Tres son multitud

La Academia Nacional de Ciencias eligió, en todas sus categorías, a investigadores de diferentes disciplinas de la Facultad para distinguirlos con sus premios 2008 destinados a promover y destacar la labor de jóvenes científicos argentinos. Se trata del físico Pablo Mininni, el bioquímico Gabriel Rabinovich y el geólogo Darío Lazo. El Cable entrevistó a dos de los laureados.

24 de septiembre de 2009

“Como y respiro inmunología”

Gabriel Rabinovich tiene 40 años. Se doctoró en Bioquímica en la Universidad Nacional de Córdoba. Actualmente es investigador del Conicet y profesor de la Facultad. Dirige el Laboratorio de Inmunopatología del IByME donde investiga las bases bioquímicas y moleculares de la interacción entre determinados tipo de proteínas y azúcares durante el desarrollo de la respuesta inflamatoria y sus implicancias en fenómenos autoinmunes y de escape tumoral. Su labor creativa ha sido reconocida con la obtención de importantes subsidios nacionales e internacionales. La Academia Nacional de Ciencias le entregó el premio Ranwel Caputto en Química Biológica y Biología Molecular.

– ¿De qué manera tomás un reconocimiento de estas características?

– La verdad es que me pone muy contento. Los premios te dan un espaldarazo pero también te generan un mayor compromiso para hacer todavía mejor el laburo que venís haciendo todos los días. Lo que más contento me pone es lo que trae aparejado el premio. Por ejemplo, todo lo relacionado con juntar a la familia, el apoyo que uno recibe de los amigos. Fue un momento muy lindo porque fue un premio local. Yo soy cordobés y la Academia de Ciencias está en Córdoba. Entonces yo volví a las fuentes porque yo en Córdoba hice tanto la carrera de bioquímico, como mi doctorado.

– Recibir un premio de estas características ¿qué le agrega a tu carrera como investigador?

– Es un reconocimiento al esfuerzo y eso es bueno. A uno lo incentiva mucho a seguir adelante. Nuestra tarea es difícil. Hay que tener un gran temple para ser investigador. Porque uno cuenta los trabajos lindos y que se publicaron pero también uno vive un montón de cosas difíciles para poder llegar a eso. A veces hay rechazo de trabajos, rechazo de subsidios. Entonces un premio es como decir “bueno, las cosas no están tan mal”. Es una forma de decirte, “la tarea que están haciendo ustedes es importante. No te mandamos a lavar los platos como en las viejas épocas. Te estamos reconociendo”. Entonces uno siente que vale la pena estar acá haciendo cosas que son un aporte al conocimiento, y que hasta podemos hacer una transferencia para mejorar la salud humana en un futuro. Y eso está bueno hacerlo en el país donde uno nació.

– ¿Podés describirnos tu trabajo de investigación?

– Nosotros trabajamos básicamente en glicoinmunología. Tratamos de investigar cómo la interacción entre proteínas y azúcares puede regular la respuesta inmunológica. Hace unos años con la primera tesista doctoral del laboratorio, Natalia Rubinstein, lo que detectamos es que los tumores producen una proteína que se llama Galectina-1 que lo que le permite al tumor es escaparse de la respuesta inmunológica y matar linfocitos T. En la segunda tesis doctoral, que fue la de mi becaria Marta Toscano, vimos que el ejército de linfocitos T se divide en varias batallones. Algunos sirven para defendernos contra tumores, otros contra bacterias, otros contra virus, etcétera. Estos batallones o células especializadas están decoradas por azúcares diferentes y estos azúcares le dan a la célula información completamente diferente acerca de lo que tienen que hacer. Entonces el trabajo ahora es tratar de decodificar la información que tienen esos azúcares y que pueden decodificar estas proteínas, las lectinas, que son producidas por los tumores y que interaccionan con los azúcares. Y en un tercer y último trabajo, del becario Juan Ilarregui, que lo publicamos en Nature Inmunology, lo que observamos es lo siguiente. Cuando se genera un respuesta inmunológica es importante eliminar la amenaza pero llega un momento en que esa respuesta tiene que frenarse porque si no los linfocitos T comienzan a dañar al organismo causando enfermedades autoinmunes. Lo que nosotros vimos es que esta proteína, que nosotros detectamos en los tumores, normalmente la tenemos pero se expresa mucho cuando una respuesta inflamatoria se hizo muy exacerbada, disparando un circuito que termina por silenciar la respuesta inmunológica cuando ya no es necesaria. Ahora, en los tumores, este circuito de silenciamiento está presente todo el tiempo y eso es malo porque la respuesta inmune no puede reaccionar. De allí que uno podría pensar, en un futuro, en activar el circuito para frenar las enfermedades autoinmunes como artritis, lupus, o en bloquearlo para que el sistema inmunológico esté alto en el caso de los tumores.

– ¿Planes para el futuro próximo?

– En investigación básica, seguir profundizando en diferentes sistemas donde la interacción entre proteínas y azucares juega un rol importante. Por otro lado, tratar de ver si todo lo que fuimos viendo hasta ahora puede llegar a la clínica. Ese es un sueño muy grande. Esperemos que se pueda hacer realidad. Y también la paso bien dando clase en la Facultad. La verdad es que siempre siento que me levanto inmunología, como inmunología, respiro inmunología y me gusta venir a contarles a los chicos lo que me gusta hacer todos los días, que es inmunología.

