La sede original de la Facultad de Ciencias Exactas y Naturales, en la Manzana de las Luces.

152 años de Exactas y el origen de la ciencia nacional

Juan María Gutiérrez y el desarrollo de las ciencias exactas y naturales en la Argentina.

16 de junio de 2017

El 16 de junio de 1865, el gobernador de la Provincia de Buenos Aires, Mariano Saavedra, firmaba un decreto que creaba el Departamento de Ciencias Exactas de la Universidad de Buenos Aires, constituido “con el fin de formar en su seno Ingenieros y Profesores, fomentando la inclinación a estas carreras de tanto porvenir e importancia para el país”.

La norma definía que el nuevo departamento comprendía “la enseñanza de las Matemáticas puras y aplicadas, y la Historia Natural” avanzando con sumo detalle en los programas de los cursos, así como en los nombres y salarios de los profesores contratados, todos ellos extranjeros debido a la débil cultura científica de nuestro medio. Justamente, consolidar en este rincón del planeta una cultura científica sólida era la ambición estratégica del autor del proyecto: el rector de la Universidad, Juan María Gutiérrez.

Nacido en Buenos Aires en 1809, Gutiérrez compartía el espíritu ilustrado que depositaba en las ciencias las esperanzas del progreso. En el Colegio de la Unión del Sud, heredero del antiguo colegio jesuita y antecesor del Colegio Nacional de Buenos Aires, siempre ubicado en La Manzana de las Luces, Gutiérrez había aprendido matemática con algunos profesores formados en las escuelas y academias creadas por Manuel Belgrano, luego absorbida por la Universidad de Buenos Aires, creada en 1821.

Junto con la Universidad, el centro científico porteño más importante de las primeras décadas del siglo XIX lo constituía el Departamento Topográfico y Estadístico, por donde pasaron los matemáticos de la época: Vicente López, Felipe Senillosa, Avelino Díaz y Ottavio Mossotti. Con 17 años, Gutiérrez se incorporó al Departamento Topográfico y aprendió los rudimentos técnicos que le dieron fama de ingeniero y matemático.

“Siempre me fue tan halagüeño abrir un libro de poesía como otro de matemática”, reconocía Gutiérrez explicando sus variados intereses y mientras trabajaba en el Departamento Topográfico comenzó a estudiar Derecho alcanzando el grado de doctor en Jurisprudencia. También participó activamente en los círculos literarios y políticos de la época enfrentando al gobierno de Juan Manuel de Rosas lo que lo llevó, en 1840, al exilio en Montevideo, donde vivió de sus escritos periodísticos y su trabajo de agrimensor.

En 1845 llegó a Chile donde es nombrado Director de la Escuela Naval de Valparaíso. De esa época en Chile data un texto de Geometría Elemental que Gutiérrez escribiera antes de ganar en aquel país fama como poeta y crítico literario.

La derrota de Rosas en la batalla de Caseros marcó el fin del exilio y Gutiérrez regresó a su patria donde lo aguardaba un protagónico papel en la Convención Constituyente de 1853 y luego como ministro de Relaciones Exteriores de la Confederación Argentina. Después de la batalla de Pavón, que marcó el final de la Confederación, aceptó la propuesta de Mitre y, en 1861, asumió el rectorado de la UBA.

De aquellas modestas experiencias del Departamento Topográfico y la primera década de la UBA, cuando se compraron gabinetes de física y química, ya no quedaba nada. La vida científica en Buenos Aires sólo registraba actividades en el campo de la medicina y la paleontología y era menester refundar la Universidad recuperando los valores iluministas perdidos.

En el espacio político de Gutiérrez se vivía un clima fundacional y estimulante para el apoyo de las actividades científicas. La creciente integración al capitalismo internacional promovía transformaciones económicas, sociales y culturales que demandaban nuevas profesiones. Volvía al discurso político el ideal –acrítico- del progreso, que siempre tenía asegurado el protagonismo de las ciencias, hecho que favorecía el acompañamiento financiero del Estado para volver a equipar laboratorios y contratar profesores del exterior.

Gutiérrez imaginaba que con las primeras camadas de graduados tendría suficientes ingenieros para acompañar la expansión económica y otro tanto de profesores criollos para alcanzar una distribución más adecuada de los docentes. Para arrancar, cuenta tan solo con tres profesores extranjeros que deben hacerse cargo de la totalidad de las materias del Departamento y realizar tareas de investigación en los recesos.

El rector está comprometido en todos los detalles, busca pensiones para los alumnos del interior que lo necesitan y traza planes para llevar “la parte más elemental de las ciencias fisicomatemáticas a la enseñanza intermedia”. También promueve la gratuidad en todos los niveles de la enseñanza y la autonomía: “la Universidad se gobierna a sí misma y no responde sino ante el país y la opinión pública con sus aciertos y errores”.

Muchos de sus proyectos no llegaron a concretarse en los plazos previstos. La enseñanza en el Departamento padeció todas las dificultades que eran de esperar en el contexto de un programa ambicioso encargado a un pequeño plantel académico, sin embargo esta vez sí se puso en marcha un proceso ininterrumpido del cual las actuales facultades de Ingeniería, Arquitectura y Ciencias Exactas y Naturales son herederas . Como señalara el propio Gutiérrez era “preciso dar a esta tarea un punto de partida, comenzar alguna vez”.

Carlos Borches