, como Hernan Grecco, Oscar Martínez y Valeria Levi. “Hasta el momento de conocerlos”, recuerda, lo poco que había escuchado estaba acompañado de cierta idea de ‘el camino oscuro de quienes se iban a la industria”. Pero Grecco, por entonces profesor suyo, era uno de quienes no compartía esa idea: “siempre tuvo la inquietud de articular la ciencia con la industria. Él fue de los primeros de los que escuché hablar de estas cosas sin terror…”.

Cuenta también que por aquella época se enteró que una compañera suya, Belén, hacía su tesis de licenciatura trabajando en FATE (“básicamente le pagaban para escribirla”, comenta). Así fue que ella vislumbró un posible camino: “yo venía dando clases particulares y en secundarios pero había llegado a un punto donde quería mayor estabilidad laboral y económica; así que cuando ví la situación de mi compañera, entendí que quería hacer mi tesis en algún lugar donde me pagaran. Esa fue mi primera búsqueda”. Podría decirse que fueron esta visión y el laboratorio de óptica los hechos que hicieron que Agustina recalibre su propio enfoque.

Tocando puertas se llega… al espacio

El primer impulso apuntaba a combinar las ganas de hacer algo fuera de la Facultad con las obligaciones académicas: “La carrera de física son un montón de años y de tiempo. Me pasaba también que ya tenía ganas de articular tanto estudio con otra cosa. Me puse a averiguar sobre lugares donde pudiera hacer mi tesis, pero es un campo complicado… Estaba la posibilidad de INVAP, pero no tenía ganas de ir a Bariloche…”.

Su primer contacto con el universo satelital lo tuvo charlando con un amigo del secundario (“éramos los únicos dos que estudiábamos en Exactas”, cuenta, “así que seguíamos en contacto”). Él le comentó que tenía un hermano que trabajaba haciendo satélites. Ella contestó: “¡Guau! Pero… ¿qué tengo que ver yo con eso?”, sin poder ver ella misma, aún, qué podía la física aportar allí. No fue sino hasta que se enteró que el trabajo era de coordinador del área de óptica, en la fabricación de unidades de observación terrestre, que vislumbró sus nexos con ese universo: “ahí  entendí que había sensores, lentes, telescopios y otras cosas con las que yo tenía un montón que ver”.

Alguien del público alza la mano: quiere saber cómo se dió el acercamiento a la empresa. Agustina contesta que, por consejo de ese amigo, le escribe un correo al hermano-coordinador. Concertó una entrevista con la empresa, durante la cual contó acerca de su formación y sus ganas de trabajar, pero también dijo que necesitaba de hacer su tesis (“yo no quería ni podía trabajar tiempo completo”). Dado que aún mantenía dudas sobre cómo tomarían la “restricción” que ella les ponía, se sorprendió al notar el entusiasmo con el que recibían su proposición: “les copó, y pude hacer mi tesina trabajando ahí”.

Le contó la situación a Hernán (“le dije que necesitábamos crear un marco burocrático donde la UBA y Satellogic se hagan amigos…”) y entre ambos se pusieron a pensar cómo sortear los escollos burocráticos que a cada paso se presentaban: “todo esa parte burocrática fue remar el dulce de leche. Todo requería mucho tiempo y papelerío”. Finalmente, entró a la empresa. Hoy rememora vívidamente sus primeros días allí: “entré y empecé a trabajar en cosas que ya estaban haciendo ellos. Todo era mucho más chico que hoy… Había diseños de satélites en papeles de servilletas… En mi área éramos apenas 3 personas: el coordinador, otro óptico que es egresado de acá, Pablo Jais, y yo; pero de golpe la cosa empezó a marchar y empezamos a trabajar un montón”.

