Un mar de oportunidades

Sergio Schmidt es oceanógrafo. Las circunstancias lo obligaron a dedicarse a la actividad privada, donde fundó una consultora, y también da clases en Exactas. Sostiene que la universidad debería estar más involucrada en la solución de los problemas del mar y las costas argentinas y asegura que hay amplias posibilidades de empleo para los graduados en el ámbito de la producción.

5 de octubre de 2011

– ¿Cómo empezaron tus estudios?

– En ese momento, te hablo del año 73, la carrera de oceanografía no estaba todavía en la UBA. Los pocos que queríamos cursarla terminábamos en el ITBA (Instituto Tecnológico Buenos Aires) que era la única posibilidad. En ese entonces los oceanógrafos estaban, más que nada, relacionados, con la Armada, igual que los meteorólogos y los hidrógrafos. Era una carrera corta, de cuatro años. Me gradué en el 78 y empecé a trabajar en el Servicio de Hidrografía Naval (SHN).

-¿Tu idea era dedicarte a la investigación?

– Sí, de hecho yo estaba haciendo algo de investigación en el SHN. Ahí yo noté que tenía un déficit tremendo respecto de los físicos de la UBA que trabajaban conmigo. Yo quería mejorar mis conocimientos. En ese momento conseguí una beca del Conicet y me fui a Estados Unidos a la Universidad de Delaware. Allí conocí a un profesor que me deslumbró y por él me decidí a hacer un doctorado en ingeniería oceanográfica y costera.

– Cuando volviste ¿planeabas reinsertarte en el campo académico?

– Sí, pero en el 86, cuando regresé, había muchos problemas. Ir a golpearle la puerta al Conicet era, en ese momento, una tarea imposible. Lo intenté, hice presentaciones, tuve cierto apoyo, pero las cosas no progresaron. Esperé un año y, finalmente, decidí buscar empleo en la actividad privada.

– ¿Siempre trabajaste en temas relacionados con tu profesión?

– Siempre. La actividad empezó a crecer mucho hacia mediados de los 90 y, en el 97, creamos con Horacio (Ezcurra), que también es oceanógrafo, una consultora. Allí trabajamos en distintas áreas: ingeniería oceánica y costera, mediciones de campo, instrumentación, modelación matemática y, en el año 2000, incorporamos la temática ambiental. Competimos con algunos estudios de ingenieros y, básicamente, con las empresas multinacionales ambientales radicadas en el país. Nosotros apostamos a la gente y la tecnología argentina. Apostamos a los estudiantes de la UBA. Hemos firmado un convenio, tenemos pasantes. También tenemos a un oceanógrafo de Exactas trabajando con nosotros. El punto es que si nosotros pudimos hacer lo que hicimos, seguramente hay espacio para otros oceanógrafos.

– ¿Cómo se dio tu regreso a la universidad?

– En el contexto del nacimiento de la carrera de Oceanografía en Exactas. Me convocó Alberto Piola y me pidió que armara el área de oceanografía costera. Empecé a dar clases desde el año 2000 más o menos. El área tiene que ver, una parte con las materias tradicionales, y otra parte con materias aplicadas en las que tratamos de dar una visión un poco más amplia de lo que pasa afuera de la universidad, de lo que ocurre en la industria, de los problemas que hay, hoy día, en el ámbito productivo.

– ¿Cómo ves la relación entre el mundo académico y el productivo?

– A mí me da un poco de pena que la universidad no esté más relacionada con la solución de los problemas que se presentan en los mares y las costas del país. Cuando yo empecé en el área ambiental en el mar, esos temas los trabajaban abogados y arquitectos. Vos fijate que en los últimos años se han desarrollado numerosos proyectos petroleros. ¿Por qué ninguna faceta de esos proyectos han pasado por la Facultad? Eso no puede ser. Fijate lo que hizo Brasil. Brasil derivó todos los estudios surgidos a partir de proyectos de Petrobrás hacia la universidad. El primer sentimiento de los consultores fue “estamos fritos”, nos tenemos que ir. Pero nada que ver. Explotaron las consultoras en Brasil. ¿Por qué? Por que el conocimiento que fue desarrollando la universidad abrió un enorme número de puertas, nuevas temas, nuevas preocupaciones. Fue algo extraordinariamente positivo para todos.

– ¿Creés que se está produciendo un cambio en ese sentido?

– Yo noto un cambio y creo que es positivo. Pero la relación entre la universidad y la industria es compleja. Precisamente, en este curso, que se llama Oceanografía Aplicada, les doy a los chicos dos papers en los cuales se discuten estos problemas. La idea es que vean que sería interesante que esta relación se ampliara y que hubiera más cooperación. Pero sigue habiendo desconfianza mutua. Por eso es muy importante desarrollar proyectos desde la política para unir los dos ámbitos. Yo creo en la cooperación público privada. Hay demasiadas necesidades en la sociedad, relacionadas con el mar, como para que el área de oceanografía se quede al margen.

– ¿Te parece que en la cabeza de estudiantes y graduados recientes empieza a instalarse la idea de que existen alternativas al trabajo como investigador?

– Yo creo que los docentes tienen que mostrarle a los jóvenes todas las posibilidades. Después, que ellos hagan lo que quieran. Lo que no puede ser es que crean que hay un único camino. De caminos y pensamientos únicos estamos cansados. La Universidad y la Facultad tienen que estimular las alternativas. Es interesante que los chicos vean que existen otras posibilidades de ocupación. Que, además, son posibilidades ciertas. Hay una gran cantidad de industrias relacionadas con el mar y los puertos. Todo ese espacio es perfectamente ocupable.

Fuente: El Cable Nro. 782

 

Gabriel Rocca