“El desafío es seguir escalando”

Pablo Mininni tiene 34 años, obtuvo su licenciatura y doctorado en el Departamento de Física de Exactas. Trabaja principalmente en el área de turbulencia de fluidos y es un experto en el desarrollo de métodos de simulación numérica de alta complejidad para ser procesados en supercomputadoras. Es científico asociado del National Center for Atmospheric Resarch de Estados Unidos. Es autor del GHOST (Geophysical High Order Suite for Turbulence), un código público, portable y escalable hasta miles de procesadores, para el estudio de turbulencia geofísica y astrofísica, que fue utilizado para realizar algunas de las simulaciones de turbulencia hidrodinámica más grandes del mundo. Este mes fue reconocido por la Academia Nacional de Ciencias con el premio Enrique Gaviola.

– ¿Qué significado le das a este premio?

– Siempre es una alegría y un honor. Haber sido elegido por la Academia es también algo gratificante. Lo bueno es que en este caso fue la Facultad la que realizó mi postulación, entonces uno siente un doble reconocimiento.

– Vos estuviste trabajando varios años en el exterior y decidiste volver a hacer ciencia en Argentina ¿Este reconocimiento contribuye a que pienses que fue la decisión correcta?

– Yo creo que hay dos planos. Por un lado está la decisión de jugarse a volver. Pero, además, uno puede limitarse, si tiene una colaboración en el exterior, a trabajar con la gente de afuera y ser productivo pero construyendo muy poco localmente. Una decisión un poco más riesgosa es seguir manteniendo las colaboraciones afuera, pero empezar a construir localmente. Ahí hay riesgos, porque uno puede fallar a la hora de construir infraestructura local o de formar recursos humanos. Me parece que este tipo de reconocimientos a uno le da un impulso en cuanto a no cerrarse en el grupo de colaboradores de afuera y generar estructura, vínculos y colaboraciones locales.

– ¿Cuáles son las características que tiene tu trabajo?

– Lo que hago es estudiar la turbulencia en fluidos y pensar los problemas de turbulencia asociados a la dinámica atmosférica, geofísica y astrofísica. La peculiaridad que tiene la turbulencia es que cuando uno revuelve una tasa se generan movimientos en un montón de escalas que están acoplados en forma no lineal. Eso hace que el sistema sea muy difícil de predecir y muy difícil de modelar. De allí que, para cualquier aplicación, lo que se intenta es construir modelos estadísticos que permitan predecir cuál va ser el impacto de esa turbulencia a escalas grandes que son los fenómenos que generalmente nos interesan. Ya sea la predicción meteorológica o la interacción entre el Sol y la Tierra. Como se manejan datos muy masivos, del orden de las centenas de terabytes, uno muchas veces tiene que desarrollar herramientas informáticas particulares que le permitan manejar esa cantidad de datos.

– Vos sos uno de los supervisores del Centro de Cómputos de Alto Rendimiento (CeCAR) que se puso en marcha el año pasado en la Facultad ¿Cómo está funcionando?

– El cluster está siendo utilizado a máxima capacidad por investigadores de la Facultad y algunos externos. Esto demuestra que generar este tipo de infraestructuras es algo muy positivo porque resultan útiles para una comunidad muy amplia de investigadores. Por ejemplo, el cluster es utilizado en gran porcentaje por gente de química.

– ¿Planes para el futuro?

– Estamos hablando con mucha gente para ver la posibilidad de nuclear a los diferentes centros de cómputos institucionales que hay en el país para permitir transferencia de conocimientos y un uso más eficiente de los recursos. En cuanto al estudio de la turbulencia, lo que estoy haciendo con dos estudiantes de doctorado, es estudiar turbulencia rotante. Y en relación con la parte de computación estoy trabajando en que mis códigos escalen en el orden de los 32 mil procesadores, para mantenernos al día con los proyectos que hay a nivel mundial.

– ¿Qué significa escalar un código?

– Lo que pasa es lo siguiente: uno tiene un trabajo distribuido entre 8 mil obreros, o sea 8 mil procesadores. Eso requiere que los 8 mil procesadores intercambien información, se pongan de acuerdo en el trabajo que van a hacer. Pero, en general, cualquier código no escala idealmente, por lo tanto, duplicar el número de procesadores no significa necesariamente dividir por dos el tiempo de trabajo. A medida que uno aumenta su número el tipo de problemas de comunicación entre los procesadores se vuelve más complicado. Entonces, con el código que usamos nosotros, que yo desarrollé con colaboración de gente del país y de afuera, estamos haciendo simulaciones de producción para probar si el código funciona con 4 mil procesadores. El desafío es ir más allá, llegar a 32 mil ó 64 mil procesadores para poder usar la próxima generación de computadoras en paralelo que se vienen. El proyecto en Estados Unidos es llegar, en el 2011, a una máquina que tenga 100 mil procesadores.

Fuente: El Cable Nro. 727

Gabriel Rocca