«en ese momento éramos pocos en la empresa, y medio que todos hacíamos todo, como podíamos… Así que la primera versión de la patente de la cámara la escribí yo»

El proyecto de tesis que elaboró mientras trabajaba “un montón” fue el diseño de una cámara digital que, inesperadamente para ella, terminó siendo un componente de un satélite. Si bien hoy ve esto positivamente, en un primer momento le disgustó, dado la obligaba a patentar la idea y le demoraba la defensa de su tesis. A esto se sumana la carga de trabajo, que crecía constantemente: “en ese momento éramos pocos en la empresa, y medio que todos hacíamos todo, como podíamos… Así que la primera versión de la patente de la cámara la escribí yo… La verdad fue medio como escribir un paper. Después pasó a otra persona que sí sabía del tema y la formalizó un poco”.

Un celular y una heladera de tergopor

Agustina da detalles sobre la actividad de la compañía en la que trabaja: “hacemos satélites de observación terrestre; es decir, para tomar imágenes de todo lo que pasa en la tierra. Estas máquinas ven más colores que el ojo humano, y además logramos una definición de un pixel por metro cuadrado. Esto permite juntar una gran cantidad de información climática y geográfica muy valiosa”. Si bien hoy es casi una experta en satélites, reconoce que al principio sabía casi nada de la materia. Por ejemplo, creía que todos eran enormes. Luego aprendió existe un gran ecosistema satelital: “hay algunos geoestacionarios, que están orbitan a 36.000kms de distancia de la tierra y giran a su misma velocidad; luego están los satélites de GPS, que están a 20.000kms, y después los que sacan imágenes de la tierra, que se llaman ‘de órbitas bajas’ y que están entre 400 y 600kms. Los que hacemos nosotros son de éstos últimos”.

Todo ese gran conocimiento adquirido va quedando claro a medida que cuenta datos que, dice, la asombraron o aún lo hacen: “los de órbitas bajas se mueven a una velocidad de 27.000 kph. y dan la vuelta a la tierra en una hora y media… Son nanosatélites, que quiere decir que pesan menos de 100 kilos y son del tamaño de un lavarropas”. Usa un powerpoint para ilustrar lo que cuenta: “esta imagen, donde ya se ve la curva de la tierra, fue sacada con un celular, montado en un globo puesto en una heladerita de tergopor, un calentador de manos y un GPS… Cuando llegó a 35km de altura sacó la foto… Como se ve, con muy poco se pueden tomar imágenes muy interesantes”.

Como si leyera los pensamientos de parte de la audiencia, Agustina advierte que ese gran ingenio no se debe (siempre) a falta de recursos, que incluso las instituciones más grandes usan estos «sofisticados mecanismos”: “ésta foto (muestra otra imagen) es de la NASA y se sacó con unos cubitos puestos en globo, también con una cámara de celular controlada con GPS y una cinta métrica…”. Se trataba de un proyecto de estudiantes de maestría, que, asegura, no costó más de 200 o 300USS: “pero son satélites. Tiene todos los componentes: antenas, capacitores (que son las baterías), un micro-controlador (como una computadorita de a bordo) y una radio. Eso lo convierte en ‘algo que entrega datos desde arriba”.

Un satélite grande, explica, tarda entre 10 y 15 años en fabricarse, y al día de lanzarlo se llevan invertidos miles millones de dólares. Es por eso que en esos proyectos no puede fallar nada. Pero en Satellogic no trabajan así: “queremos hacer satélites que saquen fotos terrestres pero que sean lo más chiquitos y baratos que se pueda. Por eso fabricamos cientos, bajo la concepto de redundancia: si se rompen tres pero tengo cien no hay mucho problema». Si bien su empresa no desarrolla satélites grandes, ya conoce también los detalles de esa rama, y afirma que tardan mucho más en fabricarse, tanto por la complejidad como por lo estratificado de la estructura de las entidades (casi siempre organismos estatales) que los producen: “una vez vino Miguel San Martín, que trabaja en la NASA con rovers y fue parte del equipo que hizo descender el robot Curiosity en Marte, y nos contaba que si quería mover su escritorio tenía que llamar al supervisor, éste pedía permiso a su jefe, éste al suyo y éste tenía que llamar al presidente de EEUU… Que quizás si todo iba bien te da luz verde para moverlo…”. 

