Una Facultad sin vida

Alberto Kornblihtt es biólogo molecular. Profesor e investigador de extensa trayectoria en Exactas, ingresó a la Facultad en 1973, con el inicio de una etapa democrática en el país y se recibió en plena dictadura. Al cumplirse un nuevo aniversario del golpe de 1976, describe cómo era estudiar y militar en una época de gran efervescencia política y de qué manera la situación se fue transformando hasta desembocar en la represión y el terror más descarnado.

27 de marzo de 2015

– Vos ingresaste a la Facultad en 1973, justo el año en que volvía la democracia después de varios años de dictadura.

– Yo entré en marzo del 73 y el gobierno de Cámpora asumía el 25 de mayo del 73. Yo había hecho el secundario en el Colegio Nacional de Buenos Aires y ya militaba en la Federación Juvenil Comunista, en la “Fede”. Era de cajón que iba a venir a la Facultad a estudiar biología y que me iba a comprometer con la política universitaria. La represión de la “dictablanda” de Lanusse, ya la había sufrido en el secundario donde ya habíamos participado de luchas reivindicativas, de pedidos de democratización de las instituciones.

– ¿Cuál era el clima que se vivía en ese momento en la Facultad?

– En el 73 se abre un período de gran efervescencia, con asambleas masivas y con ganas de modificar las estructuras y las prácticas de la Universidad. Al poco tiempo, participé en las elecciones del Centro de Estudiantes y recuerdo haber sido secretario del Centro, cuando Jorge Filmus –el hermano de Daniel- era presidente. Ese período que fue tan importante y tan intenso, en realidad duró muy poco tiempo. Se extendió, más o menos un año, año y medio. Pero yo lo vivo subjetivamente como si hubiera sido toda la carrera.

– Algunas personas que analizan este período, destacan la libertad política que se vivía pero dudan de que haya sido una etapa destacada a nivel académico.
– No es la visión que yo tengo. La verdad es que estudiábamos mucho. Recuerdo que en el 73 estábamos cursando Análisis Matemático I y que los estudiantes estábamos muy disconformes con un profesor que dictaba las teóricas porque no parecía muy idóneo y organizamos un movimiento para que lo desplazaran. Eso provocó una mejora en el dictado de la materia porque, en lugar de haber un profesor que daba una clase magistral, se adoptó un sistema de miniteóricas, con el cual, la gente quedó más conforme. O sea, había luchas reivindicativas, luchas políticas y estudio. En particular, en la carrera de Biología las discusiones pasaban mucho por modificar los planes de estudio hacia una orientación más ecológica. Los ecólogos que habían vuelto a la Facultad, luego de haber sido desplazados en el 66, traían una visión mucho más sistémica que mecánica o descriptiva taxonómica de la biología, entonces, se hacía mucho pie en la ecología y eso permeaba en todas las materias.

– ¿A partir de qué momento y de qué manera el clima de la Facultad se fue enrareciendo y fue avanzando el proceso represivo?
– La real noche negra que siguió a esos días efervescentes tiene que ver con la derechización del gobierno de Perón, la muerte de Perón, el creciente poder de López Rega, la asunción de Isabel, el papel de las Triple A y la misión Ivanissevich, que es la vuelta de la tortilla: de tener a Rodolfo Puigross y a Raúl Laguzzi como rectores de la UBA, pasamos a Oscar Ivanissevich como ministro de Educación y a Alberto Ottalagano como interventor en la Universidad. Esa era represiva comenzó con toda su fuerza antes del golpe del 76. Y esa fuerza era brutal. En Exactas pasamos de cantarle al decano Miguel Virasoro (primer decano interventor de esa etapa): “Virasoro, Virasoro, el decano de Perón, los gorilas tienen miedo, tienen miedo al paredón”, al regreso de Raúl Zardini, que era representante de la Fuerza Aérea y era un fascista declarado. Había persecución a los estudiantes, amenazas, cierre de los centros de estudiantes, clausura de la actividad política, incluso la muerte del secretario del Centro de Estudiantes de La Plata, asesinado en la misma universidad. Todo esto en el marco de un gobierno que había sido elegido democráticamente. En ese momento, se dio un episodio, del cual yo fui un poco protagonista. Yo estaba cursando, en el primer cuatrimestre del 75, la materia Morfología de Criptógamas, que era dictada por un profesor muy conservador, de derecha, llamado Jorge Wright. Teníamos como Jefe de Trabajos Prácticos a Guillermo Tell, que ahora es Profesor Consulto. Por una interna que desconocíamos, Wright lo desplaza a Tell de su cargo y los alumnos, en reacción frente a esta actitud, redactamos un petitorio dirigido al entonces decano Zardini rechazando la separación de Tell. Esa protesta vino acompañada por una especie de huelga, que consistía en no entrar a las teóricas de Wright, lo cual le produjo una bronca increíble. En medio de toda esta batahola, Zardini los llama a Wright y a Tell y les dice que él sabía que el cabecilla de este movimiento era yo y que él sólo podía garantizar mi seguridad física dentro de la Facultad pero no sabía lo que me podía pasar afuera. O sea, una amenaza velada. Todos sabíamos que era momento de peligro y ese peligro era mayor en la vida universitaria. Entonces, por un tiempo dejé de vivir en mi casa. Después, los compañeros del Centro de Estudiantes sacaron una pequeña nota en el diario, lo cual transparentó la situación para que esa amenaza quedara, por lo menos, denunciada.

– ¿Seguías viniendo a la Facultad a pesar de todo?
– Sí, y mis compañeros me acompañaban hasta el colectivo, ida y vuelta. También me acuerdo de que, en una oportunidad, Zardini trajo a un cura, que era Raúl Sánchez Abelenda, para exorcizar el Aula Magna. A ver si me explico: como para Zardini el Aula Magna del Pabellón II estaba habitada por los demonios del marxismo, decide traer a un cura para hacer un acto de exorcismo y quitar esos espíritus malignos. Es tragicómico. A pesar de todo, yo tengo un buen recuerdo de esa militancia, un recuerdo de unidad, de identificar claramente al enemigo y no generar falsas antinomias internas dentro del estudiantado o entre el estudiantado y los profesores.

– ¿Te acordás de cómo viviste el golpe del 24 de marzo del 76?
– Lamentablemente estábamos acostumbrados a los golpes de Estado. Porque los golpes de Estado eran la manera en la que culminaban los cortos períodos constitucionales. Por supuesto que siempre me oponía pero nunca uno podía pensar que este golpe que se venía iba a ser tan distinto a los anteriores, en el sentido de que iba a haber una masacre, un genocidio, una desaparición forzada de miles de personas, torturas masivas, tirar personas de los aviones al río, campos de concentración y secuestro de bebés. El 24 de marzo del 76, aun cuando el partido al que yo pertenecía tenía una visión más blanda frente al golpe de Videla, yo, que personalmente disentía con eso y tenía una visión más dura, igual no me imaginaba que eso se iba a convertir en la dictadura que fue. Pensaba que iba a ser un golpe más y, como tal, en medio de unos años de represión brutal, se podía tener una especie de fantasía en cuanto a que, quizás, se iba a ordenar la represión, que no la iban a dejar en manos de los grupos de tareas como la Triple A. Ilusión falsa, obviamente, porque la ordenó, la incrementó y generó la máquina de la muerte. Todo ese sistema que se denunció y que hoy se sigue juzgando.

– En la Facultad, el golpe del 24 de marzo del 76 ¿marcó una continuidad o una profundización de la represión?
– Fue una continuidad de la noche negra. A nivel nacional seguramente empeoró pero, respecto de lo que se vivía en la Facultad, era parte de lo mismo.

– ¿Cómo era cursar un día en la Facultad en 1976?
– Control policial en la entrada para empezar. También había agentes de los servicios haciéndose pasar por alumnos en las teóricas; si bien no tengo nombres y apellidos, no dudo de que los había. Yo me acuerdo de que en el 75, Zardini, después de que se visibilizó la amenaza contra mí, me convoca junto a mi viejo. Y Zardini, enloquecido, le muestra a mi viejo una foto del hueco del Pabellón II con carteles y otra foto, del mismo sector, sin carteles. Y le dice, como un logro importante de su gestión, que él fue el que evitó que se pegaran carteles. Entonces, era una facultad, tanto en ese período del 75 como en el 76, sin carteles, sin vida, recluida en los nichos internos. Lo mismo que nos pasó a muchos durante la dictadura, que vivíamos en nuestro propio foro interno, en nuestro núcleo familiar, con cierto temor, no osando decir nada. Yo siempre pongo como ejemplo que a la mamá de uno de mis mejores amigos, Juan Pablo Rasetti, que militaba en una organización guerrillera, la secuestraron y nunca más apareció. Cuando nos reuníamos con él casi no hablábamos del asunto. Es decir, no verbalizábamos el terror que estaba interiorizado en nosotros debido a que la mamá de mi amigo había sido secuestrada y desaparecida. Había una situación de terror y ese terror se materializaba en no hablar, ni siquiera con tus amigos más cercanos. No porque ellos te fueran a denunciar, sino porque preferías, probablemente, pensar que eso no existía, porque si te ponías a pensar que había campos de concentración, que había robo de bebés, era algo imposible de sostener en la conciencia. Ese era el clima que se vivía en los años 76 y 77.

– Después de terminar tu licenciatura en 1977, te fuiste a hacer el doctorado a la Fundación Campomar. ¿Qué situación se vivía en esa institución?

– Di el último final en julio, e inmediatamente entré en la Fundación Campomar para hacer la tesis doctoral con Héctor Torres. Claramente la Fundación Campomar era un oasis, porque Leloir era un tipo muy prestigioso y, tanto él, como Torres y otros investigadores, no discriminaban ideológicamente. Recuerdo que, estando en el 77 ó 78, el director del Departamento de Química Biológica, Eugenio Cardini, me propone para que sea ayudante de primera para una asignatura en el Departamento de Química Biológica de Exactas. Sale el pedido de nombramiento con la firma de Leloir, y el decano César Trejo lo vetó porque yo estaba en la lista negra. Cardini se enfureció pero estábamos en dictadura, el decano podía hacer lo que quisiera y los cargos eran a dedo.

– ¿Cómo ves que los chicos de hoy perciben lo que fue la etapa de la dictadura? ¿Te parece que hay una conciencia respecto de lo terrible que fue esa etapa?

– Yo te diría que todo esto no está muy presente en los chicos. Posiblemente lo esté en los militantes. La verdad, no veo que haya una curiosidad o un interés. A veces, uno da por sentado que la gente sabe qué fueron y qué diferencias tuvieron la dictadura de Onganía-Levingston-Lanusse y la de Videla-Viola-Galtieri-Bignone, pero no sé si tienen esa noción, ni qué fue la Noche de los Bastones Largos, ni qué fue la misión Ivanissevich-Ottalagano. Me da la impresión de que no.

¿Te parece bueno insistir en recordar estos momentos?
A mí me parece que sí, que hay que insistir en recordar cómo fueron esas etapas, qué peligros reales hubo. Creo que este tipo de notas forma parte de esa tarea.

Gabriel Rocca