Una temporada en Uruguay

La compañía tiene como política dar a sus fabricaciones nombres emblemáticos de la cultura popular argentina. El primer satélite que lanzó, por ejemplo, se llamó Capitán Beto, y despegó desde China. Aclara que los lanzamientos no son fáciles ni se pueden hacer en cualquier lado: “hay una página que es una suerte sitio web buscador de viajes donde se ofertan días y turnos para lanzamientos. Ahí entra cada empresa y elige. La mayoría despegan en China o Rusia”. 

Respecto al crecimiento de la empresa y de la actividad, Agustina vuelve sobre la idea del concepto de una fabricación barata pero ágil y acelerada: “hoy tenemos 8 satélites en órbita, pero queremos llegar a 100”. Ese interés por una fabricación en gran escala se explica también porque los nanosatélites tienen sólo tres años de vida útil; ése es el tiempo que orbitan alrededor de la tierra antes de empezar a caer y desintegrarse: “es por eso que tenemos que construir una gran cantidad por año, para así asegurar que la reposición sea permanente y el flujo de información y estudios no se interrumpa”.

Entre los satélites que Satellogic ha puesto en órbita, 5 son parte de la que hoy por hoy es la línea más reconocida de la empresa: “se llaman Ñusat, y tienen nombres como ‘fresco’, ‘batata’ o ‘milaneSat”. Si bien sus nombres son expresiones culturales muy nacionales, los satélites no son 100% criollos: en Argentina se modelan y diseñan cámaras pero luego los componentes se ensamblan y alinean en Uruguay: “cuando vamos a armar el satélite nos mudamos a la planta de la empresa en Montevideo». Ahí, cuenta, «se internan a trabajar un montón de horas por día”, intensidad dada tanto por un trabajo con escaso margen de error («en el satélite todo tiene que estar fijo y bien sujetado (…) cualquier cosa que se suelte puede hacer que todo salga mal») como por la irreversibilidad del proceso («una vez lanzado el satélite, si después hay un problema no puede bajárselo para recalibrarlo»). La existencia de esas exigencias, dice, es lo que vuelve tan valiosos sus conocimientos académicos (por ejemplo, sobre la densidad de materiales) ya que le permiten diseñar experimentos y técnicas que le ahorren a la empresa problemas, dinero y dolores de cabeza («son importantes las técnicas de calibrado en tierra, con las que hacemos muchas pruebas ópticas antes del lanzamiento»).

La charla termina y Agustina se queda intercambiando correos y poniéndose a disposición de quien quiera llamarla para conversar sobre oportunidades, recorridos y posibilidades de desarrollo. La historia que contó, la suya, muestra es posible pasar de ayudar a armar un microscopio sin saber nada de satélites a ponerlos en órbita para fotografiar la tierra: nada mal para quien comenzó buscando un trabajo de medio tiempo para terminar la tesis.


Más información mencionada en esta charla:

Satélites CubeSat: Variedad de Satélites, también fabricados por Satellogic.

Fast Company: Revista especializada. Premió a Satellogic a principios del 2018 por considerarla como una de las tres empresas más innovadoras de Latinoamérica.

Cámaras híper-espectrales: Provistas de sensores que registran objetos usando una porción del espectro electromagnético mucho mayor a la que capta el ojo humano. Leen las «huellas digitales terrestres».

Joaquín Hernández Sánchez

Escuela de Invierno Giambiagi: Organizada anualmente por el Depto. de Física, se aboca cada año a un tema diferente. Busca ofrecer a estudiantes, graduadas/os e investigadoras/es jóvenes una presentación actualizada dada por expertos en cada materia abordada.